después de las doce

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      Ser un gato no es fácil, Yeonjun lo aprendió a la mala. Y la gente trata a los gatos como basura sin saber que la vida de un gato no es fácil.

      Yeonjun no debió de haber estado en la calle a esa hora, su madre bien se lo decía.

      Después de las doce, nada bueno pasa. Pero Jeongguk y Jimin hyung dijeron que ellos se encargarían de que su madre no se enojara. A ella le caían muy bien. Pero algo les pasó a sus hyungs que desaparecieron y Yeonjun se encontró solo, en un barrio que no conocía en mitad de la noche. La fiesta era demasiado ruidosa y la gente estaba borracha, Yeonjun no sabía qué hacer allí sin sus hyungs. Mañana tenía clases, su mamá de seguro estaría furiosa.

      Ya se imaginaba el castigo. Y todo por encapricharse con una fiesta en la cual no lo dejaron beber por no tener ni dieciocho.

      Nada bueno pasa en la calle después de las doce. Una pobre mujer estaba acuclillada en una esquina, luciendo terriblemente incómoda con los bolsos y maletas que cargaba.

      ¿Estaría esperando algún autobús? ¿Era esa parada?

      A Yeonjun su madre lo había educado bien. Como un caballero. Así que se acercó a la mujer para ver si necesitaba ayuda.

      —Oh, querido. —Alzó la vista. A Yeonjun no le habían dejado probar una gota de alcohol, ni siquiera estando Jeongguk y Jimin hyung, pero el rostro de la mujer era tan hermoso que nada más con verlo se sintió embriagado—. Si fueras tan amable de ayudarme con esto hasta la parada. Tengo que tomar el bus que sale a las dos de la mañana y ya voy tarde.

      ¿Y cómo decirle que no? A Yeonjun su madre lo educó bien, así que se hizo el fuerte y se echó los bolsos a los hombros, con voluntad y más voluntad cogió las dos maletas, una en cada mano. Pesaban como si tuviesen un cadáver adentro.

      —¿Va de viaje? —Resopló, tratando de ocultar que le costaba trabajo poner un pie delante del otro.

      Ella sacudió la cabeza.

      —No. De hecho, voy a casa.

      —¿Sí?

      —Sí. Ya hice mi viaje y extraño el olor de mis libros. ¿No te parece que los libros viejos huelen a hogar?

      ¿Ah? Los libros viejos olían a libros viejos. ¿De qué hablaba? Pero era hermosa y Yeonjun asintió.

      —Por supuesto. Libros viejos, y té de... de... ¿de manzanilla? Eso también huele a hogar, ¿no?

      La mujer soltó una carcajada tintineante.

      —Por supuesto. De manzanilla, hierbabuena, toronjil, romero y una zanca de rana. —La sonrisa se le volvió fantasmal al pasar por debajo de un farol—. Pero yo creo firmemente en que ningún hogar está completo sin una mascota, ¿tienes mascotas?

      La maleta en la mano izquierda se le resbalaba, así que le dio un golpe con la rodilla hacía arriba, sujetándola con dedos acalambrados. Perdió un paso y en el siguiente tuvo que saltar para no caer.

      —Pues... Tengo un pez dorado... —Soltó un gruñido. En su espalda florecían dolores punzantes—. Pero los peces más bien son como de adorno.

      —Hacen de excelente caldo. Mucho omega tres. Bastante buenos con pelo de rata yuna hoja de orégano. ¿Estás cansado?

      ¿Pelo de qué? El sudor le bajaba copioso por las cejas y las sienes. ¿Qué tenía esa mujer en las maletas?

      —No te preocupes —dijo ella con tono cantarín. Sonaba como un trino. A Yeonjun se le revolvieron las tripas—. Ya casi estamos. ¿Cuál es tu nombre?

      —Yeonjun.

      —¡Qué nombre tan hermoso!

      Con la rodilla volvió a darle un empujón a las maletas.

      —Es... —jadeó—. Es un nombre cualquiera.

      —Es perfecto.

      Se escuchó el sonido de un aplauso y una mano tibia se plantaba en su muñeca. Se detuvo sin ser consciente.

      —¿Perfecto? —repitió.

      No había ninguna lámpara iluminándola, pero brillaba como si la luz saliera directo de su piel.

      —Así es, Yeonjun. Perfecto.

      Frunció el ceño.

      —¿Perfecto para qué?

      La vio aplaudir, el golpe resonó en la noche, expandiéndose a su alrededor. Los oídos le pitaron. El peso que soportaba fue demasiado y cayó. Al alzar la vista, ella sonreía, hermosa, con un borde cruel en la comisura de la boca. Otro aplauso y la mujer empezó a mover los labios con rapidez. Yeonjun perdió control del cuerpo, sus brazos no le respondían y hasta pensar se le hizo una tarea imposible. Otro aplauso que se escuchó como un trueno. Risa. La risa de ella.

      Entonces Yeonjun lo veía todo diferente, pero no conseguía cómo ponerle nombre a lo que era diferente. Algo daba vueltas por ahí, y otra cosa estaba escondiéndose en un agujero a su derecha. Había un nido de palomas en el árbol del frente, tenía hambre de repente, el mundo giraba y el pitido se hacía un martilleo en su cráneo. La mujer hermosa se agachaba para levantarlo en brazos.

      Abrió la boca para protestar, ¿acaso era él un niño para que lo estuviesen alzando?

      El más puro terror lo sujetó cuando en vez de palabras, lo que se oyó fue un maullido.

      —A todo hogar le hace falta una mascota, ¿verdad que sí, Yeonjun?

      El rostro de la mujer se frotó contra él y su primera respuesta fue atacar. Ella soltó una exclamación.

      —Eso no fue para nada amable —siseó después, su rabia como agua hirviendo. Se llevó una elegante mano al rostro—. Pero te lo perdonaré porque entiendo que estas cosas pueden ser traumáticas.

      Un quejido roto se le escapó del pecho al ver como la sangre retrocedía y la piel se cocía a sí misma, volviendo a ser suave, inmaculada. Ella chasqueó los dedos y a Yeonjun lo envolvieron cadenas invisibles.

      Con otro chasquido las maletas desaparecieron y en su lugar estuvo una jaula para gatos.

      Yeonjun gritaba y se retorcía, enfurecido.

      No. No. No. No.

      —Ya verás que cuando le agarres el gusto a los ratones, se te va a pasar. Ahora, ni una palabra.

      Y con un movimiento de la mano Yeonjun enmudeció.

      Nunca se le ocurrió que los gatos podían llorar, la única mascota que su madre le había dejado tener era un pez dorado y los peces no lloran, y si lo hacían, pues entre tanta agua uno no diferenciaba. Ahora estaba seguro de que los gatos podían llorar, porque mientras la mujer lo metía en la jaula y emprendía marcha hacia su hogar, sonriendo y hablándole alegremente de lo feliz que seria, Yeonjun sentía las lágrimas ardientes igual que el ácido, amargas como la desesperación, bajar por su nuevo rostro, viendo como el paisaje de la noche se difuminaba a través de los barrotes de su jaula.

      Y ella…

      Ella reía.





Fin


   

Despues De Las Doce  |Choi Yeonjun|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora