Apretó los ojos con fuerza intentando ignorar los desenfrenados latidos de su corazón; sabía que debía tener la mente despejada, pero el olor nauseabundo y el insistente ardor del brazo la alteraban más. Súbitamente, una fuerza incontenible tensó cada músculo de su cuerpo, forcejeó en vano con las ataduras que la mantenían postrada en aquel camastro. Un grito ronco surgió de su pecho y rebotó sobre las paredes.
Gritó y forcejeó hasta que ese frenesí que la había poseído se disolvió en el aire tan repentinamente como había llegado.
«¿Por qué estaba ahí? ¿Qué había sucedido? ¿Cuánto tiempo llevaba ahí?»
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por el eco de unos pasos aproximándose, y aunque una parte de ella deseaba gritar por ayuda, otra, más cautelosa, prefería pasar desapercibida.
La puerta se abrió antes de que pudiera tomar una decisión: rompió el silencio con un chirrido hiriente, y la cegó por un breve instante debido a lo brillante de la luz que provenía del exterior: la sombra de una figura alta y corpulenta apareció frente a ella.
El aire a su alrededor de pronto pareció esfumarse, y una tensión palpable se apoderó de la habitación. Miró a la figura que había entrado: con sus ropas negras, vestido como un doctor a punto de entrar a cirugía, y unos lentes que recordaba haber visto en algún otro lugar: oscuros, redondos, de monturas gruesas que parecían impedir el paso de luz a sus ojos.
Ambos permanecieron inmóviles; algo en esa figura imponente se le hacía familiar, algo en el porte, en la forma en que la hacía sentir: algo que ya había sentido.
Sus pensamientos fueron interrumpidos ante el inesperado movimiento de la figura que había entrado a la habitación; se aproximó parsimoniosamente hacia ella, y aunque sabía que era inútil tratar de huir, un acto involuntario de su cuerpo intentó apartarse cuando la mano del intruso fue a parar sobre su brazo herido.
—¿Quién eres? ¿Qué hago aquí?— preguntó con voz quebrada.
Pero el sujeto no respondió, se limitó a tomar con firmeza su brazo para cambiar la venda. La tranquilidad con que desarrollaba su tarea fue algo que la intrigó: sentía la fuerza que imprimía en su muñeca, y la delicadeza poco suscitada en alguien de su complexión, al cambiar la venda.
No se atrevió a decir nada, hasta que la labor terminó y sin más, la figura dio media vuelta y volvió a salir.
—¡No te vayas!— gritó con un dejo de desesperación que resonó en la habitación. Pero el hombre volvió a entrar pasados unos minutos, esta vez con un plato en las manos. Se acercó nuevamente a ella.
—¿Qué hago aquí? — quiso saber. Pero el intruso no dijo nada, sólo aproximó un trozo de pan a su boca.
El olor de comida hizo rugir sus tripas, sin embargo apartó el rostro del pan.
—Respóndeme— exigió. La figura negó con la cabeza y nuevamente acercó el trozo de pan a su boca. Tentada por el olor a mantequilla que despedía, dio un mordisco, y uno más, y otro, hasta que el trozo se había reducido a migajas sobre su cuello.
Sintió como las manos engomadas de su captor retiraba las migajas, produciendo en ella una sensación de asco que le llevó a cerrar los ojos con fuerza.
Cuando las manos dejaron de tocarla, abrió los ojos a tiempo para ver como la alta figura cerraba la puerta, sumiéndolos de nuevo en las tinieblas, se aproximó a la silla y se sentó en completo silencio.
—¿Así que eso es lo que haces? Te sientas a observar a tus víctimas mientras se pudren en la oscuridad ¡Qué enfermo!
Enfermo...
Esa palabra hizo eco en su mente, trayendo consigo algunos recuerdos que provocaron una sonrisa torcida en su rostro.
—¿Sabes?— dijo con una voz diferente: más profunda, más fría —No eres el primero que se sienta a mirarme en silencio— una risa irónica que habría hecho estremecer a cualquiera retumbó en sus oídos —Déjame contarte una historia.
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Hipermnesia
Mystery / Thriller"El estruendo del disparo rompió con el silencio, el viento sopló con violencia, alborotando su cabello y llevando hasta ella el olor a pólvora y sangre. [...]"