Corría audazmente el año de 1992, Luciana siendo una joven huérfana desde mediados su puericia había sido obligada por la vida a moverse en el mundo adulto con tan solo diez años.
Luego de la repentina muerte de sus padres en aquel accidente, ella fue enviada a casa de sus abuelos, dos tiernos pero aburridos ancianos nacidos y criados en un pueblito lejano, su casa se encontraba localizada en el pueblo de Chézare, un lugar soporífero lleno de personas con rostros tristes, apesadumbrados, indeseosos. Si alzabas la vista notarías como la comisura de sus labios tocaba el suelo debido a la desdicha que pesaba en ellos. Este fue el panorama lúgubre en el que Luciana tuvo que crecer, un panorama tan triste como el existir propio.
Cuentan quienes han tenido el infortunio de pasar por allí que el panorama evoca melancolía a 40 kilómetros a la redonda, los ojos sin darse cuenta comienzan a enlagunarse, el cuerpo se cansa, los labios se entristecen y el alma comienza a pesar llevándote al decaer absoluto e inclusive a la depresión caótica.
Este paisaje monocromático fue el causante de mi gran amor por los libros, recuerdo con una pequeña sonrisa esbozada en mi rostro gris, el primer libro que leí. Habían transcurrido 2 meses desde la muerte de mis padres y cansada de la rutina en Chézare decidí bajar al sótano en casa de mis abuelos, un pequeño lugar que había espiado por varios días asegurándome así de que nadie fuese con frecuencia allí. Este sería el día, di tres pasos firmes, me sentía como un caballero, sin embargo, toda aquella valentía fue ahuyentada gracias al ruido provocado por un portazo acompañado de la oscuridad. El miedo invadió completamente mi corazón, comenzó a retumbar fuertemente, la sinfonía de bongos desenfrenados invadió todo el recinto de forma certera, fuerte, tanto así que el eco de mis pálpitos logró tumbar un libro viejo y polvoriento, su aspecto se asemejaba a todo en Chézare. Con gran temor me acerqué a él, lo sostuve entre mis manos, estaba tan sucio que al pasar mis dedos por su tapa quedaron teñidos de un leve negro, mas tras esa coraza de polvo se escondía el más vivaz rojo. Era lo más colorido que mis ojos habían captado en aquel pueblo, inclusive más que las fiestas típicas del mismo, lo abrí y fue así como el deseo por lo desconocido comenzó a adueñarse de mi pecho, mente y alma.
Posteriormente, mi rostro se llenaba de radiante luz con cada libro que devoraba. Leí todos y cada uno de los escritos en casa de mis abuelos, estos narraban historias fantásticas que eran contrarias a mi lánguida vida, anhelaba entrar en ellos, eran mi diario alimento. Fue entonces ese el causante de aquella adicción por los libros, eran mi medicina, mi vicio preciado, mi escape del mundo insulso que ferozmente me envolvía con sus garras grises; así fue como decidí tomar mi mochila y adentrarme en la monumental selva de libros, la biblioteca de Chézare, un hermoso lugar que se convirtió en mi mundo fantástico, un mundo capaz de tomarme en sus brazos y lanzarme con ligereza al cielo. Cada aburrido día después de la escuela se transformaba en una emocionante aventura entre los libros. De esta forma, a mis dieciocho había conseguido leer todos los libros existentes en el pueblo. Mis días fueron felices por siete bellos años, pero, al no haber más escritos fantásticos que saciasen mis deseos de aventurera, tomé una decisión que cambió mi vida.
En mi décimo octavo cumpleaños me dispuse a ir tras una aventura para así escribir una monografía propia sobre todo lo que encontrase en mi viaje fuera de Chézare. Después de rogares incesantes al abuelo, este me dio su bendición; alisté lo necesario para mi viaje, de esta forma podría salir de casa. Me despedí de mis abuelos con un cálido abrazo que me llenó de fuerzas, ilusión, esperanza y fina determinación, mas antes de soltar los peludos brazos del abuelo, él susurro a mi oído con una voz que destilaba un poco de miedo:
—Mi pequeña Luciana no vayas hacía el norte.Esta era una situación que en uno de mis libros sería el inicio de una aventura, de hecho vagamente recordé un libro que abría de esta forma, fue un hecho que logró sacarme una sonrisa.
—No se preocupe abuelito, usted sabe que siempre le hago caso —contesté— pese a que mi pensamiento no era este, comencé a alejarme del lugar, siendo este el ultimo vistazo a los pesados ojos del abuelo y los tristes labios de la abuela que con fragilidad gris deseaban para mí buena suerte.
Entonces, como era de esperarse, tras dar unos pasos en dirección oeste, siendo consciente de que mi silueta ya no era perceptible, decidí ir en dirección norte, no sabía lo que pudiese hallar tomando ese rumbo, sin embargo mi objetivo era claro, ir en busca del condimento para mi vida, el sabor que compartiría a mi pueblo, aquel color que me cautivó sería también la cura a la desesperanza de Chézare, el pueblo en tinieblas.
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El fotógrafo.
Short StoryCansada del gris mundo que la envolvía, Luciana se embarca en una aventura fantástica en la que todo lo visto en sus libros queda corto para expresar la realidad fuera del pueblo que la acogió por años Chézare. Atrévete a entrar en esta breve aventu...