Nunca, jamás de los jamases, hubiese pensado que mi vida cambiaría de la noche a la mañana.
Mi vida era perfecta, siempre había podido presumir de unos padres que se conocían desde los dieciséis años y casi quince años después estaban tan enamorados como el primer día. Yo había sido el futuro de amor de una pareja envidiable.
Tenía amigas, muchas amigas que me querían. Amigas que sabía que siempre estarían ahí, para lo bueno y para lo malo. Pero sobretodo una mejor amiga que me había hecho saber que era la amistad sincera y real.
Tenía un novio. El chico perfecto. Guapo, inteligente, el novio ideal a la vista de todas las madres que querían lo mejor para sus hijas. Él era el chico que siempre había querido en mi vida.
Pero todo comenzó a torcerse. Mis padres nunca habían estado tan enamorados como yo pensaba. No se llevaban tan bien como me había hecho ver durante los años que tenía de vida ya habíamos estado viviendo bajo el mismo techo. Decidieron no seguir con la mentira y se divorciaron dejándome atónita. Muchas veces es mejor ser sincero desde un principio porqué después la caída es mucho más dolorosa.
Aria, mi mejor amiga, se marchaba. No se mudaba a otra ciudad cerca de donde vivía yo, sino que se iba a la otra punta del mundo, a otro continente. Europa para ser exactos. Ya no tendría ese apoyo, con la persona que más conexión había tenido jamás. Pero aquello no se acababa ahí. Esas chicas a las que yo llamaba amigas, me habían demostrado que no se merecían esa palabra. Pensé que estábamos unidas, pero me di cuenta de que no todo es lo que parece. Ellas no eran mis amigas, eran amigas de Aria. La chica que se había largado a un océano de distancia. Y me había quedado yo, con ellas. Las chicas que habían decidido dejarme de lado simplemente porque decían que yo sin Aria, no era nadie.
Y para finalizar esta triste historia, llegó el momento de nombrar a Marcus. Un deportista nato, con el cabello rubio y los ojos azules. Un príncipe azul para la mayoría de chicas que estudiaban en Garwell School. El chico perfecto que acabó engañándome con la chica más popular de todo el instituto. Las historias románticas no tienen razón, el chico popular no se fija en chicas como yo, se fijan en chicas como ella. En chicas con el cabello largo y sedoso hasta la cintura, con las piernas kilométricas y la piel de porcelana.
Como he dicho antes, nunca pensé que de un día para otro la vida me cambiara tan repentinamente. Suponía que después de todo eso, la vida me tenía preparado algo bueno. Algo a lo que agarrarme después de los duros golpes que había recibido en tan poco tiempo.
Y entonces apareció. Llámalo señal, llámalo destino. Para mí fue una vía de escape. Una pequeña luz que se encendió al final del túnel.
Un mensaje acababa de aparecer en mi tablero de mensajes.
"Apúntate al club de los desesperados"
Un club en el que el mismo nombre indica lo desesperados que están los participantes. Nadie querría pertenecer a un grupo de personas que están locos por pertenecer a algo. Pero realmente, yo estaba desesperada.
Desesperada por encajar. Desesperada por no ser engañada. Desesperada de que nadie me tomara enserio. Desesperada por no saber qué hacer. En general, estaba desesperada por todo.
Y ese grupo de personas que habían estado tan locas por hacer un grupo de desesperados eran las mismas personas que podían entender como me sentía.
E hice lo que nunca pensé que haría, me apunté.
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Enséñame a volar
Teen FictionMaya lo tenía todo y ahora no tiene nada. Siempre había presumido de una vida perfecta, con los padres más enamorados, el novio que siempre había soñado, las mejores amigas que nunca hubiese podido tener y las mejores notas de toda su preparatoria...