Falso consuelo.

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Ella amaba el poder que le daban los negocios, el dinero, los autos caros de gran potencia, su estatus y la capacidad superior sobre la inteligencia de otros gracias a todos sus años e incontables horas de estudio, de fogueo contra los empresarios de mayor renombre en su país. Ser la CEO de una de las empresas más importantes del continente. Follar con cualquier hombre que le atrajera la atención estando lejos de casa, en sus viajes de negocio o en un momento de calentura, y ponerlos a sus pies. El único problema, tenía esposo. Su nombre, Korra Raava.

Ella lo había conocido en la secundaria. Guapo, exótico y fortachón. Principal delantero del equipo de Rugby en su escuela. De alma noble, educado y de buen humor. Sin embargo, un inmigrante pobretón. Alguien en quién no debía fijarse. Se lo decían sus amigas, igual de interesadas que ella en coger hasta el cansancio con él. Se lo decían sus amigos, envidiosos de él. Y por último se lo dijo su padre, Hiroshi Sato. Importante empresario, ingeniero y político del país.

Pero Korra era todo lo que ella quería, y todo lo que ella deseaba, lo obtenía. Por eso ella se casó con él y le dio una hija, a la cual nombró Yasuko Raava. Su esposo era un bombero de la estación principal de la ciudad, padre amoroso y un amante que le dejaba temblando las piernas luego de cabalgar sobre él y su gran polla durante toda una noche entera. Pero el problema era ese, cuando ella no tenía a Korra cerca su líbido la hacía ser infiel. La obligaba a quererse entretener. Buscar algo que saciará sus ansias.

Algunas de sus mejores amigas le decían que ella tenía un trastorno psicológico, una adicción al placer, al ser infiel, al sexo. Ella no sabía exactamente a qué pero era algo que se le hacía imposible evitar. Siendo su peor miedo, que su esposo se enterara de la verdadera mujer que ella era, de sus traiciones. Que él la rechazará, juzgará con toda razón, se decepcionará de ella y quisiera el divorcio, prefiriera a otra mujer.

Pero era lo bueno de tener un esposo como Korra. Tal y como se lo había dicho a su amiga Opal en la universidad años atrás, cuando perturbada le reprochó el por qué ella se iba a casar con un cutre sujeto teniendo a tantos pretendientes a su altura y de buen gusto para Hiroshi. No un arrastrado como Korra que de seguro haría que la desheredaran.

-"Opal, él es un hombre que me complace sexualmente, tiene una polla tan grande que si la vieras te desmayarías del miedo. Es amoroso y comprensivo, además de paciente. No me quiere someter, prohíbe nada y lo mejor de todo, no se cree más listo que yo solo por ser hombre". -Le había respondido ella en aquel entonces-

Era el paquete completo. El mejor de los padres y profesional. Yasuko lo amaba tanto que incluso a veces creía que ella no era necesaria en el cuadro. Su traje de gala de primer teniente estaba tan lleno de condecoraciones que parecía más un chiste que realidad. Cada vez que él estaba en la casa junto con ella no escatimaba en complacerla todo lo que quisiera sin cansarse o hacerle mala cara. Hasta ayudaba con los quehaceres del hogar y el cuidado de su hija cuando Katara o Senna no estaban disponibles.

Sin embargo, ella no podía evitar serle infiel estando lejos de él. Infidelidad que le era amarga y solo representaba un esporádico atisbo de placer. Cómo en ese instante, donde en su cama de la habitación del hotel estaba Iroh II luego de haber fornicado con dicho empresario hasta casi partirle la gruesa verga en dos.

-"Tomaré un baño. No te duermas, cuando salga de la ducha espero no verte en la cama. Tengo cosas importantes que hacer para mañana y necesito descansar sin estorbos". -Dijo ella a Iroh vistiéndose con una bata de seda de esas que dejan a disposición de los huéspedes en los hoteles de lujo-

-"Por lo menos deberías compartir la cama conmigo está noche, luego de haberme ordeñado de esa manera en que lo hiciste es lo mínimo que pido". -Le había respondido él sonriendo sínico-

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