Capítulo Uno: El despertar.

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En aquella mañana fría, Leah se despertó sollozando, aquella horrible pesadilla volvía a atormentarla después de tanto tiempo, los años de terapia pagada por su abuelo de nada servían, puesto que, cada vez que se acercaba ese día, volvía a aparecer aquella terrible figura de nuevo.

No sabría expresar con palabras que es lo que la atormentaba de ella pero no podía más que llorar y sentirse indefensa.

Sintiéndose incapaz de seguir en la cama, se duchó y fue a por el desayuno a la cocina, donde la esperaba su madre, al parecer ella se había despertado mucho antes.

-¿Qué tal la noche cariño?- Dijo su madre- ¿Has conseguido dormir?-

Leah miró a su madre, era una mujer indudablemente hermosa, con su metro setenta, rubia y con una figura que pondría celosa a cualquier modelo profesional y además poseía una sonrisa capaz de helar la sangre de cualquiera, no obstante nunca había tenido mucho éxito con los hombres, no desde que el padre de Leah había muerto en aquel accidente de tráfico, por mucho que lo intentó nunca consiguió olvidarlo y eso hizo que ninguno le pareciera lo suficientemente bueno, asique, había optado por ocupar todo su tiempo en su hija y su trabajo.

-No me acostumbro a toda esta paz, me ha costado pegar ojo pero al final lo he conseguido- No hacía falta decirle a su madre lo desgraciada que se sentía aquella mañana.

-Te acostumbrarás cariño se que cuesta pero…-

-Nada es imposible, ya lo sé, por cierto ¿no deberías ya haber salido a trabajar?-

-¡Dios mío que tarde es ya!, nos vemos luego cariño, volveré a la hora de cenar – dijo mientras cogía sus cosas y se marchaba a toda prisa dejando en el sendero de la entrada la marca de sus tacones.

Ni siquiera ella misma se había percatado de que ya no estaban en Nueva york, probablemente volviera a llamar a su hija a la hora del almuerzo para que le llevara un paraguas y un par de tacones nuevos, esos no le aguantarían, Su madre era realmente despistada.

Se apresuró a terminarse sus tostadas y salió hacia el instituto, Ya echaba de menos a sus amigos y a sus abuelos que se habían quedado allí cuidando de la casa, Pero no podía deprimirse, después de todo, aquello no era el fin del mundo, no había de que preocuparse, en un par de meses volverían para que su madre pusiera al tanto a sus superiores sobre las investigaciones realizadas hasta entonces, solo debía dejar pasar el tiempo.

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Ya sonaba la campana que marcaba el principio de la jornada cuando ella llegó, era muy normal llegar tarde cuando te entretienes con cualquier cosa por el camino, se apresuró y llego a clase por los pelos aunque su profesora le echara una mirada envenenada por interrumpir su saludo a la clase

-Nos honra con su presencia señorita Donovan, espero que en los próximos dieciocho meses que pasará aquí, se acostumbre a llegar más temprano a mis clases.

Sin decir nada pero muy avergonzada se sentó al lado de una chica de pelo oscuro y cara redonda, no la había visto nunca le suscitó curiosidad pero no se atrevió a preguntar asique no dijo más que un saludo tímido, las dos horas siguientes pasaron muy rápido, en el almuerzo respondió a la ya esperada llamada de su madre por lo que se fue corriendo a ayudarla que suerte había tenido de que el edificio en el que su madre trabajaba quedara tan cerca del instituto.

Las clases de trigonometría eran absolutamente fastidiosas así como quien las impartía. No obstante entró en la clase como de costumbre sin prestar atención al recorrido que hacía, se sentó en la parte trasera donde no tenía a nadie a su lado y se dispuso a pasar la hora garabateando en su cuaderno cuando de pronto todos sus compañeros comenzaron a murmurar, curiosa, Leah levantó la vista y le vio.

Los Límites del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora