I
Su relación ya llevaba bastante tiempo, un año para ser exactos. Y a pesar de que era bastante ilegal —gracias a la gran diferencia de edad que había entre ellos—, no les importaba. Se amaban. Y se amaban con semejante intensidad que nadie nunca lograría separarlos. Pero había algo que poco a poco comenzaba a tomar fuerza y les hacía querer tener distancia con el otro: Y era aquella brecha poco sutil de catorce años que se asentaba entre ellos y reclamaba sus latentes diferencias con fuerza. Y eso a Reigen,...
Eso a Reigen le enfurecía con vehemencia.
Solía llamarme DN.
Eso significaba muerte por belladona.
II
—Shigeo, ven acá —bramó molesto el adulto sentado frente a su escritorio. Había tenido un día totalmente fatídico, horrible, pesado, y esperaba con ansias poder deshacerse de aquel intenso estrés con el menor.
Kageyama avanzó hacia su maestro —y pareja— con pequeños y torpes pasos. Tenía miedo de su enojo; no sabía porqué estaba así, él no había hecho absolutamente nada mal. Con una suave voz trémula le murmuró: —¿Está todo bien, Reigen?
El rubio rodó los ojos con asco. Cuando su amante se comportaba de aquella manera tan sumisa su estómago se revolvía y las ganas de estrellarle con fuerza el rostro contra el piso hacían presencia. El de cabellos oscuros notó la lenta y pesada respiración del mayor, definitivamente estaba furioso. Temió acercarse más y se paró estático en su lugar; posiblemente a un metro exacto del escritorio.
Arataka gruñó rabioso: —¡¿Qué haces ahí parado, inútil?! ¡Te dije que vinieras!
Kageyama se encogió de hombros, asustado. Volvió su penosa mirada hacia su mentor, éste le miraba impaciente. No lo haría esperar más, cortó la distancia tomando lugar al lado de Reigen. Su semblante había cambiado exageradamente rápido. Una brillante sonrisa se pintaba sobre sus finos labios, sus ojos miraban anhelantes y felices la figura del menor y sus mejillas sutilmente rojas confirmaban el agrado que le proporcionaba su presencia.
Shigeo tembló ante aquello y sintió su cuerpo derretirse. Su maestro podía llegar a ser cruel con él, pero era genuinamente hermoso; así como una rosa, así como cualquier flor con espinas. Su macabro temperamento sólo era una de sus cualidades, una que volvía loco de amor a Shigeo.
Qué equivocado estaba al pensar que eso era amor.
Porque estaba llena de veneno, pero bendecida con belleza y rabia.
III
—¡Llegas tarde otra maldita vez! —gritó colérico Arataka al ver entrar al menor una hora después de la acordada.
Shigeo estaba mareado, fatigado y completamente sudado; el entrenamiento con el club de fisicoculturismo había sido uno de los más intensos y el menor había tardado más de lo esperado para completar los ejercicios con satisfacción, además del tiempo que necesito para reponer fuerzas —¡Lo siento! La práctica duró más de lo que pensé,... Reigen, perdón —murmuró con la mirada baja, sus ojitos le picaban por las gruesas lágrimas que amenazaban con caer y su pequeño cuerpo temblaba temeroso de la reacción del mayor.