Del amor, tanto en la historia como en nuestra sociedad, se pueden decir muchas cosas. Tanto que en su definición polisémica el amor es muchas cosas y ninguna a la vez. En un sentido positivista es una fórmula química en nuestro cerebro, que varía de individuo a individuo dependiendo de las cantidades de cada componente (Dopamina, serotonina, endorfina, adrenalina). Pero en su cualidad conductual es un modo de actuar, pensar y sentir la experiencia. Uno puede amar muchas cosas, todas de manera diferente. Entre personas está el amor y el enamoramiento, muchos confunden una cosa con la otra y es ese el origen de muchos conflictos. El amor es más que desear al otro, es querer conocerlo, entenderlo, compartir experiencias, aprender del otro y valorarlo en sus virtudes e imperfecciones. Pero las personas cambian, y cuando alguien idealiza al otro de manera platónica, cuando ve algo que bien puede no estar ahí, entonces está enamorado. Pensando que ama algo que no es en realidad como se lo piensa. A veces amar está en aceptar estos cambios, en conocer los defectos del otro y ayudarle a resolver el conflicto, también en apreciar las virtudes y en fomentarlas, apoyarlas y aprender de ellas. Lo mismo pasa con uno mismo, cuando hay progreso es porque todas estas pautas se cumplen, porque uno se ama a uno mismo cuando comienza a ver su humanidad con claridad y valora estar vivo para querer conocerse más. Querer es inclinarse a algo por poder, es un ejercicio del deseo. Amar es pensar de otra manera, es una voluntad premeditada y latente. Hay muchísimas formas de amar algo o a alguien. Si tratamos de manera específica este vínculo entre dos personas podemos determinar que el mismo funciona en diferentes mecanismos, tenemos el mecanismo dialéctico, el cultural, y el sexual. Todos estos mecanismos cumplen la función de traducir o de comunicar el afecto mutuo, cada uno con su respectivo lenguaje y medios de manifestación. En el dialéctico tenemos las enunciaciones, las palabras; en el cultural tenemos la conducta, las acciones; y en el sexual tenemos el contacto físico directo e indirecto. Estas muestras de afecto existen para que el vínculo se visibilice o se fortalezca, dependiendo de la implementación y de su ejercicio también definirá la diferencia entre amor y enamoramiento. Al igual que las neuro-hormonas secretadas por el organismo, este lenguaje variará entre individuo e individuo dependiendo de la calidad y el equilibrio entre mecanismos. Fácilmente podríamos decir que entre dos personas enamoradas abundan las expresiones verbales y sexuales, que comunican deseo y fomentan un comportamiento más impulsivo y con un grado de intensidad alto. De algún modo las personas enamoradas tienen un organismo predispuesto a conductas inconscientes de naturaleza agreste, se inclinan a rituales de apareamiento cuya complejidad enmascara la verdadera movilización de sus actos, la reproducción. Sin embargo, es bien sabido que bajo el concepto contemporáneo de civilización, la reproducción no siempre es algo recomendable y se inducen en las sociedades métodos de prevención tanto de posibles enfermedades como de la misma concepción. Entonces el acto sexual pasa a tomar un nuevo rol en la cultura que acontece a los amantes y enamorados. El orgasmo es potencialmente una de los fenómenos más relevantes en la vida adulta de los seres humanos en la actualidad, quizás en toda la historia de la especie. Esto se debe a la particularidad del estímulo, irreemplazable por otros productos o satisfacciones físicas, y por la simple accesibilidad a su ejercicio. En muchos casos es el orgasmo el que justifica un vínculo, en muchos otros es a la inversa, pero la realidad es siempre la misma, sin el orgasmo nada sería lo mismo. En cuanto a este estímulo se trata, sin entrar en detalles neuro-biológicos, es fácil asumir que es un factor determinante de la evolución de las especies. Para hacer de esto algo aún más obvio, sin el orgasmo no habría motivación real o impulso fisiológico que estimule la reproducción de individuos. Especialmente en los mamíferos, particularmente en los seres humanos, el orgasmo constituye un alto porcentaje de su comportamiento social. Y esto no es debido a que todas las decisiones que tomen les garantiza un orgasmo, pero es más bien que el mismo conocimiento del estímulo hace que un individuo tome decisiones diferentes en función a su relación con el mismo. Es bien sabido que todas las relaciones de poder entre seres vivos se distribuyen mediante la sexualidad, precisamente por dos motivos. El primero es que el sexo construye la organización de una especie, esto puede verse en muchas especies de mamíferos cuya construcción proto-cultural está determinada por la dominancia de un sexo en particular, es decir que ya sea un macho o una hembra, su función dentro del grupo se determinará por su capacidad de influencia en componentes del sexo opuesto y su capacidad de satisfacción de deseos y posterior reproducción. Y el segundo es que el acto sexual en sí involucra no sólo una relación de intimidad sino que también constituye, en un sentido metafórico, una lucha de poderes, donde el conocimiento sobre uno mismo, el otro, y el cuerpo de ambos en uno sólo es la herramienta principal que determina cómo, cuando y dónde uno puede alcanzar el orgasmo y por lo tanto generar más deseo en el otro. Estas relaciones de poder en torno al deseo implican una serie de cuestiones en cuanto al rol de sexualidad en un vínculo y por lo tanto una posición en la sociedad determinada por efectos secundarios, ya sea la autoestima, el control del deseo, la manipulación de los distintos lenguajes (dialéctico, corporal, conductual), y el aprendizaje sobre la naturaleza del estímulo. Todas estas cuestiones sobre la sexualidad nos llevan a considerar que el orgasmo de algún modo representa un pensamiento colectivo que funciona en segundo plano, influye a la sociedad y construye identidades alrededor del deseo. Siendo que este estímulo forma parte constitutiva de los vínculos de enamoramiento tampoco implica que este funcione de la misma manera en todos los casos, en algunos el mismo estímulo actúa de manera implícita en la relación y hasta se encuentra que su manifestación está ausente. Porque el enamoramiento funciona mediante idealizaciones y es un período de prueba para determinar la funcionalidad de una relación, dependiendo siempre de cómo se expresan estos lenguajes y la manera en que fortalecen el vínculo y de cómo se debilitan los ideales entre individuos. Una vez superado este período de enamoramiento se pasa al amor condicionado por interacción y conocimiento, es decir una relación de poder deliberada por las voluntades. Pero ya el amor es algo más complejo, que existe de manera independiente al deseo pero eso no implica que éste se encuentre siempre ausente. Tenemos entonces una ramificación amplia de manifestaciones de amor, y a pesar de que todas estas clases sean por definición amor, se manifiestan en maneras completamente distintas unas de otras. El amor que una madre o un padre tiene a su familia va a ser siempre distinto dependiendo a quién esté dirigido, esto implica que también su intensidad variará en los diferentes casos. No es el mismo amor que se tiene a los hijos que a los padres de la amada o el amado, o incluso a la misma pareja. No es el mismo amor que se tiene a una amistad de la infancia que a una mascota, y mucho menos va a ser el mismo amor que el que se tiene a uno mismo. El objetivo principal del concepto de amor se basa en cómo uno decide amar, o qué es lo que uno tiene entendido por eso. No siempre es incondicional, casi nunca de hecho. Porque la incondicionalidad es en definitiva una construcción arbitraria de omisión de condiciones. Si bien podríamos decir que el amor de una madre a sus hijos es incondicional, se encuentra condicionado por el factor de que son sus hijos y no alguien más. Por dar un ejemplo. En todo caso, el amor es malinterpretado cómo algo que se puede sentir fisiológicamente, comparado con la alegría en muchos casos. Pero en lo que al concepto respecta, es esta voluntad de decisión y de priorización que caracteriza al individuo como constructor de identidad y lo que caracteriza al amor como fundacional de vínculos. Bien podría indicarse que la incondicionalidad del amor se proyecta como ausencia de deseo, y esto es en parte acertado. En parte porque el deseo bien puede condicionar muchos vínculos de manera explícita, pero al mismo tiempo en otros vínculos puede presentarse como algo implícito. Es aquí donde el concepto se torna a cada momento más complejo, porque el amor religioso propone una absoluta incondicionalidad de compasión, aceptación y pasión. Pasión en el sentido de que uno tiene dentro de estas responsabilidades de uso de inteligencia emocional, sentir también estos ejercicios de la voluntad de manera pasional, es decir mediante el mero impulso de sentir casi sin cuestionar qué es lo que se siente. El amor religioso refiere en muchos casos a la empatía, que bien implica todas estas cuestiones y se aferra de algún modo a la pasión sin necesidad de objetar deseo alguno. Porque en un sentido uno no desea sentir el dolor de otro, pero para poder ejercer este amor "puro" es necesario comprender la naturaleza de estos sentimientos y de esa manera conectar con el otro en un sentido mucho más profundo. Entre todas las cosas que puede ser el amor, en definitiva, podríamos decir que la compasión última es ese factor que lo universaliza. Precisamente porque es aplicable tanto al otro como a uno mismo, pudiendo ver más allá.
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Juegos de devenir parte 21: Del amor y otras cuestiones.
Non-FictionPara no dejar de lado el factor emocional subyacente que influye en las vidas de todos, presento aquí una disertación sobre la condición humana del amor y sus componentes estructurales, ya sea su concepción cultural o sobre su relación con el instin...