Prólogo

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Bartemius, o como todos le llamaban, Barty, había sido el hermano ejemplar en todos los sentidos.

Atento, cariñoso y protector, era un príncipe de armadura brillante que trataba a su hermana como a una princesa. Desde que ella tenía conciencia, ambos habían sido inseparables, a tal punto, que su padre solía insinuar que aquello no era normal.

Su hermano había servido a Voldemort desde un inicio; ella apenas había nacido cuando su padre lo envió a Azkaban. Tratándole como a cualquier criminal, el suceso acabó destrozando a el apellido Crouch, y con ello a su madre, quien, débil tras la noticia, decidió abandonar a su hija menor y pagar con su vida, el encarcelamiento de su primogénito.

Madeleine, su madre, siempre había sido una mujer amorosa con su hija, pero era una realidad que su perdición era Barty. Eran otros tiempos, tiempos en los que un primogénito varón, valía todo para una mujer.

Bella siempre había sido muy madura para su edad, pero aunque eso no era tan anormal entre niños de familias antiguas, Annabella era anormalmente seria y nostálgica. Bartemius Crouch ponía un empeño inmenso en su educación, estaba determinado a voltear el camino del apellido Crouch y estaba dispuesto a todo por limpiar el daño que su hijo había causado.

Su padre siempre intentaba ser lo que para ella era Barty. Cada mes, la niña obtenía un vestido nuevo, un regalo innecesario. Su padre siempre estaba lleno de costosos o maravillosamente exclusivos artículos para hijos de sangre pura. Él padecía el mal que afecta a muchos magos ricos de sangre pura, la maldición de los padres que no saben cómo amar a una criatura. Aquellos que piensan que al bañarlos en materialismo lograrán ganarse su amor.

El señor Crouch soñaba con una familia de retrato antiguo, una familia perfecta y sin problemas, aunque pronto entendería que eso jamás llegaría a ser realidad.Bartemius se esforzaba, eso era algo que Bella reconocía. Sin embargo, después de ver lo que su acto egoísta había hecho con su madre y su hermano, toda oportunidad de quererlo se había esfumado por completo. Lo que antes solo había sido desinterés o una mera muestra de respeto hacia su padre, ahora era un odio intangible tan puro y ardiente como una espada recién forjada.

Nunca podría olvidar el día que su hermano volvió a casa, parecía un harapo viejo de huesos.

Su madre se había quedado para morir en Azkaban y, ahora que ya no había una mujer en la casa, Winky era la encargada de las labores del hogar, lo cual incluía la crianza de la pequeña Crocuh.

La elfina les sobre atendía en extremo a los hermanos; era una madre para ambos, y Annie particularmente le tenía un cariño muy profundo. No había día en que no tuviera algún detalle con ella, quien siempre se sonrojaba y dejaba escapar alguna lágrima al ver que su niña crecía y se transformaba en una señorita.

Su mansión estaba bastante alejada de cualquier otra cosa, a varios kilómetros de distancia, lo cual les favorecía. De este modo, Barty podía tener la libertad de estar fuera sin preocuparse de que alguien notara su presencia. A su hermana le indignaba tener que ocultarlo, pero eventualmente entendió que, aunque la realidad no coincidiera con sus deseos, aquellas eran las mejores condiciones que podían permitirse, y que, en absoluto, tenían una vida pesada en el hogar.

Durante seis años se volvieron inseparables. Eran carne y uña, sabían exactamente lo que el otro pensaba, y aunque en parte esto se debía a sus prácticas en las artes oscuras, también tenían una extraña conexión en la que uno podía terminar la frase que el otro comenzaba. Él le había enseñado sobre todas las materias posibles. Ella quería ser como su hermano, quería que el sintiera orgullo de ella, y en todos esos años de encierro, no habían perdido el tiempo.

- Gracias por el desayuno Winky – saludó a la elfina que apoyaba unos huevos revueltos con jugo de naranja frente a ella.

La pobre no se atrevió a agradecer, ya que el Sr. Bartemius estaba presente en la mesa. Asintió con la cabeza baja y se retiró del comedor. El señor Crouch trataba a Winky como a una empleada y nada más. No era como los Malfoy, quienes eran conocidos por  maltratar a sus lacayos, pero este no le tenía más trato que para darle órdenes. Para Annabelle en cambio, Winky era como la madre que nunca tuvo. La amaba y Barty también la apreciaba, no solo por ser su niñera, sino por todo lo que cuidó de su tesoro más preciado: su hermana.

Los tres almorzaban pacíficamente cuando Barty y ella levantaron la vista al ventanal frente al cual estaba la mesa. La lechuza familiar traía el correo y una carta en particular llamó la atención de su padre, una dirigida a la Señorita Annabelle Crouch.

-Padre, es descortés leer la correspondencia de una señorita... - dijo su hermano tras dar un sorbo a su té.

Nada contento con que él le diera una reprimenda, le entregó a su hija el sobre con una sonrisa.

-Hogwarts... - comentó sin mucha alegría, ya que no le emocionaba la idea de tener que alejarse de su hermano. En su mente, él le expresó que todo estaría bien, lo que la reconfortó de algún modo. Ella abrió el sobre y comenzó a leer en voz alta.

-"Estimada señorita Crouch, es de mi agrado personal hacerle saber que, como lo esperaba, hay una vacante en su nombre para este año en la escuela de Hogwarts. Siendo consciente de su edad y de su nivel en las artes mágicas, me gustaría darle la oportunidad, si así fuera de su interés, de tomar un examen de ingreso que personalmente me encargaré de supervisar, para así evaluar la posibilidad de su ingreso un año adelante de lo que correspondería a su edad. Atentamente, esperaré su respuesta. Albus Dumbledore." -

-¿No pensaste que no alardearía de tus habilidades en su presencia en cuanto tuviera oportunidad? – soltó una sonrisa Bartemius. Barty se mantenía en silencio mientras su hermana expresaba su descontento. Un descontento que fingió ante su padre, ya que de lo contrario recibiría una reprimenda que no quería.

-Gracias por eso, padre – respondió sin mucho entusiasmo. – Con gusto tomaré ese examen y daré lo mejor de mí para poder adelantar un año.

-¿No vas a felicitar a tu hermana? – se quejó el padre.

-No necesito que me escuches para hacerlo, padre. Estoy muy orgulloso... espero que te propongas superar mi marca de doce matrículas de honor, Annie.

El desayuno concluyó en silencio, y luego de que su padre se fuera al trabajo, ambos pudieron conversar.

The Blood Can Kill YouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora