Gotas de lluvia golpean amenazantes contra el pavimento.
El sol había caído hace varias horas atrás; perder el tren era lo último que faltaba para que esta noche fuera aún peor de lo que pintaba en un inicio.
Nunca había estado por esta parte de la ciudad. Sé que los lugares que frecuento no son precisamente en donde se encuentra uno a niños ricos o de un estatus social alto, pero estás calles son diferentes: cada tres metros, una chica de minifalda y maquillaje cargado voltea a vernos mientras aparta un cigarrillo de sus labios, o mientras posa una mano en sus mejores atributos.
No soy quién, moralmente hablando, para juzgarlas. Es sólo que trato de fijarme más en ellas que en el hecho de que estoy descalza, caminando bajo esta tormenta infernal, buscando un lugar barato para que pase la noche.
– Pasemos... – pienso. Estoy tan ocupada tratando de distraerme de lo ocurrido hace kilómetros atrás, que también olvidé que estoy acompañada.
Los pies no dejan de dolerme, y la sudadera que me dio (olvidando que tiene un tenue aroma a lavanda), no es lo bastante acogedora.
Debo de dejar de ser tan malagradecida. Pero, parece que llevamos caminando horas, y sigo descalza; es justificación suficiente para quejarme, ¿no?
– Trescientos sesenta cuatro horas, cuatrocientos cincuenta la noche –, su voz hace que me detenga – pide la habitación. Me quedaré fuera. Perdona si no puedo pagar algo más, normal... – El rostro le chorrea a morir, está empapado y aun así dice esa estupidez – Pero prefiero que estés bajo un techo a que los dos nos quedemos en una banca de parque.
Frente a nosotros, un cartelón de luces neón que anuncian lo antes leído; un edificio de tres plantas posado ante nosotros. Un par de luces prendidas se perciben por las ventanas que dan a la acera que pisamos. Neón, todo neón.
– Pero si vas a pagar, ¿cómo se te ocurre que te quedes fuera? – Los pies me matan – ¿A caso crees que está bien que te quedes bajo esta lluvia apocalíptica? – Por favor, no contestes que sí; no quiero que me dejes sola.
– Supongo que después de lo de hace un rato, no quieres estar con, bueno... – se lleva la mano izquierda a la nuca. Comienzo a creer que eso delata su incomodidad.
– Supones mal – le interrumpo. Si lo dejo continuar, con lo necio que es, acabará por dormir en la calle. – Es más, tú mismo pedirás la habitación. No te preocupes, dudo que pidan identificación.
Asiente, poco convencido. Por más que trate de ocultarlo, también quiere descansar en un lugar cálido. Espero que ese sea su único motivo para no debatir conmigo. Pasa el dinero por debajo de una ventanilla.
La llave en su mano, y un control gastado de televisión. Un estrecho pasillo que conduce a las escaleras del lugar se ilumina por bulbos viejos de gas. A penas puedo distinguir un escalón del otro. Con una seña digna de un caballero, e impropia del contexto, me pide que suba primero.
– Último piso, puerta 28 – lo miro por el rabillo del ojo.
A demás de tener una voz bastante profunda, sus pisadas son muy pesadas. Eso, o la madera que reviste las gastadas escaleras es demasiado ruidosa. Ojalá no haya cabeceras de madera aquí. Quiero dormir, no soportaría escuchar el encuentro sexual de la pareja de al lado de no ser así.
Mis manos están congeladas. Pero no es a causa del agua. Tampoco es como la sensación de antes. Pero, sí que me aterra. ¿Es normal respirar así de agitado? Seguro es por subir esta infernal escalinata.
– Treinta y seis – idiota.
– ¿Eh?
– Escalones, yo... – Tenía que contar el último en voz alta – Cuento los escalones.
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Luces neón, incandecente
Novela JuvenilExplosión, pedazos de mi corazón vuelan por todos los rincones de la habitación. Llegó más temprano que de costumbre, aunque siga siendo de noche. Espero no note que mi mente circula por otra dimensión. Levanta mi mentón con uno de sus de...