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Aquella noche fue, sin duda alguna, la mejor de mi vida. Ver la sonrisa más alegre y bonita que he visto en mi vida pintada en tu cara debería ser considerada la octava maravilla del mundo. Brillabas por  allá donde pasaras, sin darte cuenta, sin intención alguna tampoco. Te conocí sin más, tan de repente que sigo dudando de cómo. En un pestañeo, ya estábamos en la calle haciendo lo que mejor se nos daba: el tonto. Íbamos como dos almas libres, sin ataduras ni consecuencias negativas de lo que dos jóvenes locos hacían a las dos de la madrugada. Jamás te había visto antes de ese día, y sin embargo, me pareciste la mejor persona con la que jamás había hablado o visto. Me miraste con tus ojos brillando de maldad y diversión, con, sin embargo, una pizca de dulzura. Hablaste, con una voz tan fina y suave que podría confundirte con la de un ángel, a pesar de que, ante mis ojos, lo eras. "Quién se enamore pierde" ¿y sabes? esa fue una derrota que me supo a gloria. 

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