miele

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La mansión era tan escandalosamente cara como hermosa. Los pasillos estaban pulcros gracias al profesional servicio, repletos de una decoración sobria pero elegante, con algún cuadro aquí y allá, unas luces tenues y un suelo encerado a la perfección. Todo estaba bien. La Alfa volvía del trabajo y su casa era acogedora, pero aquello no logró aminorar el estrés y la tensión en sus sienes.

Caminó con la mirada fría, rezumando unas violentas ganas de tragarse vivo a cualquier sirviente que se le pusiera por delante. Aunque sólo fuera para desearle unas buenas noches. Elsa estaba tan agotada y estresada que si algo o alguien interrumpía su camino directo al dormitorio pensaría seriamente en asesinarlo.

Así, uno a uno, los sirvientes fueron apartándose al momento que su jefa y dueña de la mansión, y muchas otras como aquella, pasaba por su lado. El cabello alborotado, a diferencia del minucioso engominado que había portado esa mañana antes de irse a trabajar, ahora le caía por el rostro dándole un aspecto todavía más salvaje que el que sus propios ojos depredadores le concedían.

Eran gélidos como los glaciares, y todos los que habían tenido la suerte de conocer a la CEO Arendelle en persona podían corroborarlo. Las fotografías ni si quiera eran capaces de captar aquella aura oscura y violenta que la envolvía. Su mente era fría en los negocios, era toda un experta y gracias a eso estaba donde estaba, en lo más alto de la cúspide, pero aquello no impedía que, de vez en cuando, cuando se enfadaba o estaba sumamente estresada como en ese momento, su lado Alfa saliera a la luz y mandara muy lejos su parte calculadora.

Los sirvientes estaban seguros de que podrían oír un ligero gruñido surgir de su pecho si se acercaban a ella lo suficiente. Pero por supuesto que nadie se acercó a ser testigo de aquello. Estarían despedidos al instante.

Fueron unos pasos después cuando finalmente llegó a su habitación, tecleó el código de entrada y la puerta se abrió. Para su gozo y suerte, la estancia flotaba en un aroma a miel y galletas que la envolvió. Inspiró profundo cerrando los ojos.

Bien, ahora sí que estaba en casa.

Tras cerrar la puerta, sus ojos se desviaron a la pequeña figura ocupando la gran cama. Su gran cama mullida y cómoda. Sobre ella, una pulguita de cabellos blancos como la nieve reposaba justo en medio del colchón, sintiéndose el rey de todo. Bueno, es que realmente lo era.

Elsa sonrió levemente, permitiéndose a sí misma hacerlo, pues testigo de ello, sólo había sido la penumbra de la habitación. Anduvo tratando de hacer el mínimo ruido posible, se guió por las luces y sombras que la luz del jardín le ofrecía y depositó su chaqueta en la silla y desabotonó las mangas y cuello de la blusa.

La Alfa se olió a sí mismo.

-Lunas -suspiró en susurros.

Olía a gata mojada. Definitivamente, no era rosas lo que olía cuando colaba su nariz bajo su axila. Refunfuñando molesta se sacó la blusa y la falda. Quedando en paños menores, buscó a oscuras unos pantalones cortos, unas ropas interiores limpias y una remera grande de mangas cortas con los que vestirse después de la ducha que, obviamente, necesitaba.

Se introdujo en el baño, de nuevo, con cautela de no despertar al Omega.

En ese momento, se lamentó por llegar tan tarde. Últimamente, apenas tenía tiempo para ella. Todo era trabajo, trabajo y más trabajo. Negocios, acuerdos necesarios y tratados entre países que lograran elevar su imperio todavía más alto. Pero aquello le estaba pasando factura, porque Jack su Omega, estaba pagando las consecuencias. Ambos, si tenemos en cuenta el desespero de la Alfa cada vez que tenía que marcharse de viaje por semanas. Pero en el fondo, el que más sufría y no lo decía en voz alta, era Jack.

↷✦; Miel; [Jelsa] ❞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora