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Cuando Armin acabó de leer la carta, los dos amigos estaban llorando. Mikasa, casi sin voz, le pidió que le ayudara a levantarse.

Mikasa estaba tan débil que parecía que no sería capaz ni de llegar hasta la ventana, pero lo consiguió. Descorrió las cortinas, miró al exterior y por primera vez en años de horror su rostro estalló en una sonrisa.

Porque ahí abajo en la calle estaba Levi devolviéndole la mirada. Porque el hombre que amaba le había dicho te quiero por primera vez y ella le estaba respondiendo, muy flojito, con su aliento empañando el cristal de la ventana.

Levi nunca pudo oír el “ich liebe dich” de  Mikasa (Te amo en alemán ~~*Esto lo agrego yo por saber alemán; Guillem no lo agrego)~~ pero lo sintió en lo más profundo de su alma como una bendición. En ese momento Mikasa  levantó el brazo a modo de saludo… Y así es como Levi lo pintó en su último cuadro.

Esa misma noche, un 12 de diciembre de 1916, Mikasa Ackerman falleció.
Tenía 22 años.

El silencio cae en el salón de Annie Arlet como una sentencia. La anciana lo rompe con su voz quebrada: “al menos tuvieron ese momento. Otros no tuvieron ni siquiera eso.”

Al día siguiente de su muerte, Mikasa  fue enterrada en el panteón familiar y Levi dejó de pintar. Sabemos que murió meses después, ¿pero qué fue de él en ese tiempo? Y lo más importante… ¿cómo acabaron enterrados juntos?

El puzzle aún estaba incompleto, pero la pieza que faltaba para completarlo no estaba lejos...

Annie rebusca en el álbum y me enseña una foto de la tumba de Mikada de 1916. Efectivamente fue enterrada sola.

Se me hace raro ver ese espacio vacío al lado de su nombre. Es como si Levi estuviera destinado a ocuparlo en otra tumba del futuro. Le pregunto dónde puedo encontrar esa lápida, pero la anciana me dice que ya no existe y retoma su relato.

Media ciudad acudió al funeral de Mikasa. La pequeña de los Ackerman había muerto como una heroina e iba a ser enterrada con honores. El oficio tuvo lugar en la Iglesia de la Colina, al lado del instituto de los chicos y el cementerio.

Levi se presentó a media ceremonia con el alma rota. El cura interrumpió su homilía al verle entrar y todos los asistentes contemplaron con asombro cómo se dirigía al ataúd para darle el último adiós a la mujer  que amaba.

Pero Levi no pudo hacerlo. Pixis Ackerman se plantó delante de él en el pasillo, lo agarró por las solapas y lo arrastró al exterior. Levi suplicaba entre lágrimas que sólo quería despedirse. Por toda respuesta, el padre de Mikasa lo lanzó al suelo y le propinó varias patadas.

Armin Arlet lo contempló todo desde su banco lleno de rabia y culpa, pero no se atrevió a hacer nada. Nadie movió un dedo.

En la calle, la sangre y las lágrimas fundían la nieve bajo el cuerpo de Levi Ackerman. El chico se levantó como pudo y juró que jamás volvería a Sighisoara.

La ciudad estaba demasiado llena de recuerdos que no dejaban de acecharle y de vecinos que lo miraban con desprecio. Con Mikasa muerta, sentía que ese ya no era su lugar y que su vida carecía de todo sentido.

Y cuando la vida deja de tener sentido, lo único que te guía es la muerte. Por eso Levi volvió a la guerra, que aún estaba lejos de terminar.

I N M O R T A L (RivaMika)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora