1ª parte: La versión de ella

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Diciembre del 2002

Odiaba las navidades. Eso me venía de mis padres, que nunca mostraron ningún espíritu navideño. Desde niña no he vivido la navidad como el resto de mis amigas: muy pocas veces hemos montado un árbol de navidad o belén en casa, apenas recibía regalos para Papá Noel o Reyes Magos, y las nochebuenas las pasaba a solas con mi madre, refunfuñando por la ausencia de mi padre al que apenas se le veía el pelo por casa. Sinceramente, no hemos sido una familia muy unida. Mi padre siempre estaba de viaje por su trabajo, y el poco tiempo que se encontraba en casa lo pasaba discutiendo con mi madre. Mi madre trabajaba en la hostelería y cuando no estaba trabajando solía estar en el bingo. No tengo hermanos así que me he acostumbrado a vivir prácticamente sola, sin el cariño que se puede recibir de una familia normal. No es de extrañar que odiara la navidad. Aunque aquella navidad iba a ser totalmente diferente, iba a descubrir lo que significaba la palabra amor.

Meses atrás conocí a un chico por el chat. Fue nada más llegar a aquella ciudad. Desde nuestra primera conversación me gustó mucho su manera de pensar y lo divertido que era. Nos mandamos unas cuantas fotos y nos gustamos. Quise quedar con él para conocerle personalmente porque por internet la gente no suele mostrar su verdadera personalidad, pero antes de proponérselo yo lo hizo él. Vivíamos muy alejados el uno del otro pero acordamos un punto intermedio adecuado para ambos.

La ciudad ya apestaba a navidad: sus horribles villancicos; los falsos Papa Noeles regalando a los niños caramelos que seguro ya estaban caducados; la excesiva iluminación navideña de todos los colores que abundaba en las calles y en los comercios... Me parecía tan patético todo aquello.

Quedamos en una plaza donde había una tienda de música que no paraban de poner villancicos a todo trapo. Ya eran las siete y cuarto y habíamos quedado en punto. Ya me dolía la cabeza de escuchar tanto villancico. Cuando pasó más de un cuarto de hora, y al comprobar que no aparecía por ningún lado, me fui para casa. Me decepcioné. Pensaba que era diferente, que no era el típico tío del chat que no daba la cara.

Por la noche me conecté al chat y me lo encontré conectado, como si no hubiera pasado nada. Le abrí un privado y le escribí que cómo tenía la poca vergüenza de conectarse con el mismo nick después del plantón que me había hecho, pero no me contestó. Cuando estaba a punto de desconectar me respondió. Me escribió que lo sentía mucho, que no pudo ir porque le salió un imprevisto, que la siguiente vez que quedáramos sería por mi barrio. Yo le respondí que no pasaba nada, que quedábamos otro día. Quizá le juzgué injustamente antes de darle la oportunidad de explicarme el por qué no asistió.

Quedamos dos días después en una cafetería que se encontraba a cinco minutos de mi casa. Fue puntual. Estuvimos algo cortados los primeros minutos. Comprobé que en persona era más guapo que en las fotos. Coincidimos en pedirnos café con leche y comenzamos a charlar, ambos aún algo nerviosos. Poco a poco nos íbamos soltando, conversando sin los nervios de los primeros minutos. Aún me sorprendió más su forma de ser, incluso mejor de la que me mostraba por internet. Me llevé una gran sorpresa.

Después de una larga hora conversando y conociéndonos mejor, nos fuimos de aquella cafetería y me acompañó a casa. En el camino me propuso salir a cenar para aquel sábado. Aquello olía a cita. Sin dudarlo le dije que sí. Cuando llegamos a mi portal, nos dimos nuestros números de móvil y nos despedidos.

Aquel sábado estaba algo nerviosa. No sabía qué ponerme. Me decidí por el vestido negro que me quedaba tan bien pero que no me solía poner muy a menudo. Quizá no me hubiera preocupado tanto si hubiera quedado con otro chico, pero no sé por qué con él era diferente.

Quedamos en el mismo lugar donde la anterior ocasión y fuimos a un restaurante italiano donde se comía muy bien. Estuvimos hablando durante toda la cena. Coincidíamos en muchas cosas, sobre todo en nuestra manera de pensar. Lo que menos me gustaba de él era su exagerado espíritu navideño. ¡Menuda obsesión! Algún defecto tenía que tener.

Nuestro Árbol de Navidad (Una historia de amor)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora