4º parte: Los últimos días de él

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Enero del 2003

         La gente se besaba felicitándose el año nuevo. No sería su mejor entrada de año nuevo pero, al menos, intentaban olvidar por un momento de que se encontraban en un hospital.

        Mis padres y mi hermana se acercaron para felicitarme el año. Me preguntaron que cómo me encontraba y, aun mintiéndoles, les respondí que mucho mejor. No quería preocuparles más de lo que lo había hecho ya.

        Llevaba algo más de una semana en aquel hospital, esperando desesperadamente que mi chica abriera los ojos. Me estaba saltando el tratamiento de mi enfermedad que debían realizarme en el hospital de mi ciudad, pero aquello era lo que menos de importaba. Lo que no sabía entonces que, a causa de ello, me estaba restando días de vida.

        Cuando siguieron con la típica celebración, me pude escapar sin que mis padres se dieran cuenta. Todavía me quedaba una persona por felicitar el año.

        Entré a su habitación y me quedé observándole por unos segundos. Me dolía mucho verla así, postrada inmóvil en aquella cama, enganchada a sondas, vías y otros cables, y rodeada de grandes máquinas, a la espera de que apareciera un donante de corazón. Los médicos, tras aquella nochebuena en la que comenzó a sangrar por la nariz, detectaron, tras varias y delicadas pruebas, que el accidente le había dañado el corazón, y si no encontraban a un donante en unas semanas se le pararía. Supuse que no sólo el accidente había tenido la culpa, ya lo tenía muy malherido por mi culpa. No sé por qué fui tan egoísta al no contarle la verdad sobre mi enfermedad. Lo único que deseaba es que se pusiera bien para tener la oportunidad de contársela y decirle que la amaba.

        Aquellos días nevaba mucho. Desde la ventana de la habitación se podía contemplar cómo la ciudad se envolvía en un manto blanco.

        Los médicos estaban haciendo todo lo posible para encontrar un donante, pero era muy difícil. No sólo bastaba en encontrarlo, quedaba que la familia aceptara donarlo y que su cuerpo no lo rechazara. Deseaba hacer algo por ella pero en aquellos momentos no podía hacer otra cosa que quedarme con los brazos cruzados. Dicha situación me impacientaba aún más al saber que su tiempo se estaba acabando y que no podía hacer nada por ella.

        El día de reyes recibí el mejor regalo que pudiera haber soñado. Los médicos me comunicaron que tenían un posible donante. Se trataba de una chica que tuvo un grave accidente de moto y que no iba a sobrevivir. Su corazón era compatible ya que tenía el mismo grupo sanguíneo. Sólo quedaba un último requisito: de que los padres aceptaran donar los órganos de su hija. Todavía quedaba una pequeña esperanza de que mi chica se pusiera bien.

         Aquellos días estaba algo más ilusionado. Mis padres también estaban muy contentos por la buena noticia, pero tanta felicidad tenía el tiempo contando. Los médicos nos comunicaron que los padres de la posible donante se negaron a donar sus órganos. Aquella noticia me desconcertó. No podía creerlo. Mis padres me dijeron que no me preocupara, que pronto encontrarían otro donante, pero yo sabía que me lo decían para consolarme. Su corazón le quedaba muy poco tiempo de vida y aquella donación hubiera sido la última oportunidad. Pensé que solamente me quedaba una opción. Tenía que intentarlo. Por ella.

        Después de insistir y suplicar al médico que llevaba su caso que me diera la dirección de los padres de la chica del accidente, me la dio, saltándose las normas del centro hospitalario. Me hizo prometer que no dijera que fue él quien me la dio.

        Salí del hospital y cogí un taxi. Me llevó a la dirección que me dio el médico. Cuando llegamos a nuestro destino, me bajé del taxi algo nervioso. No me había preparado ningún discurso ni nada, pero era mejor así. Sólo tenía que escuchar lo que me dictara mi corazón.

Nuestro Árbol de Navidad (Una historia de amor)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora