NAKAMURA

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Erguido y orgulloso caminaba, con la disciplina que la milicia le había inyectado a su vida. Los pasillos de suelo marrón le recordaban al colegio militar en Minsk, donde conoció a Rita. Las paredes cremas se asemejaban al color del vestido que su adolescente novia utilizó para su tercera cita, junto con unos gastados zapatos de charol. Decidieron faltar a clases aquel día solo para besarse a las afueras de la colonia, junto al río negro. Fue toda una hazaña para ellos dado que los padres de la señorita la tenían muy bien vigilada, y repudiaban que estuviese entrometida con un joven de piel marrón. La extrañaba.

Volteando a la derecha se encontró con la entrada al salón de baile. Era un espacio enorme, con techo blanco como el yeso, y con una enorme araña de luz colgando, iluminando todo. Buscó al señor O'Connor con la mirada mientras se arreglaba el uniforme. Coroneles, tenientes y capitanes llenaban el lugar junto con familiares y esposas.

- ¡ATENCIÓN¡ - gritó un hombre - ¡GENERAL EN CUBIERTA! – los militares de todo el salón saludaron a Nakamura acercando la mano derecha al pecho, con rapidez y fuerza. Codo elevado, pies juntos, mirada recta.

Una menuda señorita de traje gris se le acercó:

- General Nakamura – saludó – acompáñeme, el señor O' Connor lo espera en su despacho.

Siguieron el camino que se acababa de abrir entre la muchedumbre, y subieron unas amplias y pulcras escaleras de mármol. Caminaron un pasadizo vacío, esta vez de suelo granate, y llegaron a una alta puerta de madera adornada con detalles en alto relieve: una cabeza de toro cruzada por dos espadas. La joven abrió la puerta y Nakamura ingresó detrás de ella.

- General Nakamura, qué bueno que llega – O'Connor se encontraba sentado junto a su escritorio, mirando por encima de sus anteojos y soltando sobre la mesa unos papeles que estuvo leyendo antes de ser interrumpido por la llegada de Nakamura.

- Noto que sus invitados están muy a gusto allí abajo, señor O'Connor – dijo, extrañado, quitándose el sombrero y colocándolo bajo el brazo.

- Celebran la boda de mi hija, general – se quitó los anteojos – No podía dejar pasar un día tan importante como este. Lo entiende, ¿Verdad?

Nakamura quedó en silencio, tomándose las manos, mirando seriamente al asesor presidencial.

- Tome asiento, por favor. Y empecemos – se acomodó.

Nakamura seguía de pie y con mirada aguda. Hubo un silencio incómodo.

- Enviamos espías a Terumo, general – esperó respuesta, pero no la obtuvo – Regresaron con valiosa y nada favorable información – prosiguió – Terumo ha conseguido más armas. Han encontrado externos.

- ¿Por qué no se me comunicó sobre esta misión antes de llevarse a cabo?

- El ministro de defensa y yo estuvimos de acuerdo en que usted se negaría a apoyar nuestro plan. Al igual que Burdisso. – explicó.

- Y con justa razón, señor. Acercarse a Terumo es una misión suicida. Borca podría acabar con nosotros, tal y como lo hizo hace 13 años – exclamó, frunciendo considerablemente el ceño.

- ¿Tiene miedo, general? – preguntó O'Connor, sonriendo burlonamente. Se puso de pie, tomó los papeles que estaban sobre su escritorio y los acercó.

Nakamura quedó mirándolo unos segundos con cierto enojo. Tomó los papeles.


Terumo. Jueves 19 de enero del 743.

Señor Carlos Jonhson, me encuentro en el mismo lugar en donde la tropa nos dejó. Mi compañero, Marck Zignago, y yo, hemos logrado localizar 4 entradas a Terumo a través de la muralla noroeste, todas resguardadas por soldados terumitenses. Solo algunos tienen armas.

CÓRYABITWhere stories live. Discover now