-No me haga daño, porfavor. –susurré.
Veo como se va acercando cada vez más a mí, con una risa odiosa, cierro los ojos con fuerza al sentir que mi cuerpo es estampado contra un coche. Siento sus brazos en mis hombros, sigue riéndose.
-¡Suélteme! –grito.
Y abro los ojos de golpe. Miro a mi alrededor, estoy en mi habitación, tumbada en mi cama, sudada.
-Solo fue una pesadilla, Ali, solo una pesadilla. –me susurro para mí misma.
Cuando me relajo un poco, oigo un grito proveninete de la habitación de mis padres. Al principio dudo en levantarme, pero opté por la valentía y me levanté silenciosamente. Me dirigí a la habitación de mis padres, y al abrir la puerta de ésta, me llevé la imagen más temerosa, más bien, asquerosa. Había un dos individuos encima de mis padres, sacándoles sus tripas de sus cuerpos. Lloré silenciosamente, sin saber que hacer, empecé a andar hacia atrás sin quitar la vista de esa espeluznante imagen. Pero para mi mala suerte tropecé contra algo, y me caí. Observé contra qué me choqué y abrí tanto los ojos que pensé que se me saldrían de mis órbitas. Mi hermano, mi hermano pequeño lleno de sangre. Me levanté al instante y en ese mismo momento dejé de oír los ruidos que hacían esas extrañas formas. Seguí mi camino hacia la puerta y vi como de la habitación de mis padres salían las cosas esas. Corrí hacia la puerta intentándola abrir pero fue en vano. Seguí haciendo fuerza, pero nada. Empecé a desesperarme, pero en el momento en el que ellos estaban a dos metros de mí se abrió milagrosamente la puerta y salí de allí corriendo, salvando mi vida. Fui en dirección a la montaña, a los bosques, a la cima, a lo más alto. Corría más rápido que ellos, me alegro de haber escuchado a mi padre, por haber hecho ejercicio con mi cuerpo, para estar preparada a cualquier cosa que pasase en mi vida, ya que en el siglo XVIII todo podría ocurrir. Seguí corriendo hasta llegar a lo más alto de la montaña. Cuando llegué ya estaba casi anocheciendo, disminuí la velocidad y pasados unos minutos me encontré con una casita de madera. Me acerqué a ella, no sabía por qué, pero me daba confianza. Cuando estaba por poner el pie en el primer escalón, ví como salía un hombre de unos treinta años por la puerta. Me asusté e intenté alejarme, pero no sé como el señor me cogió del brazo. Mis ojos se cristalizaron al instante. No quería morir.
-No te preocupes niña. –dijo sonriendo.
Lo miré extrañada, ¿quién era? ¿haría lo mismo como hicieron esos monstros con mis padres?
-Vamos, no tengas miedo, yo te protegeré.
Le sonreí, y entramos a la casa. Me ofreció sentarme en un viejo sillón y me dió un té. El hizo lo mismo.
-Dime, ¿de dónde vienes? ¿Cuántos años tienes?
Sorbí un poco de mi té, aún caliente y le contesté.
-Vengo del pequeño pueblo Shamsville. Está bajando la colina. Y tengo 16 años.
-Bien, oí sobre Shamsville. –se quedó pensativo por un momento. –Creo que tenemos tiempo para entretarte.
-¿Entrenarme? ¿Para qué?
-Mañana preguntarás. Ahora, vete a dormir.
Señaló una cama ya un poco rota, pero estaba bien para dormir. Me eché en ella, y cerré los ojos, intentando conciliar el sueño, pero me fue imposible. Todo el rato despertando por esa maldita pesadilla, añadiéndole la escalofriante muerte de mis padres. Me giré mirando hacia el techo, había unas cuantas grietas y era de color amarillo. Mañana ese hombre me explicaría todo lo que está pasando.