*Pasados 2 años*
-Bien, ¡lo estás haciendo mejor!
Seguí tirando los pequeños cuchillos a los sacos llenos de paja, intentando darles en el centro, en el corazón.
-Vale, niña, ya puedes parar.
Odiaba cuando me llamaba así, tengo nombre. Bufé y me dirigí a recoger los cuchillos clavados en los hombres de paja. Mientras los recogía noté algo moverse por el bosque, miré atentamente, estando en alerta. Un arbusto se estaba moviendo, me acerco más, y cuando estoy apunto de atacarle sale un indefenso conejo. Suspiro aliviada y me alejo, llendo a la casa de madera. Al llegar ataqué con mi pregunta, intentando obtener su respuesta.
-¿Porqué siempre me llama niña? Tengo nombre, y muy bonito. Alice. Además ya tengo 18 años. –dije enfadada.
-Mientras vives aquí haré lo que quiera. Ahora siéntate y come.
Sin reprochar me senté en la mesa y tomamos una sopa de ajo, ya por tercer día que repetimos este plato. Durante estos dos años, Josh el viejo que está sentado en frente mía, no me ha dicho porqué debo de estar entrenando todo el día. Siempre que se lo pregunto o me evita o me responde con un simple ‘debes estar preparada’ y se esfuma sin más. Meto la cuchara llena de sopa y lo miro, dudosa, ¿me quiere ayudar? ¿de verdad? Cuando intento abrir la boca para preguntarle algo, se oye un ruido, muy fuerte, algo sobrenatural. Josh se levanta bruscamente cogiéndome del brazo y llevándome a la guarida que creó para protegerse de no sé qué. Me metió y me encerró. Empecé a patalear e intentar abrir la jodida puerta pero me era imposible, así que me quedé sentada en silencio. Confiaba en Josh, yo sé que puede enfrentarse a lo que haya aquí. Los ruidos extraños siguen oyéndose y oigo un grito de parte de Josh. Abro los ojos aterrorizada, e intento abrir otra vez la puerta, pero me es imposible. Lloro por no ser capaz de abrir una maldita puerta y me quedo pegada en la puerta, cuando los ruidos ya no se escuchan, intento por milésima vez abrir la puerta, y esta vez tuve éxito. Cuando la abrí todo estaba oscuro, era de noche. Miré a mi alrededor y había un menorá y lo encendí, intenté encontrar a Josh y lo encontré, tirado en el suelo y encogido. Directamente me dirigí a él corriendo, dejé la menorá y le cogí de la cabeza.
-Josh, dime que estás bien. –dije llorando.
No me contestaba, acerqué mi oído a su cara, respiraba. Bien. Al menos sabía que no estaba muerto, que tenía alguna esperanza. Cuando me giré para encontrar algo con que curarlo, empezó a toser.
-Ali... –dijo aún tosiendo.
-No hables Josh, descansa.
Le quité el pelo que le molestaba de la cara, pero cuando la pasé, Josh bruscamente cogió mi mano y observó mi muñeca. En ella había una marca de nacimiento. Según me dijieron mis padres era de parte de una descendenia, no recuerdo más.
-¿Desde cuándo tienes esta marca de nacimiento? –dijo asombrado.
-Desde que nací, pero no hable, le dolerá.
-Ali..., esta marca de nacimiento... es un peligro si lo ven... ten cuidado.
-¡¿Qué?!
Y en ese mismo instante se desplomó en mis piernas.
-¡No! ¡Josh! dime ¡¿qué significa esto?! –grité desesperada.