I.- La canción de un corazón roto.

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“Dicen que a lo lejos puedes escuchar una canción, todos los días a la misma hora, la canción resuena por las viejas ruinas, surcando el bosque hasta llegar a la pequeña villa a sus pies. ¿No crees que es algo mágico, Kei?”

— ¿Y quién canta esa canción?

“Nadie lo sabe, tampoco se sabe en qué idioma está hecho, algunos escuchan la letra, otros escuchan los ruidos de un ave, es un gran misterio. La gente se ha adentrado, pero no se ha visto nadie en las ruinas.”

— Ya veo… pobrecito.

“Ese lugar ya no tiene un Rey, pero hay una familia que desciende de ellos, ya no se encargan de la villa, pero tienen suficiente dinero para decir que es de ellos. Incluso tienen empresas en la ciudad”.

— Hmm… Algún día quiero ir ahí. Tal vez yo sí encuentre a quien canta.

“Tal vez necesita a alguien que lo escuché, como tú Kei.”

— ¿Verdad? ¡Me esforzaré!

La plática de un pequeño niño no más de seis años y su madre, quién amaba contarle cuentos, el de hoy había sido diferente, lo sabía desde que su madre comentó acerca de tal rumor. Cualquiera podría tomarlo como una simple leyenda urbana, pero para un niño era lo más mágico y emocionante que había escuchado.

En las vacaciones sus padres lograron juntar un poco de dinero para cumplir el sueño del infante, escuchar la canción en persona seria algo épico y emocionante. La aldea era grande, pero era claro que todos adoraban al extraño ser que cantaba todos los días al atardecer, como si estuviera dando la bienvenida a la luna.
La primera vez que lo escuchó no lo creía, estaba tan emocionado que no pudo evitar correr por las calles separándose de su madre, quería acercarse más a ese lugar, algo le decía que debía ir, no entendía ese idioma, pero su mente se había desconectado por un momento y solo tenía un objetivo. Estuvo a punto de pisar el límite de la villa cuando una voz le hizo detenerse antes de cometer un error.

— ¿Qué haces niño?

Los ojos turquesa se plantaron en el más bajo, era un joven hombre, no creía que tuviera más de unos veinte y tantos, probablemente era un guardia del lugar. Negó varias veces con su cabecita hasta que volvió a escuchar la canción que le llamaba.

— ¡Eso! ¿Lo escuchas?

— Todos los días por casi veinte años. ¿Qué tiene?

— ¡Está solo! Debo ir donde él.

— ¿Te caíste al correr? Ese lugar está cerrado, después de todo el único puente que te lleva ahí está roto, a menos que puedas volar no podrás cruzar. Deja de ser una molestia y regresa.

— Pero él está muy triste…

— ¿Cómo lo sabes?

— Solo lo sé.

El pelirrojo se mantuvo observando, chasqueó la lengua y tomó la manita del pequeño con tal de llevarlo de nuevo al centro de la villa, tal vez con las autoridades para que localicen a su familia.

— ¡Déjame, tengo que ir!

— No, es una orden.

— Tú no eres mi papá.

— Pero soy mayor y debes obedecer.

— Hmp. ¡Pues yo te odio!

— Perfecto, únete a la lista. ¿Dónde están tus padres?

— … No sé.

Las lágrimas comenzaron a caer, ahora que caía en cuenta no recordaba cuánto corrió o siquiera se fijo por donde pasó, confundido y aterrado no tuvo de otra más que aferrarse a la mano que le sujetaba.

— ¿Ahora te dignas a llorar?

— ¡No me había dado cuenta, tonto!


— … Eres un mocoso bastante extraño.

— Y tú un adulto muy amargado.

Ambos refunfuñaron su caminata en busca de los padres del chico había empezando cuando por segunda vez la extraña canción se escuchó por el lugar, el rubio se detuvo y con ello a mayor, éste no le soltó, agudizó el agarre para que no escapase, pero el menor intentaba con todas sus fuerzas, en un descuido el agarre se aflojó y el niño salió corriendo en dirección al bosque.

— ¡Maldita sea eso es peligroso!

Rápidamente el pelirrojo corrió tras el, no comprendía como era que el pequeño era tan rápido como para escabullirse entre los arbustos, en segundos lo había perdido de vista, pero si se dirigía a las ruinas solo había un camino, lo sabía, no podría llegar, a menos que, no, no era tan idiota para hacerlo ¿No?
El grito del más pequeño le hizo apresurarse, corrió tan rápido como sus piernas le permitieron, al punto en que estás dolían del cansancio, al llegar al puente, el rubio estaba de rodillas, con unos cuantos raspones y varias lágrimas en sus ojos, en sus manitas llevaba un extraño adorno, pero poco le importaba de dónde salió.

— ¡Oye! ¿Qué sucedió?

— Había una serpiente, pero…



— ¿Pero?


— Un conejo blanco se peleó con ella.

— Las serpientes comen conejos.

— ¡Pero el conejo ganó!

— Eso es imposible, vamos, tus padres deben estar preocupados, ya has visto que no puedes cruzar a las ruinas ¿No?

— Sí …

Las lágrimas continuaban, el mayor no tuvo de otra más que cargar al menor en sus brazos, el chico intentaba no hacer ruido, por lo menos su atención se posó en el objeto de sus manitas.

— ¿Qué es eso?

— El conejo me lo dio. Es bonito, es una pulsera. Pero aún soy pequeño para usarla.



— ¿El conejo? Mejor no preguntaré. En ese caso debes cuidarlo y ya.

— ¿No me lo vas a quitar?

— No, si lo encuentras es tuyo.

— ¡Gracias! No eres tan amargado entonces.

— ¿Ese es un cumplido?

— ¿Cómo te llamas?

— Enji.

— Oh, yo soy Keigo, señor.

— No soy señor, no aún.

— ¿Solo Enji?

— Supongo. De todas formas no creo que nos volvamos a ver, niño.

— Hmm… ¡Cuando sea grande volveré aquí!

— Para eso ya no estaré.

— ¿Y cómo te daré las gracias?

— ¿Por qué? Por sacarme del bosque y por llevarme con mis papis.

— … Solo di gracias y ya.

— ¡No!

— Qué pesado.


Enji cumplió con su palabra, no fue difícil encontrar a los padres del niño, ya estaban moviendo mar y tierra con tal de encontrarlo, agradecidos, intentaron recompensar al pelirrojo, pero este se negó. Ese mismo día Keigo y sus padres regresaron a la ciudad, dejando al extraño poblado a lo lejos y los recuerdos de una pequeña aventura en el pasado.

Los años pasaron y Kei logró matricularse en una buena escuela gracias a que trabajó bastante duro por una beca, a sus padres no les fue muy bien económicamente, pero el chico logro dar lo mejor por salir adelante, incluso tenía la oportunidad de transferirse a una mejor universidad, pero él eligió otra completamente diferente, los profesores dudaban si aceptar la propuesta pero después de tanta insistencia logró transferirse al la pequeña ciudad que años atrás visitó, él no había cambiado su meta.

Rentar un departamento no fue difícil, el costo era barato debido a la zona donde se encontraba, y aunque al principio el lugar era un desastre, desde el primer día se dio el tiempo para arreglarlo a su gusto. Su cacera le había comentado que en esa área vivía mucha gente adulta y ancianos, ver a un chico de su edad era raro pero los vecinos estarían encantados de ayudarle en lo que sea.

Casi anochecía y había optado por buscar algo de alimento, comprar víveres para el almuerzo de mañana y demás, la amable anciana que tenía de casera le indicó los lugares donde podía acudir, un minisuper casi a dos cuadras de los departamentos.

— Qué raro.

Se dijo a sí mismo, era la hora de escuchar esa triste canción, pero al parecer no había sonido alguno, tal vez había cambiado la hora de escucharle. Negó varias veces y continuó con lo suyo. La luna ya estaba en lo alto y el seguía sin ninguna respuesta.

— ¿¡He venido hasta aquí por ti y no suenas!?
Furioso dio media vuelta para seguir con su caminata, no se dio cuenta que había alguien cerca, por lo que terminó chocando con el extraño. Poco a poco se reincorporó, así cómo recogió alguna de las cosas que cayeron, lo siguiente que sus ojos notaron fueron unos turquesas que le observaban.

— Fíjate donde caminas mocoso.
Respondió el hombre con seriedad y con un porte intimidante. El chico se mantuvo callado, pero sus ojos se iluminaron al ver esa inigualable cabellera roja; la suerte le había sonreído.

— ¡Eres Enji!

— ¿Qué? ¿Tú cómo…?

— Sigues siendo tan alto y amargado. Planeaba buscarte después de clase, pero no pensé que te encontraría tan rápido. ¡Hurra para mí!

— … ¿Y tú?

El mayor no recordaba muy bien al chico, si bien su cabellera rubia y alborotada se le hacía familiar, era bastante extraño que le hable de una manera tan poco formal como su nombre, un número limitado de personas le podía llamar así.

— Enji ¿Por qué la canción ya no suena?

— ¿La canción? Ah, te refieres a las ruinas… Espera.

Sí, ahora recordaba, solo conoció una vez en su vida a un chiquillo obsesionado con esas ruinas, volvió a observar detenidamente al muchacho, éste le sonrió en respuesta.

— Tú eres ese niño ruidoso y llorón.

— ¡No soy llorón!

— Como sea. Ellas dejaron de sonar desde el día que te fuiste, al final creemos que solo era el viento que hacía ese sonido entre la arquitectura vieja de ese lugar.

— ¡El viento no hace esos sonidos!

— ¿Y tú qué sabes?

— Porque lo he estudiado. Estudiar… ¡Ah! Mañana tengo clase.

— ¿Estudias aquí?

— Sí recién me he cambiado a la universidad de aquí.

— Vaya suerte la mía.

— ¿Eso es sarcasmo?

— Debo irme niño, si llegas tarde serás expulsado.

— ¿Eh? ¿Por qué?

El rubio Infló sus mejillas sin prestarle atención a las palabras del otro, estaba seguro que solo lo hacía para molestarle. ¿El que iba a saber de la universidad? Parecía un hombre de negocios.

Al volver a su departamento comenzó a preparar sus cosas, si se apresuraba a tener todo listo, mañana tendría un buen día. Mientras la comida hervía se sentó a leer el folleto de la escuela, le habían dicho que le eche una ojeada, pero no había salido la oportunidad hasta ahora.

El campus era grande, incluso tenía sus propios dormitorios, aunque el decidió no estar en ellos debido a que estaban bastante vigilados, escuchaba que era una escuela muy estricta y no todos llegaban a graduarse. Aparentemente la escuela era parte de la propiedad de una familia en especial; “Todoroki” ellos tenían más del cincuenta por ciento de las propiedades de la ciudad, estaban que vomitaba dinero.

Deberá acostumbrarse a esa vida.

Se preguntaba si volvería a ver al pelirrojo, aún no le había agradecido por lo de la otra vez, se lo había prometido, pero… ¿Por qué sentía que debía agradecerle por algo más? Su cabeza dolía cada que pensaba en ello.

Esa noche, Kei había logrado conciliar el sueño más tarde de lo habitual, en sus sueños, podía escuchar a alguien llorar, aunque todo estaba lleno de una espesa niebla, su vista apenas y podía notar el color rojo, el suelo estaba lleno de unas plumas rojas y ¿Sangre? La voz intentaba decirle algo, pero no lograba escucharlo, gritaba esperando conseguir una respuesta, pero la niebla se hizo más densa y después… El sonido del despertador le hizo levantarse de golpe.

Su primer día de clases era cierto.

¿Pero qué habrá sido eso?

Su cabeza sintió una punzada y al tocarse el rostro pudo sentir pequeñas gotas de agua. ¿Había llorado? No entendía nada.









Un deseo, segunda oportunidad. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora