La pareja esperó un rato en el bosque. Pero Bill estaba preocupado por Tom, el lobo estaba desnudo y hacía mucho frío. Trató de darle calor, abrazándolo, pero el pelinegro era tan delgado que no lograba su cometido y una lágrima se escapó de sus achocolatados ojos.
—¿Qué pasa, mi amor? —Preguntó el rastudo, preocupado.
—Estás helado, Tom, temo por tu salud —respondió mirándolo, con sus ojos aguados.
—He pasado por cosas mucho peores y lo sabes. No soy débil, mi raza es poderosa —aseguró, besando la comisura de los labios contrarios.
—Y hay algo más —El lobo le miró expectante—. Aún soy joven Tom, no sé si tendré el respeto de los demás —susurró el moreno, soltando de repente un temor que sólo minutos atrás, había surgido en su mente.
—Desde hoy seremos los dos y yo te protegeré de todo mal que exista en el mundo —declaró el rastudo, completamente seguro de sus palabras.
—¿Cómo lo harás? Ni siquiera conoces el mundo, Tom. —Se quejó el menor.
—Conozco lo más malo del mundo, pero también conozco lo más hermoso de él, por ti, Bill —susurró, abrazándole fuerte.
—Ya hemos esperado mucho, ¿no crees? —opinó, acariciando una de sus rastas.
—Sí, la tierra ya no tiembla, debemos regresar antes de que vaya alguien de la ciudad y me vea fuera, sin grilletes —comentó, demostrando su seguridad. Tom se levantó y le extendió la mano para ayudarle a ponerse de pie también.
—No te preocupes, Tom, ya nadie te tratará mal —comentó el pelinegro, apretando su mano.
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Caminaron de regreso, iban a paso tranquilo, ni muy apresurados ni muy lentos, sólo lo suficiente como para entrar en calor. La casa Kaulitz, se hallaba en las afueras de la ciudad, pero el humo de los incendios era perfectamente visible a la distancia. Se oían gritos a lo lejos, sin duda, ese temblor había causado caos en todo el pueblo.
La propiedad aún estaba en pie, pero algunas murallas habían cedido y ahora yacían en el suelo. Se podía ver algunos brazos por debajo de ellas y el pelinegro reconoció los cadáveres, todos eran del grupo de empleados de la familia y algunos ayudantes de su padre.
Jorg Kaulitz, el padre del menor, también yacía bajo los muros, pero el joven no sintió ningún malestar, al contrario, su corazón le decía que la naturaleza se había cobrado por haberle causado tanto daño a uno de los suyos, a Tom.
—¿Quieres que lo saque de ahí, Bill? —Preguntó el rastudo, al ver que el otro no dejaba de mirar el cuerpo sin vida de su progenitor.
—No, Tom, se merece estar ahí. Ven acompáñame, debo ir a la caja fuerte. —Le tomó la mano—. Pero primero, vamos por algo de ropa. —Lo guió escaleras arriba, a la habitación de John, el jardinero, él tenía una complexión más musculosa y su ropa seguro le quedaría a Tomi—. Toma pruébate esto —pidió el pelinegro, pasándole unos pantalones oscuros, una camiseta blanca y una camisa escocesa muy mona.
—Vaya, ropa limpia —La miraba casi con admiración.
—Vamos Tom, es sólo ropa, lo bueno es lo que está bajo ella —agregó el moreno, alzando una ceja.
—Después me gustaría practicar aquello de la otra vez —susurró el lobo, enrojeciendo hasta las orejas.
—¿Qué? ¿Hacer el amor? —dijo para molestarlo.
—Eso —Tosió, luciendo adorable.
—Claro que lo volveremos a hacer, pero sin cadenas, sin el frío del piso, sin escondernos, lo haremos en libertar y en una cama y será maravilloso. Te lo prometo. —Le besó.