Sinceramente, no sé dónde está mi cabeza ahora mismo. ¿En el libro que estoy leyendo tumbada en el sofá? ¿En el sonido del goteo del grifo del baño? ¿En el día tan alocado que he tenido? ¿O quizás en lo sola que me siento en un piso tan silencioso y pequeño como este?
A saber, pero sí sé que ahora estoy observando mi teléfono móvil con un nudo en la garganta, pensando en alguien que no me conviene.
Si algo he aprendido en mis cortos veinticuatro años, es que el amor es destructivo. Al menos el que yo conozco. Se siente como ir a una fiesta de máscaras. No ves la cara real de quien se esconde; te puede engañar, te atrapa y, cuando ya no puedes escapar, la máscara cae. Y lo perfecto se cae con ella, poco a poco pierdes la libertad sin que te des cuenta y te conviertes en un ángel caído, y sólo eres eso, alguien caído a quien han derribado hasta volverle débil. Entonces levantarse parece imposible.
Pero yo lo hice. Me levanté. Y ahora soy como un ex adicto: aunque ya no estoy atada, la ansiedad y la añoranza del dolor y del mal sigue ahí y no se va.
¿Ves? Lo que yo decía, es destructivo.
Atrapo el móvil y llamo a alguien que sí me hace bien. Esther no tarda ni treinta segundos en responder a mi llamada, diciendo:
—Qué pasa, zorra —niego con la cabeza a la vez que sonrío.
—¿Cómo andas? —le pregunto.
—Bueno... ya sabes... aburrida, de aquí para allá sin hacer nada... —se escucha una voz de fondo que me hace fruncir el ceño.
—Esther, ¿está Jordi contigo?
—¿Qué? —exclama, alargando más de lo necesario la palabra. Suelta una risilla —. Para nada.
Se me escapa un suspiro parecido a una carcajada. Ruedo los ojos, porque sé perfectamente lo que pasa al otro lado de la línea.
—Mejor te llamo más tarde.
—Nooo... Ay, déjame, no ves que estoy intentando hablar con Adelaida —escucho cómo hablan entre ellos —Hey, ¿qué te cuentas?— es la voz de Jordi.
Sin duda, los dos son un caso. Llevan juntos dos años y no los he visto separarse ni una sola vez en todo lo que llevan de relación. Al principio no estaba muy convencida de si él me terminaba de gustar para ella, ya que Jordi no causa buenas impresiones con su personalidad de motero sarcástico y lanzado, pero no tardó en ganarse mi cariño. Además, él y Esther fueron de las primera personas en sacarme del meollo en el que estaba. En conclusión, se quieren tanto y son tan felices que dan envidia.
—Nada. Aquí, aburrida.
—¿Aburrida? Y una mierda —vale, al parecer es una conversación de tres y han puesto el altavoz, porque puedo escuchar como la rubia grita desde el otro lado de la estancia—. Te has mudado a una nueva ciudad, una incluso más peligrosa que en la que vivías antes, que ya es decir. Así que cuéntanoslo todo.
Y lo hago. Les cuento absolutamente todo, hasta el espectáculo de Spirit.
—Tienes que ir —sentencia sin dudarlo el novio de mi amiga.
—¿Para qué? No pinto nada allí. No sé nada de rap.
—Tonterías. Así conoces gente —Esther lo dice como si fuera lo más sencillo del mundo—. Yo, de ser tú, iría. No pierdes nada, en serio. Si no te lo pasas bien, pues nada, te vas a casa y listo.
Jordi le da la razón.
—Hacéis que todo suene tan fácil... No os soporto.
—¡Ni nosotros a ti! —exclaman en broma, ella con su voz aguda y él con su voz raspada.
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La valentía del miedo
Novela JuvenilAdelaida Coleman está harta de tener miedo, de huir. Por eso, cuando se ve inmersa en un innovador y curioso club de rap, Spirit, encuentra algo por lo que luchar. Juntos trabajan por ganarse el respeto de la ciudad, hasta que, una caótica noche, J...