El sol radiante del mediodía se colaba entre los finos huecos de mi persiana mal bajada. Mi cuerpo se negaba a levantarse, estaba fatigado, como fuera de servicio, mi mente, en cambio, estaba aborrecida de la importuna luz de la una y poco de ese sábado por la mañana.
Después de unos intentos de echar mi cuerpo al aire y mis pies a tierra, me decidí a levantarme e ir a beber un poco de agua, aun fue con el ligero temor a que mis padres hicieran consciencia de las causas que hacían de mi boca una autentica salina.
Terminada ya mi urgencia, subí a mi cuarto, ya que acostumbraba a dormir en la habitación de invitados; por motivos escasamente relevantes. La estancia podría haberse confundido con la selva Amazonas tras los tristes sucesos comenzados este agosto. Como era necesario me vestí de mi amado blanco y rojo, aunque el pañuelo no fue necesario; no me lo había quitado en todas las fiestas.
Siendo apenas las dos menos veinte y ya hechos todos mis quehaceres me vi con la inexorable necesidad de matar el tiempo. A esto le vi dos opciones. La primera habría sido posiblemente la elegida por cualquier joven, salir, pasar un ratos con tus resacosos amigos y volver para la hora de comer. La segunda, más jugosa por mi parte, sentarme frente a la pantalla de mi viejo ordenador y llenar de letras un papel A4 de Word con tan solo los borrosos recuerdos de la noche anterior.
Las letras empezaron a brotar, a surgir como por arte de magia:
Me levanté eufórico," hoy va a ser un gran día". Pasada ya la comida, y vestido como un buen Corellano, agarre la bota de vino, guardada fresca en la nevera, y fui camino de mi cuarto.
El camino no era largo, unos siete minutos, lo había cronometrado una y mil veces. Por el trayecto tuve que atravesar a prácticamente a todo el pueblo, que se hallaban con el postre en las terrazas de los bares, aun que no me cruce con ningún familiar. Ya frente a la puerta del chamizo di dos bravos golpes. Por respuesta obtuve silencio, no había nadie, o puede que simplemente no quisieran levantarse. Como respuesta solo pude sacar las llaves del segundo bolsillo de la riñonera y encajarla en esa cerradura que a mala gana abría, al entrar lo confirme, no había nadie. En esas tinieblas tuve que fingir ser un murciélago para poder alcanzar los plomos y así dar las luces. Mi lonja era curiosa: no era muy ancha y nada más entrar había una rampa que acababa en pared, pared que insonorizaba la estancia. Un punto a favor que destacar es que era larga, se dividía en unas dos salas: La primera sala era la más usada, en ella teníamos la mayoría de sillones y un gran mueble, que a pesar de tener una tele, una consola y un enorme altavoz, se había llevado mucho más golpes de los necesarios, dándole un aspecto denigrante. Las paredes de esta sala debieron de ser azules y puede que antes moradas, no era por que fuese vidente o arqueólogo pero las humedades habían despellejado todas las capas de pintura que ha este cuarto se le habían dado, aun que ahora tapizásemos las paredes con los sillones y demás mobiliario. Al final de la estancia había otra pared con un pequeño hueco que cerramos con una barra casera con todo lo necesario para prepararte un cóctel en fiesta, tenía forma de ele y vasos de plástico de distintas medidas, abundaste pajitas y varios estantes para dejar cualquier cosa que lo precisase. Además fue hecha por El Fugas, uno de los miembros de mi peña y posiblemente el más comprometido. La segunda sala tenía el aspecto de una cocina, pero el único electrodoméstico era un microondas viejo y tres neveras, de las cuales solo funcionaba una y media. Las neveras eran un caos, la que no enfriaba era pequeña y entre ella y el armario de encima de la encimera se repartían todas las botellas de alcohol que se habían comprado para esas fiestas, otra era aún más pequeña y recordaba a un mini arcón frigorífico, pero dejaba las cervezas prácticamente tibias, y la última sí que enfriaba, pero ya la habíamos traído con un olor realmente fuerte y característico, aun con esas, la usábamos para guardar las mezclas y el vino. La estancia era más pequeña, pero tenía un par de sillones, los peores de aquella cloaca a la que aún sigo llamando hogar.
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Memorias de vidrio
Teen FictionNuestro protagonista se levanta un sábado después de una larga noche. Ante la falta de entretenimiento decide plasmar en el papel los borrosos recuerdos del día anterior. Aquí en pieza la obra en la que se plantea algunas de las cuestiones de su vid...