Pelota

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Una pequeña niña rubia de 5 años, tallaba en el banco de un parque con una piedra puntiaguda su nombre, concentrada en su vandalismo no se percató de los niños, un poco mayores, jugaban cerca a la pelota y se les ocurrió la brillante idea de molestar a la niña.
Tres pelotazos, tres. Ninguno le pegó a la niña, más bien rebotaron cerca, en el borde del banco, en el respaldo del banco e incluso uno pasó de largo.
La rubiecita sabía que querían hacer, pero tenía claro que si la llegaban a tocar con ese balón los golpearía hasta que lloraran.
Allí venía ese balón, en dirección a su rostro. Tenía la habilidad suficiente para esquivarlo pero una melena castaña, casi de su misma edad, la desconcentró. Se metió en medio de la niña rubia y el balón así obteniendo el pelotazo justo en la nariz.
La niña rubia abrió los ojos preocupada y asombrada, incluso los niños.
La pequeña castaña cayó al suelo de inmediato, alarmando a los niños y rubiecita.
El trio salió corriendo de miedo, no querían tener problemas por matar a alguien, o eso les pasó por la cabeza.
La niña rubia bajó de inmediato y se arrodillo a un lado de la castaña, observo que tenia la nariz colorada y un poco de sangre salió de esta.
La rubia no sabia que hacer, iba a entrar en pánico cuando la niña del suelo abrió un ojo mirando a todos lados para luego susurrar.

— ¿Ya se fueron?

La niños rubia confundida y más que aliviada asintió. Que niña más extraña.

— eso estuvo cerca.

Dijo la morena sentándose y se limpió la sangre de la nariz como si fuera lo más normal.

Llevaba la ropa sucia, el cabello amarrado pero despeinado, varios mechones escapaban del amarre.
Un jardinero de Jean con flores en el bolsillo delantero y zapatillas blancas, no tan blancas, con varias costuras. Seguro porque muchas veces se rompió.

La castaña observo como la rubia no hablaba mucho, aún no le dijo ni una palabra. Por supuesto no esperaba un gracias pero que no dijera nada se le hacia raro. ¿Acaso era muda?

— Sí, hablo.

Dijo la más pálida sacando de sus pensamientos a la morena. Había deducido que pensaba eso pues la mayoría de las personas lo creían.
No era tímida, solo no le gustaba entablar una conversación.

— Perfecto. Soy Imra.

Se presentó la pequeña castaña extendiendo una mano hacia la rubia con una enorme sonrisa. Una brillante.
La rubiecita observo la mano a unos centímetros esperando a ser estrechada. Estaba muy sucia e incluso tenía una bandita por dedo.

— Soy Gayle.

Tomó y sacudió la mano de la castaña que la salvo esa tarde.

No se sabía si era destino o casualidad pero ese mismo año ambas se encontraron en jardín.

Último deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora