Tal vez, lo que llamamos vida fue la ilusión de ser padres, de crear. Éramos dos inexpertos que se creyeron Dios durante un rato. Estabas al borde de la cama, temblabas, apenas podías expresarme, con miedo, la voz cortada, que no te había venido. Te respondí que no te preocuparas, que todo estaría bien, y sin saberlo se me había dibujado una sonrisa. Nos aferramos con la fuerza del mundo entero y en silencio compartimos la misma felicidad. Andábamos por los diferentes nombres. Calles. Entonces, nos chocábamos con alguna bifurcación y debatíamos si fuera nena o nene. Surgían las discusiones de qué nombre sería el ideal y revolvíamos los tantos significados que ya habíamos visto miles de veces. Todo, lo hacíamos acostados, pegado el uno al otro.
Tras varios test de embarazo negativos, decidimos hacer un análisis de sangre. Matar las posibilidades. En esa semana repleta de dudas, fuimos felices (o eso creíamos). Parecíamos, de nuevo, dos tontos que se amaban por primera vez y no sabían lo que significaba la palabra convivir y pensaban que podían llenar, mordiéndose los labios, sus bocas de flores, y en vez de que se marchitasen se convirtieran en algo tan puro y único como la poesía.
Tal vez, lo que llamamos vida fue enterarnos de que nada era al igual que lo habíamos planeado, que ese no era nuestro tiempo y jamás lo sería. Nuestra vida sería estar lejos, ambos, distanciarnos para siempre.
Lejos.
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Habitación.
Ella en la cama. Él parado, nervioso.
—¿Por qué me hiciste esto? No me lo merecía. Te di todo, no sé faltaba que te diese hasta el aire que respiro —exclamó él. De a poco, la cara se le desfiguraba, los ojos se le achicaban hasta quedarse ciego, la voz se cortaba. Solo quedaba la boca abierta y el vacío que podía ser reemplazado por cualquier cosa. El corazón rebelándose con el mayor de los gritos que alguna vez había soportado la garganta. Ardía, ardía de dolor y rabia. El cuerpo se desestabilizó al igual que la razón. Cayó contra la cama.
—Vení amor, por favor ¡vení! —gritó ella. Lo aferró contra su pecho. Lloraban—. Sh..., ya está por favor —le besaba la frente—. Mi amor, ya pasó. ¡Ya está! Perdón, perdón, perdón... ¡perdón!
Silencio.
—Iba en el bondi, ¿viste?, parado contra la misma ventana de todos los días y releía los mensajes que me había desayunado junto al café. Hay ciertas cosas que pasan desapercibidas cuando uno recién se levanta...
—Me prometiste que los habías eliminado...
—Había lapsos en que pensaba que no eras vos, esa no eras vos y es que esas palabras... Me quería hacer creer, ¡mentirme como si fuese un nene!, que tal vez me había equivocado, pero después me acordaba de la discusión antes de salir y vos llorando, rogándome que te entienda, que me quedé. Entonces, me empezaba a preguntar cuáles eran tus mensajes y cuáles los de él. Si los del circulo verde o blanco. Me terminaba mareando con los colores y dejaba de hacerme la cabeza. Quería que ese bondi jamás llegase a la parada, quedarme pegado a la ventana y jamás bajarme. Pero no. Llegué al laburo en modo zombie y sin saludar, aguantándome el llanto con una sonrisa, le pregunté a mi gerente si podía irme a tomar un café... Los volví a leer, pero esta vez para jamás olvidarlos. ¡Y ojalá me hubiese quedado con el único mensaje que había entendido en el desayuno por el cual te desperté! No sabes los consejos de gente que jamás pensó que yo podía llegar a tener un problema, escuché.
—¡Los habías eliminado!
Silencio.
—¿Tengo cara de boludo? —preguntó él. Se levantó—. Debo tener. Sí, y también lo que haga falta para ser un buen boludo. Porque no es boludo y nada más, es ser: "un buen boludo". ¡El rey de los buenos boludos! Y ahí, pegado un cartel enorme que se puede ver desde lejísimos, con letras centelleantes, mi nombre y una flecha que me señala para que el mundo se entere quién es el rey de los buenos boludos. "¡Cagalo, es el rey de los buenos boludos!" "¡Ni se entera, vos tranquila que no pasa nada!"
—Estás exagerando.
—¿Lo viste?
—No lo vi, no llegamos a conocernos.
—Menos mal, no soy tan boludo. Los mensajes están y... me acuerdo de lo que leí... Me duele demasiado...
—Por favor, no los digas. Ni una sola palabra. Borralos. Sabes que yo si te hubiese perdonado una infidelidad o cualquier cosa, lo hubiésemos superado juntos. Porque las cosas se superan de a dos.
—Dejá de mentir.
—No estoy mintiendo.
—Bueno, yo no te perdono. Somos diferentes. Confié en vos. Jamás te molestaba mientras jugabas a ese juego y hablabas con tu grupo por el celu. Pero ese pibe de mierda, lo tenía acá —se agarró la garganta—. Viste que no me equivoqué, esa vez, al ponerme atrás de la puerta y escucharte hablar con él. Encima tuvo el tupe de explicarme que entre ustedes dos no pasaba nada, ni había pasado. Debe ser que tendré un sexto sentido para darme cuenta quien te tiene ganas, la puta madre. Es que ¿cuál fue la razón?
—Nosotros no veníamos bien, no me dabas el amor que necesitaba y nunca estabas conmigo, ni..., ni..., ni... sexualmente...
—¿Y por esas razones que vos sola pensas tuviste que ir a buscar amor en otro lado y ocultármelo?
—...
—Si hoy, a la mañana, no hubiese agarrado tu celular nada de esto hubiera pasado. Seguiríamos al igual que siempre.
—Esos mensajes fueron de hace meses. En ese momento que estabas atrás de la puerta, con él ya éramos amigos.
—¿Meses? ¿Sos joda? O sea que, durante este tiempo seguiste hablando "como amigos" con alguien que te atraía. Cada vez que te preguntaba qué onda con el pibe, y te afirmaba que se moría por vos, me respondías que era un amigo y tenías derecho a tenerlo, que vos no te quejabas de mis amigas. ¿En ningún momento se te cruzo la idea de que tenías un novio y lo podías hacer mierda?
—¡Te juro que no le hablo nunca más, lo bloqueo de WhatsApp!
—Soltame.
—Es que en el último tiempo habías dejado de estar conmigo y en esos momentos que me hacías falta, él estaba. Él siempre estaba. Me confundí, a cualquiera le puede pasar. ¡Confundí las cosas!
—En esto no. O sea, sí te podés confundir, no sé, haber en un gusto de helado. Ejemplo, te pido medio kilo de dulce de leche y me lo traes todo de crema del cielo. Es una flor de pelotudes y a cualquiera le puede pasar. Esto, contrario, es una forrada.
—Lo elimino, por favor. Mirá, ¡mirá el celu!
—¿Y de qué me sirve que lo hagas ahora si la cagada ya te la mandaste?
—¡Por favor!
—Basta.
—...
—No quiero estar más con vos...
—...
—Hasta acá llego mi amor...
—¡Pará!, ¡para!, ¡para!
—Pará, ¿qué?
—Te estás equivocando. Estás cansado, y cuando uno está cansado no razona muy bien. ¿Por qué no te acostas un ratito conmigo? Así dormimos la siesta y nos olvidamos de toda esta gran mierda.
—Te lo había dicho hoy a la mañana, me voy a lo de mi vieja. Corta la bocha
—Quedate conmigo, por favor. Solo hoy. Anda, de nuevo, al laburo. Pero... regresa. Comemos algo rico, te quedas a dormir y mañana..., mañana dejo que te... vayas. Dame una última noche, aunque sea por los cuatro años de relación.
—¡BASTA! ¡ME ESTÁS HACIENDO MIERDA!
Silencio.
—En la semana vengo a buscar el resto de las cosas.
Y así fue.
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Tal vez, lo que llamamos
Short Story"Tal vez, lo que llamamos" es una historia corta que narra a través de cuatro notas las partes bellísimas de una relación, pero a través de cuatro diálogos el final. Los personajes no tienen nombre (pueden ponerle el que ustedes quieran, jugar con e...