vanille 🀥gguktae ⁞OS

🀥me gustas tú

Toc, toc, toc.

La puerta del apartamento de Taehyung sonó.

Kim se aproximó hacia la entrada. Sabía quién era pero, aun así, observó por la mirilla, entreviendo en primer plano el rostro de un Jeongguk desproporcionado y graciosamente redondo por el efecto que producía el cristal. Rio.

—¡Kim Tae Hyung, te oigo! ¡Ábreme, es urgente! —vociferó Jeongguk, impetuoso.

—Ya, ya. Pasa —dijo en contesta, para seguidamente girar el pomo de la puerta.

Jeon entró rápidamente. Iba cargado con su habitual mochila negra de cuero falso, la cual parecía querer estallar de lo atestada que estaba.

—Necesito que me ayudes —declaró conciso, tomándolo por los hombros y observándole con ritus serio.

Taehyung levantó una ceja, inquiridor.

—¿Para...?

—¡He conseguido una cita con Dahyun! —exclamó, zarandeando hacia adelante y atrás el cuerpo de Kim—. ¡¿Qué me pongo?! ¿Cómo actúo? ¿De qué deberí-

—Jeon Jeon Gguk, o te tranquilizas o te calmo yo a sartenazo limpio.

—Tae, es que... creo que esto podría llegar a salir bien.

—Ajá.

—Estoy muy nervioso.

—Lo noto.

—¿Por qué tanto sarcasmo?

—Sí.

—¿Me estás prestando atención, siquiera?

—Puede.

—Odio cuando te pones tan cortante.

—Ya.

—Me estresas, Kim.

—Tú también a mí, Jeon.

—Escúchame, entonces.

—Pues no actúes como si tuvieras el motor de un Ferrari en vez de sistema nervioso.

—Vale —declaró Jeongguk—. Pero promete que me ayudarás.

—Que sí.

—¿Pinky promise? —cuestionó, ofreciéndole el dedo meñique al contrario.

—Pinky promise —aceptó Tae, entrelazando finalmente sus dedos.

Taehyung sentía que el corazón se le resquebrajaba un poco más y sabía que lo único que podía hacer era esperar a que se agrietase hasta que se deshiciera en polvo.

O no.

Era consciente de que estaba cavando su propia tumba, porque los gamma eran frágiles y febriles por naturaleza, y aquello de prescindir de la persona por la cual se les derretía el ánima los acababa llevando a una muerte segura. De hecho, la resistencia de Tae estaba siendo muy alta en comparación a los pocos que quedaban de su casta. Mas estaba seguro, segurísimo, de que cuando viera la marca de su alfa en una o un omega mucho más precioso y grácil que él, el alma se le iría a los pies y de tanto peso ya no podría volver a levantarse nunca más.
Pero valía la pena si su dongsaeng era feliz.