William (I)

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El frió calaba los huesos, pues una tormenta tropical  había arribado la costa Oeste y William no podía conciliar una temperatura agradable gracias a que su cama parecía una piedra, la cual, al parecer también se enfriaba como las piedras al exterior de edificio, y la manta con la que se tapaba era apenas si una delgada tela color azul opaco que probablemente le perteneció a algún otro loco que igual de probable estaría muerto.
Muy a pesar de esto, el frio no era la razón que lo privaba del sueño, lo que realmente lo atormentaba por las noches últimamente eran los gritos y lamentos del resto de pacientes del Hospital Psiquiátrico de California, en el cual, el mismo estaba internado.
Si, por lo general podías escuchar gritos de algún loco en una habitación aledaña, pero desde las últimas tres semanas había más quejidos y lamentos nocturnos gracias a aquel nuevo virus. Era como la influenza, solo que más letal, mucho más letal, esta tenía la feroz capacidad de hacer que tu cuerpo muriese en un intervalo de una semana, o menos. Sin duda algo atemorizante, aún más por su facilidad para propagarse y su cura inexistente, casi desde su aparición decenas de científicos habían tratado de dar con una vacuna eficaz contra el virus. Ninguna había dado en el blanco, hasta aquella fecha de la madrugada del jueves 28 de septiembre del 2017.
Las habitaciones de aquel sanatorio no estaban tan mal, tomando en cuenta que la mayoría de las habitaciones de otros sanatorios mentales los cuales solo existían de solo cuatro paredes, una cama y con suerte un retrete. La habitación de William consistía de una ventana (con barrotes obviamente), un retrete y lavamanos, una silla, una pequeña cómoda y su cama; algo bastante curioso es que el compartía cuarto, algo totalmente inusual en un internado mental, pero así era. Su compañero era un hombre gordo y calvo llamado Gerardo, era moreno y una cara cacariza, cicatrices de una guerra contra el acné en su adolescencia hace tres décadas atrás. Ambos hombres estaban en aquella habitación juntos por la razón de que les habían diagnosticado alucinaciones frecuentes y a petición de familiares cercanos. Gerardo a petición de su cansada esposa y William a petición de sus padres, igualmente cansados.
William era un hombre de veintidós años, había vivido toda su vida en los Ángeles viviendo con sus padres, cuando entro a la universidad él no se mudó a la facultad, todos los días su madre lo transportaba hasta el campus donde él tomaba clases para que en un futuro no muy lejano se convirtiera en un abogado, hasta que comenzó a ingerir drogas y dejo de asistir a clases, reprobó el semestre pero no dejo el vicio, en una ocasión no volvió a casa en dos semanas, se encontraba drogándose con un sujeto llamado Chris, en las playas, inclusive llego a dormir un par de noches en la feria de Santa Lucia. Cuando volvió sus padres lo llevaron a rehabilitación; volvió limpio, pero su mente se quedó volando en alguna parte, con alguien perdido en el pasado, añorando a alguien perdido, sus viajes y alucinaciones empeoraron hasta que no tuvieron más remedio que mandarlo al norte, al sanatorio mental en el que se encontraba ahora mismo.
William era un hombre alto, bastante, siempre en los colegios era el más alto de sus grupos, era de tez quemada, era pelirrojo  con mechones largos y ondulados hasta los hombros, nariz puntiaguda y ojos cafés muy claros. Era un chico muy atractivo, aunque en toda su vida solo tuvo dos parejas, una de ellas, Marina, estaba totalmente seguro que era el amor de su vida, pero paso lo que tenía que pasar, ahora estaba despierto en aquella habitación fría y oscura, con la única luz que lo acompañaba era el de una farola que estaba junto a la ventana, la cual comenzó a parpadear por varios momentos y luego sigue emitiendo su blanca luz con normalidad, a lo lejos se escucharon un par de ambulancias.
A su lado, su compañero de cuarto roncaba rotundamente, estaba enfermo, se había infectado hacia dos días, y William vivía con algo de temor, había tomado sus precauciones, aunque la noche anterior lo había aceptado, sabía que se terminaría contagiando y cuando eso suceda sus días estarán contados, a menos que de por algún milagro no se contagiara, o que en ese mismo día se descubriera y distribuyera una medicina para combatir el virus; pero había perdido la esperanza, lo había tratado de asimilar la misma noche en que Gerardo se había contagiado, el hombretón estaba tosiendo y al aparecer pidiendo perdón al padre divino para perdonar todos sus pecados y para cuando el hijo venga por él, tener el pase de San Pedro para entrar a los cielos. El pelirrojo no era devoto, no rezaría, no necesitaba expiar algún error del pasado, ni siquiera se había contagiado así que no necesitaba preocuparse todavía, pero su compañero de cuarto sí que lo estaba. Esa noche William sudaba frio, le temblaban las manos y todo su cuerpo era constantemente atacado por escalofríos espontáneos, al cabo de las dos de la mañana casi logro aceptarlo, aceptar la muerte prematura en aquella habitación fría y fea. Lo único que no lograba aceptar era el dejar aquel mundo con ella en alguna parte, no sabía nada de Marina desde hace algo de 3 meses, lo último que supo de ella es que volvería monterrey con su familia, nada más después de eso. Aunque unas cuantas horas después, casi antes del alba, cuando los ojos cargaban con pesadas bolsas oscuras, decidió a resignarse a saber algo más, pues la única forma seria salir de aquel lugar, y como su doctor lo diagnosticaba, William podría salir y regresar a casa al cabo de cuatro a seis meses, y el no creía disponer de tanto tiempo, de hecho, ni siquiera él sabía si ella disponía de ese tiempo, pues a estas alturas cualquier persona podía contagiarse, de cualquier forma era una especie de gripe, así que se había propagado fácil y rápido y nadie estaba totalmente a salvo de la enfermedad, nunca nadie lo estaba.
Y ahora todo era un caos, por lo que había escuchado en la radio el mundo allá afuera era un caos, debido a tanta gente enferma había muchos que no asistían al trabajo, en muchas ciudades esto había ocasionado apagones y fallos en la electricidad de esas locaciones, maso menos una docena de presidentes a lo largo del mundo habían muerto a causa de la enfermedad, las oleadas de manifestantes atestaban las principales avenidas de las grandes ciudades, los teléfonos y algunos medios de comunicación fallaban inmensamente por falta de personal que mantenga en línea los servicios, había oído de infinidad de accidentes automovilísticos, y un par de tragedias aéreas, noventa y pico de países habían proclamado un Estado de Emergencia, en todas partes había un pánico general que se notaba como una enorme sombra de la sociedad,  el tráfico era horrible y en todas partes los hospitales estaban reventados de gente, pero lo peor de todo eran las muertes en masa de tantas personas, el virus era muy agresivo y muy rápido, en cierta ocasión escucho decir a un locutor de radio que << Cuando todo esto acabe harán falta cementerios>>, cuando escucho aquello se le erizo la espalda hasta la nuca, apago la radio y lo tomo como uno de esos locos conspiranoicos que dicen que Kennedy vive en suiza y que Michael Jackson era una especie de extraterrestre reptil, pero, ¿Qué no el mismo estaba loco? ¿Qué no por esa razón se encontraba en ese lugar? Entonces empezó a razonar un poco y puede que el locutor tuviera razón, harán falta cementerios en el mundo.
Así estaba la situación, el mundo ardía en llamas y se hundía en caos, pero,  ¿Dónde se encontraba en ese escenario William García Lewis? En un cuarto aislado del resto del mundo en un sanatorio oscuro a las afuera de San francisco; el mundo entero parecía ajeno a él, entre aquellas cuatro paredes donde en su mente, era un mundo totalmente aparte del que en el que realmente se encontraba viviendo. Nada del exterior afectaba (o no directamente) la vida dentro del cuarto, así que era una realidad distinta en términos imaginativos, por lo general todo era confuso, era como un sueño, un sueño real, para todas las personas de afuera pues él se encontraba exento, como una especie de dios que solo observa como todo a su alrededor se deforma y decae, o a veces era como un sueño en donde uno sabía que estaba soñando, a veces el pelirrojo no podía distinguir si algo se trataba de la realidad o de un sueño, es mas en caso extremo, ¿Qué le impedía pensar que ahora se encontraba muerto? ¿O en coma? ¿O qué tal si ni siquiera el existió? ¿Qué es la realidad? ¿Y si la realidad no existe? Todo era un terrible remolino de confusión, el que se encargaba de ponerlo de regreso en la tierra era Gerardo, pero ahora mismo se encontraba muy enfermo como para traer a su compañero de su viaje astral de nuevo al mundo terrenal. Aunque sinceramente aquella madrugada estaba demasiado melancólico para hacer despegar el cohete de su conciencia hacia el infinito de la locura casi total, recordaba, recordaba mucho y en los próximos meses recordaría bastante. Estaba destapado, tenía calor, a pesar de la tormenta tropical que tenía la costa Oeste el tenia calor y pedía en silencio que no se tratara de la enfermedad; puso las manos tras la cabeza y observo el techo gris con algunas manchas de humedad, un gran sonido proveniente de arriba lo hizo soltar un leve resoplido y supo que se trataba de alguien que se había caído de la cama, desde el pasillo llego un lejano grito de dolor y dudo mucho que se tratara del que se había caído en sueños. Sueños. ¿Y si aquello era un sueño? No lo sabía con exactitud, tal vez, ¿llevaba toda su vida en aquella especie de celda y todo lo que recordaba de su vida anterior había sido una alucinación?, o al contrario, ¿qué tal si aquello era un sueño y el en realidad estaba profundamente dormido en su cama, en casa de sus padres, en una cálida noche de verano? Estuvo a punto de sumergirse más en el tema cuando en la calle de afuera una patrulla paso a toda velocidad, con la sirena rompiendo la delicada sabana de la tranquilidad nocturna. Aunque como diría Chris: En tiempos de democracia nunca hay tranquilidad.
Aunque la situación actual no tenía que ver con la política, sí que tenía algo de verdad, pues no siempre todos van a votar por un mismo gobernante, siempre habrán diferencias y siempre va a ver oposición, tanto si se trata de un buen gobernante o no. William, cuando era un niño y vivía en monterrey, añoraba con ser presidente algún día, acabaría con la pobreza, metería a todos los delincuentes a la cárcel, y haría que el país fuera un lugar mejor, siempre buscando el bien para todos, aunque creció y se dio cuenta de la realidad política, todo es una obra de teatro donde los representantes usan antifaces  y máscaras de bondad  y promesas, pero detrás del telón se quitan las máscaras y controlan el teatro para sus propios fines. Siempre fue así y sabía que siempre seria así.
Le picaba la cabeza, se la rasco y cuando observo su mano en medio de la oscuridad observo que se había arrancado dos pelos que se habían enredado en su mano, lo ignoro completamente y sin quitarse los pelos de las manos se recostó sobre el lado derecho y trato de cerrar los ojos, no pudo, los tosidos de su compañero, luego comenzó, no el murmullo si no el susurro del trafico ciudad adentro, podía escuchar los claxon y los hombres gritando que se movieran en el oído, aquello era un terrible coctel de contaminación auditiva, y estaba decorado con sirenas de ambulancias, patrullas, armas de algunas bodegas y casas, incluso sirenas de camiones bomberos, y claro, uno que otro helicóptero. Una manera perfecta para empezar el día, definitivamente.
No supo cuánto tiempo estuvo contemplando aquellos sonidos, la Sombra del Caos, como lo llamaría Marina, en otro mundo diferente, hace mucho tiempo.
Solo salió de sus extraños pensamientos cuando escucho un ruido metálico que por un momento pensó que se trataba del derrumbamiento repentino del edificio, el pensamiento le humedeció fríamente las manos, pero se calmó al volver la viste y ver que en realidad se trataba del Doctor Stephen, un hombre esbelto, de estatura promedio, pelo áspero y canoso y usaba unos lentes de reposo, los  cuales utilizaba ridículamente como si fueran lentes de aumento normales, Will detectaba cierta hipocresía en el hombre; el Doc. Stephen era el medico del asilo mental, entro con una bata blanca bajo una chamarra gris, un uniformado custodiaba la entrada de la habitación con un silencio, no por meramente del trabajo, pues el hombre se encontraba en el debate mental sobre si ir al mundo de los sueños en si cama o en quedarse como zombi y esperar completa su paga mensual. El Doc. venia ver a Gerardo, más sin embargo se desvió hacia el muchacho y se sentó en la cama, observándolo con ojos negros, en su rostro se marcaba la sombra de la rendija de la ventana (la cual estaba totalmente oxidada y deteriorada), que era proyectada gracias a la farola a veces disfuncional situada a un lado del agujero de la pared.
-Hey, Señor William, veo que no puede dormir, no sabía que usted padecía de terrores nocturnos- dijo con una amplia sonrisa, la cual mostraba una hilera de dientes amarillos-. Yo podría ayudarle con eso.
-Si pudiera ayudarme a olvidarme de mi vida sería excelente, aunque ni siquiera puede con la pequeña gripe de mi compañero así que usted no será de gran ayuda.- Dijo el pelirrojo, la sonrisa del médico se desvaneció casi al instante, abrió la boca para probablemente decir que aquella enfermedad no la curaría ni Alexander Fleming, pero decidió que era estúpido empezar a discutir con un loco, así que cerro la boca, se levantó y fue a revisar al agonizante Gerardo que tenía la temperatura de cuarenta grados, el hombretón ya no tenía fuerzas ni para quejarse en voz alta, solo jadeaba levemente.
William volvió al otro lado, se tapó hasta la nariz y cerró los ojos, esperando que La Sombra del Caos se calmara y se desvaneciera. Cuando se quedó dormido aquello no sucedió, y en el fondo sabía que no sucedería, se sumergió en la oscuridad con una amplia sonrisa.

Alone in the World IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora