Estaba envuelto en sueños oscuros y agitados. Se movía rápidamente evitando sombras en un callejón que parecía infinito, y tal vez lo era, con asfalto que se extendía hacia la nada y enormes grietas en las paredes que lo rodeaban, corría y corría pero no parecía avanzar, ni siquiera cambiar de lugar. Criaturas oscuras y amorfas se arremolinaban a sus costados y el las evadía sigilosamente y por escasos centímetros cuando estas trataban de alcanzarle con sus deformes extremidades, el cielo estaba oscuro y el viento que hacia le revoloteaba el pelo castaño; solo despertó en el momento en que se rindió, cayo de rodillas sobre la acera mirando a la lejanía el cuello del callejón que se cerraba con la multitud de sombras que se cernían sobre él.
Al abrir los ojos no pudo ver nada, se sentó al borde de la cama, respiraba de manera agitada, trato de calmarse y su vista se acostumbró a la poca luz que se colaba por la ventana gracias a la farola de afuera. Tomo su celular y vio que eran diez minutos antes de las cinco de la mañana, ósea media hora antes de que sonara su alarma. Era jueves y tenía clases, horrible. Edgar se seguía preguntando por que el gobierno había permitido que siguieran las clases aun a pesar del virus que rondaba por todas partes, era una locura, el mundo era un jodido caos, fronteras cerradas, aeropuertos sin vuelos, hospitales llenos de enfermos, en verdad parecía el apocalipsis, Edgar recuerda como fue cuando ocurrió lo de la influenza cuando vio en las noticias que un nuevo virus llamado Locus-02 estaba brotando en Europa, jamás pensó que sería tan jodidamente grave; por otro lado, la incompetencia del gobierno mexicano no había decretado cuarentena ni suspensión de labores, al presidente estaban a punto de colgarlo por ello pero fue claro: la vida tendría que seguir normal, Edgar faltaría de no ser porque aquel día tenía clase de literatura, la única clase que le interesaba.
Suspiro y se levantó, busco a tientas las chanclas y se las puso, camino tranquilamente hasta el baño aun con los pensamientos revueltos, prendió la luz y se encandilo por breves momentos, se tallo los ojos y se miró en el espejo:
-Vaya amigo, sí que estas hecho un asco. – Era cierto, tenía unas enormes ojeras colgando debajo de los ojos, estaba pálido, y el pelo ondulado estaba enmarañado, el pelo le tapaba apenas media oreja, puesto que a pesar de que su pelo era para tenerlo un poco largo, su madre le había inculcado que debía verse bien en todo momento, haciendo que Edgar siempre tuviera el pelo maso menos corto y siempre peinado.
Se mojó la cara, el agua estaba helada y al instante se despabilo, dio una bocanada de aire, se vio de reojo y pensó: <<pues… no estás tan mal>> se dedicó una sonrisa sin gracia y volvió al cuarto a cambiarse, no podría dormir solo veinte minutos, corría peligro de quedarse dormido toda la mañana, y su padre no era alguien que se preocupara mucho por no ir de vez en cuando a la escuela.
Se puso una camisa a cuadros azul con negro y encima una chamarra gris con cremallera abierta y un pantalón de mezclilla azul marino, se acomodó el pelo, haciéndolo hacia los lados con las manos. Desde la calle llegaba el sonido del bullicio de la capital mexicana, aunque aquella mañana no solo era el ensordecedor sonido del trafico habitual, si no que ahora lo acompañaban una infinidad de sirenas de policías, ambulancias y helicópteros de noticieros que se disponen a captar todo disturbio grande desde las primeras horas del día, algo le decía que sería un día ajetreado, y no le gustaba para nada aquel presentimiento. Salió de su cuarto y se encontró frente a una pequeña sala de estar que solo tenía dos sillones y una pequeña mesa de centro, junto a los millones estaban unas escaleras de madera que daban al departamento de abajo, que en realidad, era el piso de abajo, pues ambos departamentos los habían comprado sus padres, en la parte de abajo estaban la sala de estar, el comedor, la cocina y un baño grande, en el piso de arriba estaba la pequeña salita, el cuarto de Edgar, el de sus padres, un cuarto de invitados y un baño pequeño. Bajo las escaleras de caracol (que solo eran siete escalones) y vio a su padre en la barra de la cocina, tomando un café y un bolillo que parecía duro, el hombre al notar su presencia le dio una mirada rápida y volvió la atención a las noticias de la televisión.
-Buenos días Edgar. –Dijo Alan.
-Hola, papa. – Y sin más el chico bajo a la sala y tomo una manzana de la mesa y se sentó en el sillón, miro a su derecha y vio que en la pantalla estaban pasando imágenes aéreas de un incendio en ciudad satélite y luego la toma paso a un gran accidente automovilístico en viaducto, el título de la nota que se encontraba en la parte de bajo rezaba: Los efectos secundarios de la Gran Gripe.
La toma volvió al estudio donde ahora un hombre de traje casual, sonrisa cansada y medio calvo hablaba con una señorita que parecía más una modelo que una reportera con el vestido tan ajustado que mostraba todos sus atributos, después de escuchar un par de minutos de “relleno” Edgar entendió que hablaban sobre las fallas eléctricas a lo largo del país, debido a la falta de trabajadores que estuvieran al cuidado de las plantas generadoras, pues la mayoría de estos se habían contagiado del virus y no podían asistir al trabajo, lo cual, dejaba a millones de personas con una tambaleante electricidad que iba y venía. Todo era catastrófico según el hombre. El chico no pensaba en aquella situación como el apocalipsis, si no alguna especie de segunda peste negra y tal vez eso fuera.
Dieron las seis y veinte y el chico tomo su mochila y cuando volvió a bajar el hombre ya tenía puesto su uniforme, el uniforme azul marino de la Policía Estatal, no llevaba el chaleco antibalas ni sus armas, pues ambas cosas las tenía que recoger en la estación, donde tomaría (junto a su pareja) la unidad, que es la típica camioneta de policía que se ven en la calle.
Salieron y bajaron por las escaleras de fierro de afuera, pues eran tres pisos de departamentos, Edgar vivía en los dos de arriba, y la planta baja le pertenecía a un hombre alto, flaco y moreno llamado Mario; cuando salieron a la calle el cielo ya se pigmentaba de un gris azulado y hacia el Este se veía un borrón rojo ahí donde estaba saliendo el sol, vio a varios chicos con uniformes verdes que se dirijan a la secundaria en la que Edgar estudio, subió al sentra azul de su padre y se puso el cinturón del copiloto, Alan encendió el auto y arranco, y fue por Rio Churubusco, aunque había un terrible tráfico por un accidente de auto, Alan a la primera oportunidad que tuvo, salió de la fila y entrando por varias callejuelas que los sacaron directo a Iztapalapa-Ermita, ahí el tránsito era maso menos fluido, el auto azul se acercó a la entrada de la prepa y Edgar bajo.
-Te veo mañana papá. – Dijo Edgar desganado.
-Hasta mañana hijo. – Dijo Alan. – ¡En el refri hay pechugas para que comas! – Grito, pero cuando lo dijo Edgar ya había avanzado unos cuantos metros, así que su única respuesta fue asentir sin voltear atrás, cerró la puerta del copiloto y arranco hacia la estación de policías de Iztacalco.
Edgar entro a su escuela junto a una multitud de chicos que también entraban apresurados para no perder su primera clase, y no por que quisieran entrar, si no por las faltas, las fastidiosas faltas.
Cruzo el patio que ya estaba iluminado por la brillante luz del sol del naciente otoño, a pesar de la Gripe Mortal (como vulgarmente se le conocía al Locus-02) había bastantes chicos, a pesar de tanta muerte en todos lados aun había mucha vida.
Habían dos muchachos con guitarras acústicas, practicando alado de una de las jardineras y alrededor de ellos había un sequito de un par de chicos y tres chicas que admiraban el talento musical de aquellos sujetos, junto a ellos pasaba un grupito de chicas bien vestidas y maquilladas que reían a carcajadas de algo que el chico de pelo ondulado desconocía, a lo lejos en las canchas habían chicos jugando básquet bol, una pareja de novios se besaban discretamente en una banca, un chico muy pequeño de estatura corría por el patio con libros probablemente de la biblioteca en la mano. Era sorprendente, solo simplemente la diversidad de la vida, había chicos y chicas morenos, güeros, de pelo largo y corto, chino y lacio, chicas con grandes atributos y otras que se llenaban de ropa, chicos atléticos y chicos delgados, altos y bajos, chonchas y flacas, gente de todas la formas y colores, Edgar observo todo esto en un par de instantes y sonrío levemente. Había tanta vida…
El chico se dirigió al edificio B y subió por las escaleras hasta el segundo piso, donde en el salón B-217 tendría su primera clase, la luz mañanera se colaba por las ventanas y encandilaba a la vista, los salones estaban medio llenos tirando a vacíos y a pesar de lo critico de la situación actual solo vio a dos o tres chicos con cubre bocas, supuso que se trataba de la rebeldía juvenil, que consistía en que cuando un adulto te dice algo terminas haciendo todo lo contrario. En tal caso todos tenían padres que se preocupaban por sus hijos, o simplemente a todos todo les daba igual y probablemente fuera eso.
Mientras Edgar pensaba en el porqué de la despreocupación de la gente ante algo tan serio y peligroso, un chico que le sacaba más de una regla de alto se dirigía directamente a él.
-Pensé que al fin te habrías enfermado. –Dijo el chico alto y fornido.
-Que te valga verga. –Respondió Edgar siguiendo con su camino.
-Pensé que ya estarías bajo tierra, con gusanos tragándote tu patética cara, como le está pasando a tu madre. – Dijo el chico burlándose, Edgar se detuvo en seco, dio media vuelta y miro al sujeto con desprecio, luego avanzo hacia el a pasó rápido, al estar frente a él le replico:
-Bueno… al menos mi madre no era una puta de esquina, como la tuya, ni tuvo herpes por andar de golfa, como la tuya. –Paro un instante, se le acerco aún más al rostro y finalizo: - Dicen que te lo contagio cuando naciste. Hay quien dice que nadie se quiere acostar contigo porque ahí abajo tienes una salchicha deforme y llena de llagas. - Estaba tan cerca de él que podía sentir su aliento caliente en la cara y cuando finalizo de hablar vio que esta se transformó de una cara burlona a una llena de rabia, el muchacho no dijo nada, de su boca salió una especie de gruñido, tomo a Edgar de la camisa a cuadros y lo levanto levemente y alzo un puño cerrado que tenía dirección el rostro del chico, el del pelo ondulado también alzo el puño, no era ni de lejos más fuerte que aquel sujeto (llamado Chirs), pero hizo ejercicio y estuvo en el gimnasio por casi medio año ese mismo año, podría darle pelea al menos, además, nadie se metía con su mamá.
Antes de que Chris blandiera su puño hacia abajo dando el primer golpe, una mano igual de grande que la suya detuvo su mano a medio camino de la cara de Edgar, Chris puso una terrible cara de consternación y volteo, topándose con un sujeto igual de alto que el, igual de fornido que él, Chris (al igual que Edgar) era de tez muy blanca, el tercer chico era moreno, tenía una leve pero formal barba y una cicatriz en el cuello.
-Creo que ambos deberían largarse a sus clases. –Dijo el tercero ahora también tomando el brazo de Edgar. – Y no quiero separar a ningún idiota a la fuerza. –Dijo dándole la mirada definitiva a Chris, el cual había pasado de la burla a la ira y de la ira a la consternación, Edgar supuso que para Chris sería una mañana muy movida.
Chris era un sujeto alto para sus dieciocho años, de tez clara, quijada grande, pómulos pronunciados, pelo al ras del cuero cabelludo, con varios granitos en la parte baja de su rostro y era alguien de muchos músculos, pero en aquel momento parecía un niño regañado, cuando soltó su brazo y se alejó con las manos en los bolsillos parecía haberse encogido a la mitad de su estatura, se perdió entre la multitud de chicos que subían por la escalera. El tercer chico le tendió la mano en forma de saludo, Edgar se lo correspondió chocándosela con su propia mano.
-Adolfo, gracias, viejo. – Dijo Edgar.
-¿Qué tiene ese sujeto en tu contra? – pregunto Adolfo.
-No lo sé, sinceramente, me molesta desde que éramos pequeños, es una mierda.
-Sí, lo es. Vete a tu clase, faltan… - miro su reloj de mano y luego volvió con el chico. – tres minutos para que cierren los salones.
-¿Qué tu no entraras a tu clase? – pregunto Edgar.
-No, wey.
-¿Entonces qué haces aquí?
-Tengo asuntos que arreglar. – Dijo cerrando y chocando los puños y sonriendo, sabía que era una broma, pero bueno, con Adolfo nunca se sabe. – Ya vete, Jair y Claudia te apartaron un lugar. – Y se fue, caminando con toda la gracia del mundo, algunas personas son extrañas.
Camino apresuradamente a su salón, cuando llego, el profesor aun no arribaba a su escritorio y tampoco lo había visto en el pasillo así que todavía estaba bien, se acercó a la segunda fila alado de la ventana y se sentó en la quinta banca, quitando la mochila verde que la ocupaba y entregándosela al chico de enfrente, su amigo Jair.
-Weeey, creo que Adolfo va a matar a alguien hoy. –Dijo en broma Jair.
-Si lo vi, y lo creo. – Respondió.
Jair era un chico muy muy blanco, tanto que su piel se tornaba rosa la mayoría del día, tenía la nariz achatada y era algo regordete, tenía el pelo café claro y muy corto, pero no corto por su corte de pelo, si no que al chico el pelo no le crecía más allá de los cuatro centímetros, por lo que algunas veces se ganó el apodo de Huevo Roto, pues su cabeza era como un huevo de gallina y su pelo era la punta rota, sus amigos nunca lo llamaron así, ellos en cambio tenían un apodo más amigable para Jair: Puchis , aunque tampoco es que lo llamaran muy seguido por ese seudónimo.
El chico estaba charlando con el sujeto de alado sobre algún anime, Edgar no entendía muy bien de esas cosas así que se excluyó de la conversación, tras de él se encontraba Claudia, chica que vendría siendo su mejor amiga.
Claudia era una chica de piel color de la arena, pelo largo hasta media espalda, lacio y café como la madera, tenía los ojos un poco rasgados y usaba lentes, no tenían mucho aumento pero sí que los necesitaba para leer o para ver cosas a lo lejos, tenía una nariz pequeña y en su boca sus dientes también eran pequeños, tenía lo que se diría una bonita figura, pero ella siempre lo ocultaba con la ropa, no le gustaba exhibir su cuerpo de ninguna forma. Esos dos chicos, junto con Adolfo, eran los únicos amigos de Edgar, o al menos los que componían “la bolita” de amigos.
Claudia hablaba con un chico por el teléfono, ella siempre hablaba con chicos, y siempre buscaba a un chico, curiosamente solo había tenido un novio en su vida, y solo había besado una vez en su vida, aunque eso último no había sido con su novio. De cualquier forma Edgar no la quiso interrumpir, el profe se tardaba en llegar y no tenía con quien hablar de los treinta y tantos chicos que había en el salón, saco de su mochila un libro llamado “Recuerdos de Verano” la segunda o tercera novela de un chico que en aquellos momentos debía tener su misma edad, se llamaba Gabriel Albarrán Ponce, Edgar le tenía cierta envidia, pues ese tal Gabriel a sus diecisiete años de vida ya había escrito tres o cuatro libros (muy buenos en realidad) y el, a sus diecisiete años su mayor logro era haber pasado siete meses en entrenamiento físico. A pesar del título, que cuando uno lo lee parece que tiene en sus manos una novela de romance, era en realidad una historia de misterio, aquella era la segunda vez que leía ese libro y estaba seguro que en su vida lo leería una tercera vez.
Pasaron veinte minutos y aún no había señales de que el profesor de literatura llegara, Edgar alzo la vista del libro y observo que varios chicos ya se habían ido, en el centro del salón, un grupo de chicos (mayormente mujeres) habían formado un circulo con las bancas para poder charlar sin necesidad de voltear las miradas y en una esquina había una chica llorando a mares con varios chicos (que Edgar los identifico como parte del equipo de futbol) la estaban tratando de consolar, supuso que la chica había perdido a algún pariente, y mucho más probablemente a causa de la Gran Gripe. Edgar al pensar eso su mente le trajo una oración que había leído unas páginas atrás “ella ha vuelto a la vida, ¡vuelto a la vida!”, mientras pensaba en aquello una coordinadora entro en el salón (ella si llevaba cubre bocas) y anuncio:
-Chicos, hey, chicos, ¡chicos!... el profesor Víctor se ha enfermado y no pudo venir, la próxima clase si se pone mejor, vendrá y les dirá cuándo será su clase de reposición, si tienen tareas de otra clase pueden ir haciéndolas o si es su única clase ya pueden irse, cuídense mucho muchachos, ehhh, no quiero que se enfermen.
Dicho esto todo el mundo se paró, incluyéndose Edgar, que metió al libro y se colgó su mochila.
-Que chingon que no haya venido el profe, así podre desayunar a gusto. –dijo Jair.
-Yo me levante a las cinco de la mañana para nada, yo no lo llamaría “chingon”, ¿sabes? –Replico Claudia.
Edgar iba entre los dos chicos, observo que la única persona que no se había parado era la chica de la esquina, la cual seguía llorando ferozmente, vio que la coordinadora se acercaba a ella, no alcanzo a escuchar que decía pues los tres amigos ya habían salido del salón y se dirigían a las escaleras, ahora el sol estaba un poco más arriba y el cielo era de un color azul marino muy profundo y claro, parecía que podía ser un buen día… allá arriba.
Cuando llegaron al patio vieron a Adolfo fumando afuera del campus, en la “zona de fumadores” y los tres chicos se acercaron, en ese momento Edgar supo que aquel no sería para nada un buen día, a lo lejos docenas de patrullas y alarmas resonaban como el eco de la ciudad, y el aire olía a quemado y a muerte.

ESTÁS LEYENDO
Alone in the World I
Science FictionEl mundo se cae a pedazos y los muertos se levantan, en este desolado panorama seguimos a varios personajes como: Edgar, un adolescente que trata de huir de una ciudad de México hundida en el caos y la incertidumbre, Jessica, una chica mimada la cua...