Fideos

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Aomine Daiki odiaba esos días, esos donde en un arranque de estupidez aceptaba cualquier cosa, pero maldito sea si no se sentía en la gloria cuando su novio le metía mano o cocinaba. Esas eran sus debilidades y Kagami Taiga sabía usarlas a su favor. Así que ahí estaba, enfurruñado en un restaurante esperando a su pareja, quien aparte de hacerlo despertar temprano, no llegaba.

¡Eran las dos y el idiota no aparecía! ¡Tenía hambre!

Se supone que el impuntual en la relación era él, no Taiga.

–Perdón, Riko no me soltaba.

Un beso en su sien fue dejado, después, una mancha negra se dejaba caer en el asiento frente a él. No dijo más, tampoco contesto, total, Kagami ya estaba ahí. El chico comenzó hablar de quién sabe qué cosa y sí, Aomine Daiki si era una persona que prestaba atención aunque no lo pareciera.

–¿Sigues dormido?

Daiki gruño su respuesta, no, no solamente estaba medio dormido, se encontraba fastidiado, no era una persona mañanera mucho menos cuando se trataba de los fines de semana. Eran sagrados para él. Trabajar y estudiar no era sencillo, afortunadamente se topó con un jefe comprensivo, quien le cedía dos fines de semana completos cada dos de trabajo como descanso, por ello se encontraba ahí un sábado a las putas de las tantas esperando a su pareja para desayunar. Desayuno que se convirtió en comida, para variar.

Sin prestar atención, la camarera vino a escuchar su pedido, ni supo lo que pidió, sólo se limitó a ver. Taiga continúo hablando sobre sus días, un par de quejas y logros por sus platillos junto con un par de preguntas respondidas con monosílabos.

Sus pedidos llegaron, ante él un plato con un corte de carne junto con sus acompañamientos fue puesto, para Taiga un tazón de fideos, pues traía antojo desde hacía unas semanas, no lo cumplía porque estaba esperando aquella salida prometida hace dos semanas bajo los influjos de las caricias, mimos y comida de él. Zorro mañoso. Comenzó a comer, Taiga en ocasiones hablaba mientras el contenido de la cuchara se enfriaba un poco. Daiki quería y no estar ahí. Ansiaba dormir, envolverse entre las mantas o ver alguna serie televisiva comiendo comida ordenada porque él no cocinaba y lo poco sabido le daba pereza.

Apunto de terminar, se llevó uno de los últimos bocados a la boca, este quedó a medio camino. Ante él la imagen más vulgar y erótica nunca antes vista se estaba llevando a cabo. Taiga con sus labios levantados, las mejillas un tanto llenas, absorbía los fideos. Una corriente eléctrica le levantó todo. Todo. Eso no podía estarle pasando, no a él, no ahora. Dios, que estaba en un restaurante, rodeado de personas, familias, gente mayor y niños. Sin embargo, su cuerpo se pasaba toda norma social y moral por el arco del triunfo, también su mente. Traición. Aquello era una vil traición.

Mientras divagaba en sus reproches mentales, Taiga sonreía para sus adentros. Sí, aprendió a leer al moreno. Lo aprendió tan bien que ahora conoce esa parte de él. Aomine Daiki era difícil de excitar y sí, si le servía su grandiosa virilidad, el problema radica en la necesidad de otras cosas para estimular su libido. Taiga amaba los retos, la excitación sexual de Daiki era uno enorme.

Lo notaba, el pequeño temblor en sus brazos, el mantener el bocado más tiempo de lo usual, no verlo, todo aquello eran indicadores. Daiki se estaba excitando. El problema era ¿en qué era lo que lo hacía excitarse?

Porque a Daiki bien le podrías bailar desnudo, mover las caderas, decirle palabras guarras, tocarlo y no habría reacción salvó de aburrimiento, hastío o asco, dependiendo de quién provenía. Por esa razón Taiga decidió indagar en la sexualidad de su pareja.

–Maldita sea.

El moreno no pudo continuar ingiriendo, el estómago se le había cerrado

–¿Sucede algo?

Zorro mañosoWhere stories live. Discover now