Escucho los pasos rasgando la losa privada por un aseo diario, trato de no emitir sonidos, pero mi corazón aun no recibió el memo. Mi escondite apesta a heces de rata y fluidos corporales de antiguos residentes. El techo parece hecho de papel, a punto de desquebrajarse ante mi cuerpo fatigado y herido. De entre la puerta puedo ver como se acerca, buscando en cada rincón a su presa, la humedad hace difícil respirar, la noche abraza una escena de horror más. Su aliento tosco y hambriento, sus manos mugrientas sostienen un cuchillo descomunal impregnado de óxido y sangre de su receptor. Mi pecho vomita sin remordimiento la sangre que tanto necesito para vivir, corre paranoica por la abertura que tan dadivosamente me regalo el animal de ojos negros y una sonrisa de oz sedienta. Mi mano izquierda trata de hacer presión contra la herida, mientras mantengo mi revolver con mi otra mano, estoy temblando y no es por temor al animal, sino porque nunca he tomado un arma. Se acerca bruscamente, sin emitir voces, solo una respiración agitada por la bala reposando en su torso. Como un toro lastimado busco defenderme, cuando lo tengo enfrente de mi escondite, estalla una descomunal ráfaga de adrenalina que rebalsan nuestras neuronas.Se escuchan disparos, gemidos y gritos estridentes........
La penumbra escupe un personaje lastimado de aquella casa olvidada por el tiempo, mientras se muestra vanidosa una sonrisa. Tirado en el suelo de aquel mugriento lugar, se encuentra una bestia de ojos negro y tez gris, llena de cicatrices y una sonrisa de pesadillas, todo mientras ella estaba alli admirando la ocasión. Es la primera vez que la veo, la sensación es inigualable.