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Dolía demasiado. Estar solo me dolía demasiado.

Despertar solo al día siguiente, sabiendo que la cama estaría vacía hasta pasada la madrugada, hacía que se cerrara mi garganta por culpa de unas imaginarias espinas que rasgaban como si fueran reales. Y no quería llorar.

No quería llorar porque sabía que él no se merecía mis lágrimas luego de todo lo que me hizo, de todas las veces que se rió en mi cara y en mi completa ingenuidad. Pero ahí estaba yo: llorando desconsolado aferrándome a su almohada, la cuál permanecía con dejes de su aroma, pero se sentía fría por las largas y solitarias horas sin ser utilizada.

Y esas traicioneras espinas en mi garganta parecían extenderse por mi pecho en cada sollozo devastado, en cada penoso susurro de su nombre, y en las ilusiones y esperanzas que había confiado al destino para nuestro futuro. Futuro que como persona terca y estúpida que soy seguía queriendo experimentar.

¿No es triste que las personas que dicen odiar el sufrimiento se apeguen a él en los peores momentos?

Podría haberle gritado mil y un insultos en su precioso rostro, podría haberme desquitado con todo lo que conllevaba su infiel presencia pero, aún después de todo la agonía, lo seguía anhelando cerca de mí. Y sabía que, aunque me pesara en el corazón y destrozara la poca dignidad que me quedaba, le diría que sí a todo lo que proviniera de él sin dudarlo.

Oh, Jungkookie, creí que te perdonaría siempre que me lo pidieras aún si tu único objetivo en la vida es destrozarme cruelmente.

Lágrimas pesadas recorrían mis mejillas y empapaban las sábanas como la misma lluvia de aquella sombría mañana mientras mi cuerpo temblaba en desespero por algo de afecto, un abrazo y un consuelo, que eliminaran de mi memoria aquella desgraciada imagen que se había vuelto mi pesadilla hasta en momentos de lucidez.

El recuerdo me estaba consumiendo la cabeza y eso dañaba mi corazón.

No comí en todo el día, pues mi apetito había desaparecido para ser reemplazado por las constantes ganas de vomitar mis entrañas hasta desvanecerme en la nada. Pensaba en que él llegaría a nuestra casa y, al verme en ese estado tan lamentable, tendría aún más razones para abandonarme.

Gritos heridos escapaban de mis labios lastimados por intentar acallar la amargura que quemaba mi pecho, y observar las fotografías colgadas en las paredes empeoraba mi situación. Ignoré el vibrar de mi celular luego de comprobar que mi novio no era quién llamaba; no me interesaba nadie más en ese instante. Trastabillando, al no ser capaz de ver a través de mis ojos empapados, me encerré de un estridente portazo en el baño. Me sentía asfixiado por mi propio pesar y nuestra habitación repleta de alegres recuerdos solo acentuaba la melancolía.

Fue en el momento en que me observé al espejo que noté todo lo que el maldito dueño de mi corazón me había hecho. ¿Quién era ese chico frente al espejo?

Ojos rojizos, hinchados y llorosos que habían perdido la alegría del día a día; mis mejillas húmedas y pálidas por el estado anémico y frágil en el que me encontraba; el cabello desastroso y el pijama arrugado y descosido por tirar de él por un poco de aire en mis pulmones; la falta que hacía en mi rostro mi usual sonrisa.

Necesitaba calmarme antes de explotar, y solo se me ocurrió llenar la tina y sumergirme aún vestido de pies a cabeza. Estar hundido en agua fría y sentir como la misma calaba mis huesos y músculos con pinchazos era un intento para olvidar el llanto y encontrar una razón diferente por la cual no poder respirar.

Y ya no quería respirar, pues sin Jungkook a mi lado nada tenía sentido en mi vida.

— ¿Jiminie? ¿Estás en casa? —escuché una voz gruesa sobresalir entre el sonido del agua embotando mis oídos, más sin embargo no asomé mi cabeza para intentar identificarla. — ¿Hola?

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⏰ Última actualización: Jul 27, 2020 ⏰

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Sugar || KookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora