Capítulo Único

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POV HIPO

No elegimos nuestra vida, al menos los primeros años de ella. Hay quienes nacen, como quien dice, en una cuna de oro; la mayoría lo hace en una familia ni mucho menos adinerada pero cuyos padres son capaces de proporcionar pequeños caprichos a sus queridos hijos; y luego hay un último grupo, esos que nacen en la miseria y casi no tienen para sobrevivir, aprenden a hacer cualquier cosa para subsistir, ya sea dentro o fuera de la ley, y por desgracia predomina lo segundo, que parece ser la única solución que ven en esas familias. Ninguno es mejor o peor porque como he dicho, no lo elegimos nosotros.

Nuestra juventud es probablemente, la parte más determinante de la vida: definimos nuestra actitud, nuestros objetivos y planes futuros... prácticamente todo, y es en este momento de nuestra vida donde por ejemplo, los que han nacido en familias necesitadas se resignan a vivir la vida "asignada" para ellos o trabajan para salir de ese agujero. Yo, Hipo Haddock, podemos decir que pertenezco a la familia "media", mis padres tienen trabajos para nada destacables, ganan lo suficiente como para que fuesen capaces de darme una infancia tranquila, sin sobresaltos. Sin embargo, he conocido gente que ha nacido en todo tipo de familias, esto se debe a que la educación, a excepción de la universidad, es gratuita (bueno, la pagamos con los impuestos, pero ya me entendéis), así que casi todos los niños van, incluso si son de familias pobres que se dedican a actos ilegales para ganar algo de dinero. Estas familias normalmente envían a sus hijos a estudiar para que posteriormente aprovechen lo aprendido aplicándolo en el negocio familiar, supongo que sabéis a lo que me refiero. Yo puedo decir bien alto, y sin ningún remordimiento, que al empezar el instituto conocí a una chica que provenía de ese ambiente, Astrid Hofferson era realmente inteligente, astuta y divertida. Su actitud, junto con un cabello rubio que solía llevar trenzado hasta la mitad de la espalda y unos profundos ojos azules, provocaron que rápidamente me enamorase de ella, y como muchos otro críos en aquella época, decidí esconder ese sentimiento y me conformé con una relación de mejores amigos que era suficiente para mí porque no necesitaba más que su compañía para estar contento, aunque eso no quitaba el hecho de que en la soledad de mis pensamientos me dedicaba a soñar despierto y no hace falta ser adivino para saber que la posibilidad de una relación como algo más que amigo de la rubia era lo que inundaba esos sueños. Por otra parte, me decía a mí mismo que era imposible que aquello se volviese realidad, es decir, ¿cómo podría Astrid estar con alguien como yo que, con palabras textuales de mi primo, era un pescado parlanchín? (Y yo pensaba que por desgracia, a mi primo no le faltaba la razón). Lo único destacable de mí físico en aquel entonces eran unos ojos verdes herencia de mi querida madre. Sin embargo, Astrid me demostró que no era como cualquier otra adolescente y cuando ambos teníamos 16 años, me confesó que yo le gustaba. En ese momento también me dijo que se había dado cuenta de mis sentimientos, lo que provocó un ligero sonrojo en mi rostro y al parecer había esperado un poco para ver si me decidía a dar yo el paso, pero viendo que no era así decidió ser ella la que daría ese paso para no perder el tiempo. Mi inseguridad complicó el inicio de la relación en cierta medida, pero ella me aseguró y demostró una y otra vez que no le daba tanta importancia al físico y me ayudó a conseguir hacer oídos sordos a los que se metían conmigo por eso, aunque también insistía en que también le gustaba por el físico. Me enseñó que buscan tu punto más débil y te atacan con él para hacerte todo el daño posible cuando en realidad no había ningún problema.

Con la relación que teníamos como mejores amigos y ahora novios, confiábamos plenamente en el otro y nos contamos todo, lo que incluía que ella me dijese que quería alejarse de su familia porque quería huir de todo ese mundo ilegal en el cual sus padres pretendían que siguiese. Obviamente la apoyé por completo desde el primer instante y la animaba en sus momentos de duda o miedo por lo que pudiese pasar. Según nos acercábamos a los 18 años íbamos planeando el futuro, y ella decidió que quería ingresar en la policía como agente, en parte porque no podía pagar para ir a la universidad, lo que eliminaba muchas posibilidades, y por otra parte porque quería trabajar para evitar actos que ya estaba cansada de ver en familias como la suya, esperando que de esa forma la gente lo pensase dos veces antes de elegir la opción de ir contra la ley. Yo pensaba ir a la universidad, la cual me ayudarían a pagar mis padres, pero también era cierto que había valorado convertirme en policía después de la universidad porque me atraía la idea y podría seguir la tradición de varios familiares que habían hecho lo mismo. Por eso, tras la noticia de Astrid y con el apoyo de mis padres, a los cuales se lo comenté antes de tomar la decisión definitiva, me dispuse a entrar en el cuerpo de policía junto con Astrid saltándome el paso de la universidad.

Aquellos Zafiros InolvidablesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora