Paraíso.

2K 194 29
                                    

Apenas marcaban las diez de la noche cuando decido enviar al diablo todo, tomar algo de dinero e irme sin mirar atrás. Sé que volveré. Y mi madre también lo sabe, sentada en el sofá y viéndome partir con una expresión extraña en el rostro. Solo es un mal día, como lo ha sido ayer y toda la maldita semana. Sin embargo, no podría simplemente no regresar, eso sería una completa locura hasta para mí. Ahora solo necesitaba un respiro, algo que observar además de las paredes grises de mi habitación. Así que ni siquiera me despedí al cruzar la puerta.

A esas horas la calle seguía invadida por transeúntes, automóviles haciendo ruido con sus bocinas e imbéciles drogándose en los callejones y observándome como si pudiese sentirme intimidado por ellos. Si tan solo supieran que esta mañana le quebré ambos tobillos a un compañero de clase que intentó pasarse de listo conmigo y acabé expulsado por cuarta vez en diez años. Esta vez no se tragaron la excusa de que tengo problemas de ira y estoy tratándolo con profesionales. Y aunque eso no era mentira, el proceso resultó ser una completa decepción.

Y ahora soy, probablemente, el peor hijo del mundo. Creo que mi madre consideró largamente sobre entregarme al estado y no tener que lidiar con una molestia como yo. Sabía que ella no lo haría, pero estaba convencido de que lo pensó, y además me sentía algo decepcionado conmigo mismo. Yo no era un monstruo, realmente no. Jamás hubiese querido causarle tanto daño, quizá una simple lección porque —como a todos— no me gusta que se metan conmigo, pero no pude controlarme y cuando la niebla de la furia desapareció, había causado cosas horribles sin desearlo.

No pude controlarme, a pesar de que me he sometido a largos y arduos tratamientos. Volví a enloquecer por una completa tontería, algo pequeño que probaba cuánto había sido mi avance.

Caminé a través de las calles oscuras y húmedas por la reciente lluvia, pateando basura en el trayecto cual despechado mientras gruñía a quien me cruzase. No tenía idea de a dónde ir, solo me moví por la ciudad como quise. Me llevó unos minutos hallar el primer lugar que llamó mi atención. Sinceramente, no entendía porqué, solo se trataba de una pizzería simple y casi vacía. Las letras neón del letrero brillaban sin cesar y lucían ridículas, en ellas decía «pepperoni las 25 horas del día» —sí, así mismo— y no lograba lastimarme los ojos ya que es imposible caminar dos pasos y no encontrarse con lo mismo.

Y aún burlándome del horrible letrero, entré, a pesar de ni siquiera saber la razón. Dentro, era incluso más simple que en el exterior. Había mesas redondas sobre un piso marrón suave, cortinas rojas y paredes color melocotón. Era extrañamente cálido, y al menos me sentía aliviado por refugiarme de gélido aire del cual mi chaqueta no podía resguardarme. Un intenso olor a pizza recién horneada me invadió mientras avanzaba un solo paso. Tras la barra, unos tipos se relajaban o atendían a sus únicos clientes de esta noche.

Mis ojos vagaron por cada una de las mesas buscando alguna agradable y, accidentalmente, mi mirada cayó sobre alguien en especial. Lo había visto antes, por supuesto, a veces hasta creí que me estaba siguiendo. Encontraba a este chico en donde quiera que vaya y me tardé un poco de tiempo en caer en cuenta de que no era así. Él, de alguna manera, estaba en el lugar al que yo llegaba por mera coincidencia u obra del destino —aunque no era de los que creían en eso—.

Siempre me ha llamado la atención, debo admitir. Cada vez en que lo veía podía apreciar un perfil bajo y profunda tristeza pintada en su rostro, sin embargo ensanchaba una sonrisa cuando veía a algún conocido. Lo cual me parecía curioso y patético. Esta vez estaba mirando con atención el mantel rojo sobre la mesa, frente a él un trozo de pizza intacto y una soda abierta. Su cabello rojo —comprobé que era teñido una vez— peinado hacia abajo y recortado desprolijamente, como si lo hubiesen hecho de manera descuidada. Unos segundos después me percaté de que se encontraba llorando.

No me interesa. No tengo porqué involucrarme. Y sin embargo, procuré tomar asiento en alguna mesa cercana a la suya. Una muchacha se acercó a atenderme, pedí lo que quería sin verla a la cara. Lentamente, sin desear verme demasiado obvio, volteé hacia donde el chico pelirrojo estaba. Y me encontré con la sorpresa de que él estaba mirándome atentamente, sus ojos rojos y de ellos aún desbordando lágrimas. Lo observé también, sin ser capaz de apartarme por alguna razón. Pocas personas en mi vida habían llegado a gustarme. Y no es como si él me gustara, solo me parecía... Interesante.

—Hola —dijo limpiándose las lágrimas con la manga del suéter rojo y me sonrió levemente, más por cortesía que por cualquier otra cosa.

Permanecí allí, mirándolo con el ceño fruncido e intentando idear qué decir cuando la respuesta era demasiado obvia. Solo tenía que saludar, sin embargo no lo hice. En cambio, el contrario no lucía afectado e incluso tuvo ánimos para hacer conversación con alguien como yo.

—Mmn... ¿te he visto en otro lugar? —Me miró con cautela, entrecerrando los ojos—. ¡Oh, sí! Eres el que derrumbó los estantes de artículos de limpieza.

Gruñí, recordando ese vergonzoso momento. Me encontraba furioso y no podía conseguir un mísero jabón en polvo entre todo el montón de mierda en los estantes. Terminé pateándolo con más fuerza de lo que debería, y si no fuera porque este chico hubiese corrido hacia otro lugar rápidamente, habría sido aplastado por aquel. Luego de eso ya no me permitieron la entrada al lugar y ni siquiera pensé en disculparme con el pelirrojo por casi enterrarlo. Y ante ese comentario, desvié la mirada y oí una risa auténtica en cambio.

—No te preocupes, salí ileso. Y me dieron una bolsa de manzanas como compensación, así que gané ese día.

Una suave sonrisa se coló mis labios y el muchacho rió, sin rastros de burla, solo porque estaba feliz.

—¿Cómo te llamas? —preguntó después—. Vamos, no eras callado esa vez que le gritaste a la señora en el cine.

De alguna manera me alegró saber que prestaba atención a lo que hacia tal y como yo me fijaba en él cuando nos topábamos por casualidad.

—Es gracioso, porque tú luces callado y deprimido hasta que alguien se te acerca —dije con una sonrisa burlesca, esperando provocarle otra de esas risas, pero en lugar de eso el muchacho borró aquel gesto dulce del rostro. Quizá no era un tema del cual podíamos hablar.

La muchacha regresó con mi pedido y apenas vi a través de su silueta como el pelirrojo apartaba la mirada. Cuando la fémina se esfumó, un silencio cayó entre nosotros y mi cabeza comenzó a trabajar en algunas palabras agradables. El problema era que no soy bueno para decirle cosas gentiles a las personas. Carraspeé, aunque el chico no me vio de todas formas, e intenté.

—Me gusta lo que hiciste con tu cabello, antes lo tenías más largo —solté avergonzado, buscando que me mirase y encontrar en sus ojos algo con respecto a lo que dije.

Pero él no volteó, solo ensanchó una sonrisa irónica.

—Gracias —respondió, jugando con la lata de soda—, aunque yo no quería cortármelo. Ni siquiera tuve que estar de acuerdo.

Me quedé plasmado por unos instantes, luego el muchacho volvió a hablar, un poco más bajo:

—Y tienes razón, lo tenía demasiado largo.

Finalmente me callé, apenado. Traté de unir los puntos en mi mente. Su cabello, aparentemente demasiado largo antes, lucía recortado desprolijamente y al parecer él no había estado de acuerdo. Quizá a sus padres no les gustaba que lo tuviese así y lo forzaron a cortárselo con un estilista especialmente malo. No lo sé.

—¿Por eso estabas llorando? —dije en un descuido y el pelirrojo me miró.

—Quizá...

Más silencio. Tuve una idea, probablemente muy descabellada pero que tenía un cinco por ciento de funcionalidad, lo cual era suficiente para mí.

—Creo que la inútil mesera me trajo la pizza equivocada —solté y aguardé por una reacción.

—¿En serio? Solo tiene queso, no es tan desagradable.

—Prefiero las de pepperoni.

Parpadeó y observó su pizza intacta sobre la mesa, que efectivamente era de pepperoni—. Puedes tener la mía, y con gusto tomaré la de queso.

—Bien —sonreí—, ven y tómala.

Soleil, soleil | Bakushima.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora