En la cima de la torre.

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Una leyenda relata acerca de un pequeño reino, en donde el primer heredero a la corona fue adorado desde su llegada al mundo, como una gota de esperanza tras pocos años de cicatrices profundas. Durante octubre, nace un sano bebé con el cabello como el color del ébano y ojos como brillantes rubíes, producto de un feliz matrimonio. Sin embargo, su vida acaba cuando cumple los trece años, edad en la que decide aislarse en la torre más alta del castillo, resignado a permanecer en lo desconocido por el resto de su vida, inmerso en la fría soledad. La razón que lo impulsa a hacerlo es la maldición que lleva desde su tercer cumpleaños, enterrada bajo su miel, provocando que cualquier individuo que contemple su presencia, caiga enamorado inmediatamente.

En ese entonces, oía los mismos discursos docenas de veces, «tu maldición es más bien una bendición», pero jamás lo vio así, no después de varios años. Cree que no podría apreciar admiración y amor real por parte de las personas a su alrededor, solo aquello que producía la magia que su tía había impuesto sobre él durante su cumpleaños número tres. Ella siempre fue una mujer envidiosa —o al menos eso se rumoreaba, llamada seguidamente como, «la bruja malvada»—, deseaba el cariño que su padre le juraba a su madre y producto a su odio, usó sus habilidades para irrumpir en el castillo y plantar un juramento maligno sobre el pequeño niño inocente.

Al principio, supo cómo lidiar con ello, aún si todas las personas sentían una adoración hacia él que alcanzaba puntos enfermizos. Sin embargo, cuando cumple los trece años de edad, decide que no está dispuesto a soportar más de esa tortuosa falsedad —además del peligro que corría cuando el amor de los extraños se pudría hasta volverse tóxica posesión—, así que se encierra a sí mismo en la torre más alta del palacio, aislado de cualquier persona, simplemente con un pequeño compartimiento en el cual sus padres charlaban y le enviaban alimentos. Ellos habían estado de acuerdo con su decisión, luego de tantos años buscando la manera de proteger a su hijo del salvajismo que su propia maldición desataba.

Creció hasta sus diecisiete años allí confinado, siendo abastecido por libros que podía leer —incluso le tomó cariño a la actividad, jamás creyó que sería posible— y piensa que lo ha estado llevando bastante bien. Desde que era un niño pequeño, ha sido una persona conversadora y entusiasta, tan puro y difícil de corromper que ni siquiera su escabrosa situación había hecho algo por borrar la sonrisa en su rostro, podía tener un mínimo contacto con sus padres tras las paredes que él mismo impuso y obtenía cierta satisfacción en la soledad, después de tantos años fingiendo allí afuera, siendo el príncipe perfecto que absolutamente todos aman. Nadie puede verlo ahora, ningún alma podía enamorarse de su rostro y cree que fue una buena decisión, por más dura que resulte.

Alguna vez había estado encantado con su vida, sonriendo genuinamente durante todo el día, hasta que sucede. Podían ser varios regalos de las personas, cartas expresando admiración, hasta que escala cada vez más y se convierte en secuestros ocasionales, encuentros forzados y miedo, mucho miedo. Había tenido que pasar la mayoría del tiempo en el castillo, custodiado a diario, solo caminando por el pueblo ocasionalmente. Luego de distintos tipos de experiencias, había aprendido que su maldición no trae nada bueno, solo desgracia y dolor. Comprende poco después que el brillo amoroso en los ojos de las personas al verlo no es real, está destinado a convertirse en atrocidad e incluso llega al punto en que piensa, «probablemente, el amor de mis padres tampoco es verdadero» y decide alejarse, porque lo ve como la opción factible.

Si aquel amor que relatan en los cuentos de hadas está destinado a convertirse en vil posesión, considera que es preferible jamás conocerlo de su parte.

Desde que vive allí en la torre más alta del castillo, tiene una rutina definida —aquello a lo que ha tenido miedo siempre—, consiste en despertar, asearse, desayunar un manjar servido por las cocineras a través de la abertura de la puerta, leer algún libro por sexta vez para que el tiempo fluya más rápido, quizás recibir una visita por parte de sus padres, contar los segundos hasta sus siguiente comida y luego esperar a que sea la hora de dormir, puntualmente. Cuando era niño, soñaba con volverse una persona distinta, recorrer tramos maravillosos para nunca aburrirse. Sin embargo, esa es toda su vida, no obtendría nada mejor y es un poco difícil de asimilar, especialmente luego de recibir la noticia de que su tía había muerto, la única persona capaz de romper su maldición.

Soleil, soleil | Bakushima.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora