sᴏʀᴘʀᴇsᴀ

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Me encontraba esperando por mi avión, llevaba una hora allí, estaba demasiado ansioso, tanto que si perdía por alguna estupidez mi vuelo, moriría considerablemente. No era el único que estaba de esa manera ciertamente, era la primera vez que saldriamos de Japón.

— Oí, Tsubasa —Matsuyama se acercaba a paso tranquilo hacia el peli marrón, este llevaba en las manos un par de vasos con malteadas en el — Traje tu favorito —le dijo mientras le entregaba la bebida a su acompañante.

— Gracias Matsuyama-kun —le sonrió con felicidad, agradecía realmente no encontrarse solo en todo aquello.

— Muy lindo todo, ¿Pero porque solo a Tsubasa? —Ishizaki miro a Matsuyama tratando de sacarle lo que todos allí presentes sabían.

— Que Urabe no te quiera comprar algo no es mi problema Ishizaki —le miro burlón el residente de Hokkaido.

Todos allí rieron, mientras que otros dos le miraban enojados, si no fuera porque la seguridad del aeropuerto rondaba cada cinco segundos por el área de descansó Ishizaki ya le hubiera volado esos lindo cabellos a Matsuyama.

Y se preguntaran porque seguridad les tenía un ojo encima, bueno, principalmente por las peleas de los hermanos Tachibana y por un enojado Hyuga que estaba hartó de esperar, y por ello gritaba a quien se le pasaba por en frente, siendo calmado por su querido portero, Wakashimazu.

— Perdón por la espera chicos —Misugi hacia acto de presencia, mientras que a sus espaldas le seguían el señor Mikami y el señor Katagiri, dejando que el menor les explicará como se llevarían a cabo las actividades en Europa.

Mientras que un peli marrón, de mirada del mismo color, estaba en otro mundo. Porqué por fin volvería a ver a sus amigos, a Misaki, sobre todo a él.

Wakabayashi






Dí un gran bostezo sin poderlo evitar, solo faltan unas cuantas semanas para el comienzó del torneo, aún no se siquiera con quien haré equipo, el entrenador Mikami-San no me mencionó nada.

Pero de igual manera, no podía evitar emocionarme, por fin llegué a una de mis metas, jugar con el seleccionado japonés. Sonreí casí con satisfacción, recuerdo la cara de Schneider cuando le dije que no jugaría para el equipo de aquí, parecía un maldito demonio, y casi ya no me habla desde éso. Pero no es como si realmente me importara a decir verdad.

Termine de lavarme los dientes para de una vez comenzar a desayunar, en un poco más de unas horas tenía que juntarme con mi equipo para empezar a entrenar. Y cuando apenas casi pruebo bocado, unos golpes en la puerta lograron despabilarme del todo. Sin reparar en que seguía sin camiseta, me levante para recibir a quien sea que quiera perturbar mi comida a esas horas de la mañana.

— ¡Wakabayashi-Kun! —sintió un peso extra en su cuerpo, al mismo tiempo como este encajaba sus piernas a cada lado de su cintura, y sobre todo, era pequeño.

— ¿Enano? — aun no lograba despertar del todo al parecer, ¿De verdad su pequeño solecito estaba ahí?

Nada, ni una palabra, pero si un llanto. Sentía su hombro húmedo, y sin más abrazó con posesión a su chico, porque sí, ese pequeño pedazo de azúcar y amigo del fútbol le pertenecía.

— Te extrañe, no sabes... cuánto —decía sin querer soltarle, con ese temor de qué el otro se volviera a ir.

El mayor cerró la puerta con cautela, y llevó en brazos al menor. Sentándose en el sofá, y acariciando los cabellos de su pequeño.

— Yo también, nunca más me iré de tu lado —sintió una presión casi torpe en sus labios, se derretia ante la ternura de su chico, profundizó el toque con más pasión, demostrando cada uno cuanto extraño al otro.





— Tsubasa, ¿Te encuentras bien? —Misugi preguntaba con preocupación al de menor altura.

— Muy bien Misugi-kun, ¿Porque la pregunta? —dijo confundido.

— ¿No será porque tienes un montón de marcas en el cuello y en la espalda, enano? —dijo casi riendo Hyuga.

— ¿Que estuviste haciendo picaron? —y claro, no podía pasar por alto esa charla Ishizaki.

— ¿Qu...? —su rostro enrrojecio con fiereza, y más cuando escucho a lo lejos a Wakabayashi — ¡Fueron los mosquitos! —dijo con rapidez.

En ello entraba Wakabayashi con un semblante tranquilo, cambiando cuando veía como los chicos estaban a las risas, mientras que su enano trataba de ponerse la camiseta con una torpeza nunca antes vista.

— ¡Hola chicos! —dijo sin más el portero estrella.

— ¡Hola mosquito! —Masao y Kazuo gritaron al ausino.


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