II

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Hace días que no la veo.
Y eso hace que mis días sigan igual de rutinarios que siempre.
Voy camino de uno de los sitios más llenos de Madrid.
Y por muy difícil que podía haber sido, allí, entre toda la gente, estaba ella.
No olvidaría ese pelo castaño ni aunque quisiera.
Otra vez este maldito cosquilleo.
¿Qué me pasa?
Voy andando hacia ella como si mi cuerpo tuviera vida propia.
Un escalofrío me recorre todo el cuerpo.
No sé que decirle pero le tapo esos ojos que me vuelven loco con las manos.
Me acerco a su oído y le susurro.
-Te echaba de menos por mi vida, pequeña.

Me encanta recorrer la Plaza Mayor en navidad.
Me recuerda a mi infancia,
cuando era capaz de sentir felicidad dentro de mí.
Camino entre la gente,
sintiéndome diminuta,
invisible.
Me gusta.
Y de repente ocurre.
Unas frías manos tapan mis ojos.
Mi corazón se acelera,
asustado,
pero solo hasta que escucha su voz.

De pronto tengo esos ojos verdes
mirándome intensamente.
Me quedo parado.
No sé que hacer.
Pero ahí está ella para hacerlo todo bien.
Me rodea con sus brazos.
Y me reconforta.
No sabría como explicarlo.
Pero, ella, me ha salvado.

Qué bien se está entre sus brazos.
Ojalá quedarme en ellos para siempre,
sin soledad,
sin frío.
-Qué bien le sientas las luces de navidad a tus ojos azules.
Me sorprendo a mí misma después de decir aquello.
Me siento estúpida,
pero entonces él sonríe.
Lo único que siento en ese momento son unas extrañas cosquillas en el estómago
y un torbellino de emociones en mi pecho.

Sólo sé que me siento bien cuando me mira.
Me siento tan bien a su lado...
Ni siquiera hace falta mirar la hora porque los segundos pasan volando a su lado.
Y vuelvo a hacerlo.
Seguro de mí mismo.
La beso.
Saboreo sus finos labios.
Siento como mis labios van al ritmo de mi corazón.
Ya no quiero nada más.
Bueno sí.
La quiero a ella, en mi vida.
Sonrío a poco centímetros de su boca.
Y se lo digo.
-No te vuelvas a ir, porque ya no sé qué hacer sin ti.

Joder.
Me está pidiendo que me quede con él.
Sé que no puedo decirle que no
y,
siendo sincera,
tampoco quiero.
-No pienso irme.
Después me pongo de puntillas
y me pierdo por unos infinitos segundos en sus ojos
antes de volver a probar sus labios.
Podría perderme en ese beso
en la dulzura de su brazo rodeando mi cadera
en la maravillosa casualidad en la que se ha convertido,
en la que nos hemos convertido juntos.

Me gusta.
Me gusta de verdad.
Me hace sentir vivo.
Pero, ¿le gusto?
Me ha dicho que se quedará, pero
¿y sino soy lo suficiente para ella?
Me atrevo a cogerle de la mano.
Para que vea que voy en serio, que me pienso quedar con ella.
Que voy a estar para cuando necesite.
Porque ahora soy más suyo que mío.
Porque ella...
Ella ha sido la casualidad más bonita de mi vida.

Me coge la mano.
Quiero pedirle que no me suelte nunca
pero no lo hago.
En lugar de eso aprieto su mano un poco más fuerte
y él lo entiende todo.
Lo sé.
Mientras caminamos de la mano pienso en que tengo suerte,
la tengo por una vez en mi vida,
y la tendré mientras se quede conmigo.
No te vayas nunca
pienso
aunque esta vez también lo digo en voz alta.
-Nunca-contesta,
y no sé por qué,
pero estoy convencida de que no está mintiendo.

Le he dicho que no me voy a ir nunca.
Y eso es lo que quiero, estar con ella siempre.
Pero no quiero estropearlo.
De repente me paro.
Ella me mira extrañada.
Yo le sonrío.
Le doy un pequeño beso en los labios.
Y me acerco a su oído.
-Al menos me podrías decir cómo te llamas, me gustaría saber cómo se llama la suerte de mi vida.
Ella se vuelve a ruborizar.
Y se le pone ese cierto color rosado en sus mejillas.
Le doy un beso en la mejilla.
Y entonces me doy cuenta.
Esto es lo que suelen llamar amor a primera vista.
Porque creo, que me estoy enamorando.

-Iris, me llamo Iris-contesto, sonriendo.
-Iris...-repite él.
Sin duda mi nombre suena mil veces mejor si sale de sus labios.
-¿Vas a decirme tú el tuyo o vas a dejarme con la intriga?
Sonríe misteriosamente.
Me encanta.
-Aún me lo estoy pensando-contesta.
-Idiota.
-Puedes llamarme idiota durante el resto de mi vida,
si quieres.
Me río.
No sé cómo lo hace,
pero cada vez me gusta más.
-O puedo llamarte "mi chico"-digo,
mientras me aproximo a sus labios.
-También-contesta.
Se lanza a besarme.
Giro la cara.
Río, y sus labios besan mi mejilla.
-Hasta que no me digas tu nombre no hay beso.
-Hugo.
-Hugo-repito.
Espero que su nombre le suene mil veces mejor si sale de mis labios.

La historia de la chica con la sonrisa rota y el chico de los ojos color mar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora