Ella era así, no se sabría explicar porqué. Es como si de alguna forma por más fácil que le fuera ser feliz con poco, con lo que habría... algo en ella quería más.
Anabel habría sido siempre así, pausada, soñando con llegar a lugares nuevos donde idealmente ningún mapa le pueda explicar la mejor forma de recorrer esos lugares que tenía al frente.
Ella era de Rosario, Argentina. Y esta ciudad era simplemente de lo más acogedor. Esos caminos que sólo conoce aquella o aquel que creció ahí. Tener el privilegio de haber conocido la sonrisa del Sr. Darío, un completo personaje. Vestido de traje, con un gorro de esos panameños y siempre perfumado.
Así se le habría tratado de explicar mil veces que ya muy pocos leían del papel, él....testarudo como un viejo perro que busca huesos en las tierras más imposibles, seguía repartiendo periódicos gratis a todos los de su calle. Después de todo, una sociedad informada es una sociedad que progresa. Y no estaba equivocado el Sr. Darío sobre eso, en lo absoluto.
Anabel era una de esas pocas que le recibían todos los días ese periódico, sólo que para darle un uso particular. Anabel tenía ya 20 años, y la brecha entre las ganas de salir a explorar el mundo y las oportunidades de haberlo podido hacer se iban acentuando. ¿Cuánto tiempo más podría aguantar su inquieto corazón? ¿Qué creería realmente que la esperaba ahí, afuera de Rosario? ¿Sería aventura, nuevos paisajes para impregnar en la memoria o sería amor?
Da igual, el punto es que ganas de salir habían y ella se encargaba de alimentarlas a diario, buscando fotos en esos periódicos que el testarudo de Darío se pasaría repartiendo.
Siempre encontraba algo, alguna playa linda o alguna foto de una ciudad sin nombre. A veces inclusive encontraba ciertas palabras que llamaban su atención, las recortaba y las llevaba a esa pared que custodiaba toditos sus caprichos y sus más dulces sueños.
Ahí, junto a su máquina de coser... iba este pedazo de pared que tenía tanto poder sobre ella. De todos los galanes que Rosario le podría haber ofrecido, ninguno la hacía sentir remotamente cerca a como la hacía sentir esa pared. Y eso que habían muchos. Anabel encantaba a más de uno, con la ligereza de su figura, la sonrisa que casi siempre llevaba puesta y aún así no lo hiciera su suave mirada hacía sentir en máxima comodidad a quién tuviera al frente.
Cuando Anabel salía a pasear era muy típico encontrarla en camino al "Parque de La Independencia". Seguro además de la belleza del lugar era el nombre lo que la atraía, claro... ella ni cuenta. Como olvidar contarles sobre su facilidad para no notar ciertas cosas... para distraerse. Era algo muy típico en ella y a decir verdad ella disfrutaba mucho de ser así.
Después de todo, algo que siempre decía Anabel es que hay que saber elegir. Hay que elegir a qué cosa y dónde poner nuestra energía. La respuesta no puede ser "a todo", así que no notar algunas cosas era señal de estar efectivamente eligiendo.
Entonces ahí estaba Anabel, con sus más incondicionales amigos: papel y lápiz. Ahí se la pasaba dibujando todos los vestidos que su curiosidad la llevaban a crear. Mientras el sol jugaba a las escondidas entre sus rubios cabellos sueltos, ella se perdía en el reto tácito de traer a la vida el vestido más lindo del mundo.
Y como es la vida de graciosa que todo esto justo empezó por una coincidencia entre ella estando en ese querido parque y su amigo el Sr. Dario apareciendo una mañana a repartir sus periódicos en ese mismo lugar. Anabel estaría en lo suyo, concentrada y despreocupada de lo que estaría sucediendo a los alrededores.
Era un poco más temprano del horario en el que ella solía estar ahí. Pero ahí estaba ella... vestida de un lindo enterizo blanco con flores lilas y amarillas, una visión fresca de verano. De pronto, sobre su dibujo aparece un periódico y sin necesidad de levantar la cabeza ella sonríe sabiendo exactamente de quién se trataba.
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Este cuento es tuyo
Short StoryHistorias que nacieron así, con un nombre y un cuento detrás. Porque la aventura, la verdadera aventura de vivir empieza mucho antes de lo que imaginamos. ¿Te animas a recordar la tuya? Tal vez termine estando escondida aquí bajo el nombre de alguie...