I

154 70 329
                                    

Alicia

Cuatro de la madrugada. Frío en la calle. Calor en la zona del horno. Contrastes.

Me limpio las manos de nuevo en cuanto termino de meter la última remesada de pan en el horno y me preparo para volver a amasar. Es un proceso bastante tedioso pero reconozco que no se me da mal. Solamente hay que tener paciencia y cuidado para que todo salga bien. La habilidad para saber imprimir la fuerza necesaria a la masa es clave, pero siempre he pensado que el tiempo es mucho más importante. No puedes tener prisa a la hora de hacer pan o los dulces que en cuanto termine con esto me pondré a hacer. Hay que saber que cada paso lleva su tiempo. Está claro que a mí tiempo me sobra y llevo haciendo lo mismo desde que era niña, así que este negocio no se me da nada mal.

Esparzo la harina sobre la gran mesa mientras tarareo una melodía que no recuerdo dónde la escuché. Me gusta trabajar con música pero a estas horas no puedo poner el hilo musical y mis auriculares me los cogió mi hermana hace semanas, así que tengo que conformarme con canturrear yo misma mientras preparo doce nuevas barras de pan. Esta panadería es la única en todo el pueblo, así que se vende todo lo que hacemos. No va mal el negocio. Mis padres, los dueños del mismo, dicen que van a poder tener una dulce jubilación algún día y que nosotras tenemos que dar las gracias por haberse matado ellos a trabajar y dejarnos un negocio tan lucrativo. Sé que tienen razón, y cada día agradezco lo que hacen por nosotras. No todo el mundo puede decir que con dieciocho años tienes un trabajo y además un techo bajo el que dormir. Me gusta ser agradecida por naturaleza.

Comienzo a amasar con contundencia y esmero. Tengo el tiempo justo de preparar todo antes de llevar los encargos a las cafeterías y demás negocios que empezarán a abrir dentro de tres horas. Mis padres cada vez vienen menos por aquí. Se pasan a veces un rato por la mañana y otro rato por la tarde, lo justo para dejarse ver y que los clientes sepan que siguen al frente del negocio. Y mi hermana... Bueno, ella debería estar conmigo amasando, pero suele estar cansada a estas horas, así que se ha ido a echarse un rato más en la parte de atrás. No me importa, alguien tiene que hacer las cosas y yo voy más rápida si estoy sola haciéndolo. Y esto es sencillo, no es algo para lo que necesite ayuda.

Por raro que parezca, no tengo hambre. Hay un delicioso aroma que impregna las paredes de la tienda, pero no siento necesidad de comer nada. En el pueblo a veces me dicen que ellos no podrían evitar comer cada poco algo de lo que preparo. Bueno, yo me he criado entre pasteles, así que a veces me apetece más una ensalada que lo que preparamos aquí.

Voy al horno un momento y reviso que todo vaya bien. Maldita sea... Me tropiezo con la misma baldosa de siempre y me choco contra la pared del horno. Tengo que arreglar esa baldosa; el día menos pensado acabo teniendo un accidente...

—¿Qué haces? ¿Por qué armas tanto escándalo?

Aparece mi hermana Elia frotándose los ojos, claramente mosqueada por haberla despertado. Se estira todo lo larga que es ya a sus dieciséis y agita su melena oscura para airearla. Siempre ha parecido una modelo, y así la ven en el pueblo. Además, como es tan simpática con la gente, es de las típicas chicas que caen bien a primera vista. A mí se me da peor eso de socializar, lo reconozco. Por eso prefiero quedarme aquí más tiempo mientras ella sale por ahí. Imagino que son formas distintas de ver la vida.

—Lo siento —le digo volviendo a la mesa—, me tropecé con la baldosa de siempre y me di contra...

—Pues ten un poco de cuidado, porque estaba cogiendo ya el sueño y...

Está todavía medio dormida, por eso no me ha preguntado si estoy bien.

—Sí, lo siento. A ver si acabo con esto e intento arreglar la baldosa.

DangerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora