VI

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Alicia

No sé ni qué día es hoy ni cuánto tiempo llevo aquí encerrada. ¿Diez días? ¿Veinte? ¿Un mes? Toda la casa tiene las puertas y ventanas cerradas. El otro día intenté mirar a través de una rendija de la ventana del salón pero estaba oscuro. Y no sé ni qué hora es en el día, ni tengo reloj para saberlo, ni Jandro me dice gran cosa excepto cuando tengo que comer o irme a dormir.

En realidad Jandro no habla prácticamente nada. A veces veo que me mira de reojo, muy serio. Hay días que está de mal humor y otros en los que parece que es algo más amable, como el día que me trajo aquella tarta y me leyó uno de los poemas del libro. Pero después de eso volvió a estar como metido en sus propios pensamientos. Eso me desestabiliza por completo.

A veces lloro hasta quedarme dormida y otros días estoy más animada e intento pensar que en cualquier momento la policía va a entrar en esta casa y sacarme de aquí. A mí no se me ocurre la forma de escaparme. Puertas y ventanas están selladas, mi habitación ni siquiera tiene un pequeño agujero por el que poder hacerme camino. Jandro cuando me deja sola cierra con llave la puerta principal y antes de irse a dormir, hace lo mismo y no sé dónde la guarda. Si al menos consiguiera saber dónde está esa maldita llave...

Jandro entra por la puerta, con la máscara ya puesta y una bolsa de plástico en la mano. Cierra con llave y se la guarda en el bolsillo del pantalón. Yo sigo intentando leer en mi rincón del sofá, con mi muñeca en el regazo, mientras él coloca todo en la cocina. Viene al cabo de un rato a la zona del salón y se tira en el sofá de enfrente, resoplando.

—Manda cojones —le escucho decir—. Mira que extrañar la televisión... ¿Tú no echas de menos ver esas mierdas en la tele? —le miro de reojo y asiento, volviendo a mi lectura—. Oye, tengo noticias.

—¿Noticias? —pregunto, más interesada ahora.

—Tus padres.

—¿Mis padres?

—Por fin fueron a la policía a denunciar tu desaparición.

Agacho la cabeza de nuevo.

—Ah, ya...

—Pensé que te gustaría saber que se han preocupado por ti.

—No lo hacen —respondo sin levantar los ojos del libro—. Imagino que extrañarán que trabaje y querrán que vuelva.

—No había buena relación, ¿verdad? —pero me quedo en silencio—. He dicho que si...

—No creo que mi secuestrador tenga interés en mi vida —le contesto sin mirarle.

Él se queda un instante en silencio. Se levanta al momento.

—Solamente quería charlar —le escucho que dice al alejarse de aquí, ya en la zona de la cocina. Pero el teléfono le suena y le escucho quejarse en bajo—. Joder... A tu habitación, ¡vamos! —me grita, viniendo de nuevo hacia mí, cogiéndome del brazo para levantarme.

Me voy corriendo y cierro la puerta para que él lo escuche, pero esta vez intento abrirla con sigilo para oír lo que están hablando.

—Sí, señor... —le oigo que le dice a alguien—. Claro... ¿Esta semana? Sí, por supuesto... Preparada, sí, como me había pedido... Sí, señor... Claro, señor... Muy bien, señor... —parece que ha colgado la llamada y escucho varios golpes secos, como si estuviera dando patadas o puñetazos a algo. Silencio. Y, de nuevo, su voz—. Oye, quieren reunirse esta semana... No, solamente una toma de contacto... Sí, joder... No, si entro allí y... —de nuevo un golpe—. No voy a poder evitarlo, me da igual lo que me... Lo sé, no hace falta que me lo repitáis constantemente, pero entended mi postura... —se hace un silencio más largo y vuelve a hablar—. Muy bien, pero tenéis que localizarla muy rápido... Me da lo mismo, antes de que le pase algo, pienso llevármela... Pues diciéndole lo que sucede y qué es lo que... ¡Entonces encontradla antes y no habrá problemas!

DangerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora