Trabajo en una posada de estilo japonés encargándome del aseo y las habitaciones cada día. Uno pensaría que se trata de un trabajo poco interesante. Sin embargo hoy, lo interesante estaba por llamar a la puerta.
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El tintineo de las campanas de viento anunciaba la llegada de nuevos clientes.
—Takeshi, llévalos a la seis —sonó la voz de Kiyomi por el radio.
Dos caballeros me aguardaban en el vestíbulo. Parecía otra pareja normal que solo venía a pasar un buen rato... hasta que pillé esa mirada furtiva... fija en mí.
—Yo me encargo de esto —me dijo una vez que llegamos a la puerta de la habitación seis, tomando la bandeja donde llevaba una botella de sake y dos pequeños cuencos. Al hacerlo, no se ahorró obsequiarme una discreta caricia en el dorso de la mano, mientras su acompañante andaba distraído instalándose en la habitación.
El hombre se giró de repente, cogió la botella de sake y le dio un buen sorbo. Por sus modales, por la forma de llevar la camisa y por la selva de vellos que se arremolinaban a lo ancho de su pecho, no parecía venir de ningún lugar de oriente.
—Lo llamaremos si necesitamos algo —indicó en un inglés áspero y disciplicente, mientras dejaba la botella vacía sobre la bandeja con un golpe seco.
—Entendido —respondí antes de que el joven terminara de encontrar las palabras para traducir el mensaje del cliente. Hice una venia para retirarme y él cerró lentamente la puerta corrediza, sin despegar su mirada de la mía.
Inmediatamente, empezó el trajín. El sonido de un cuerpo estampado contra la puerta (descuadrándola y dejando una pequeña franja a la vista). La respiración pesada del mastodonte occidental chorreándose por su cuello. Su barba le provocaba un cosquilleo que iba bajando por su torso angosto y lampiño, mientras dos grandes manos lo cogían de los muslos para levantarlo en peso. El visitante más joven soltó un gemido al sentir la verga de su amante apuntalándole la abertura entre las nalgas.
A ese inicial gemido le siguió una sinfonía de sonidos obscenos acompasados por los bramidos de su semental. FUCK! Yeah...fuck! Take it, bitch. Take it, take it. Yeah... Move your tight ass along that dick. Un chasquido. Slap that ass! Yeah! Un golpe brusco (que abrió más la indiscreta franja). El sonido de la porcelana rajarse y rodar por el suelo. Una silueta gruesa y un par de pantorillas colgantes avanzaron torpemente hacia el lecho donde retomarían ese ajetreo de embestidas y alaridos. Un cuerpo quedó eclipsado al tumbarse el otro sobre él, dejando a la vista únicamente las pantorrillas. Esta vez no colgaban sino que se sacudían al ritmo de sus quejidos con las plantas de los pies mirando el techo.
Al cabo de unos minutos, estalló un último rugido. Luego, el silencio. Y con él, la culpa de mi impertinente presencia. Traté de retroceder sin que el crujir de la madera bajo mis pies me delatara. Traté de retroceder sin despegar la mirada de esa escena concupiscente, como se hace al huir de una bestia iracunda. Miré fijamente esa espalda voluminosa. Pero antes de que pudiese escabullirme, esa espalda se escapó de mi vista, rodó media vuelta y quedé totalmente expuesto.
Cerré los ojos por un instante, y al siguiente, tras darme cuenta de lo inútil de mi reacción, los abrí. "Me han pillado" pensé, pero encontré al gigante sumido en un profundo sueño. Sin embargo, me tomó por asalto un inesperado dejavu: esa mirada fija en mí... ya no era un vistazo furtivo, que abre fuego, fulmina y se repliega tras hermosas pestañas. No. Ahora me veía despojado de toda vacilación, sin obstáculos en el medio y con una voracidad impúdica. Era una incitación.
En muda insistencia suplicó su mirada. Finalmente, pude mover mis pies. Resuelto, irrumpí en el terreno prohibido, decidido a hurtar el fruto de mi pecado original.

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La Posada del Placer
Teen FictionTakeshi, encargado de limpieza en una posada de estilo japonés, se verá arrastrado en una espiral de desventuras pecaminosas, perdiéndose un poco en cada una de sus curvas. Romances fugaces, aventuras de una noche, incursiones a lo prohibido y sobre...