Juro que te volveré a ver

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-"Mátame." -Le había dicho la niña entre lágrimas. Sus ojos verdes estaban acuosos, derramando unas lágrimas que él quería parar de alguna manera. -"Mátame por favor, Al."

Habían crecido juntos, siendo medios hermanos. Ella era la hija de la esposa oficial de su padre, y él, un bastardo nacido entre una doncella del personal y el patrón. No sabía a ciencia cierta cómo había ocurrido, sin embargo, reconocía que no pudo haber sido por voluntad propia.

Al final, su madre y él habían sido relegados a una casa a las afueras del pueblo, marcados por la gente insensible. Él había odiado a su padre, a la esposa de su padre, a todas las personas del pueblo, menos a esa niña.

Esa niña de cabello avellana y ojos verdes que fue la primera en extenderle la mano.

Apenas tenían un año de diferencia, pero él se había dado cuenta de que ella era diferente.

Quizá fue cuando la conoció, a los seis años. Él se había subido a un árbol, huyendo de los niños mayores del pueblo que tenían a bien molestarlo; sin darse cuenta, trepó demasiado, y se adentró profundo en el bosque. El árbol era un viejo sauce, tan grueso y alto como la casa de quien sería su padre.

Se había aventurado a tratar de bajar de ahí, sabiendo lo peligroso que sería tal faena. Subir había sido cosa fácil, pero la altura a la que se encontraba, lo mareaba.

Poco a poco bajó, hasta llegar a la mitad, a unos buenos dos metros aún del suelo. La corteza arrugada en la que había apoyado su zapato crujió, sus uñas, aferradas al árbol, sangraron cuando su peso lo hizo caer desde aquella altura.

Un dolor insoportable empezó a inundarlo, naciente desde su pierna izquierda. Líquido de color rojizo y olor ferroso empezó a brotar de una herida expuesta, con el hueso astillado sobresaliendo por debajo de donde estaba su rodilla.

Trató de levantarse, dándose cuenta de que no podía. El dolor aumentaba cada vez más, y la oscuridad empezaba a presentarse.

El eco de los animales crepusculares de la zona pantanosa de Lousiana hicieron que su corazón se acelerara cada vez más. No quería aceptarlo, pero Alastor tenía miedo; un ruido del crujir de una rama lo hizo sobresaltar, haciéndole cerrar los ojos ante la inminente muerte que seguramente se le presentaría, pues su herida no tardaría en llamar la atención de los cocodrilos, lo sabía muy bien a fuerza de haber alimentado aquellos animales con las mascotas muertas de los niños que lo molestaban.

¿Éste era un castigo por haber tomado venganza de aquellos imbéciles que ofendían a su madre? Si era así, lo tomaría gustosamente. No se arrepentía de haber matado a cada uno de aquellos animales domésticos en nombre de la revancha, así ellos hubiesen sido inocentes de las fechorías de sus dueños.

Sin embargo, la muerte esperada, terrible y malvada en realidad se le presentó con la imagen de una niña de su edad, vestida de blanco, un vestido puro como el de una muñeca. Sus ojos verdes, profundos y brillantes, parecían gemas a la luz del crepúsculo. Su cabello le recordaba al café que su madre solía beber cada mañana, con un toque de leche; aquella niña nunca la había visto, tan sobrenatural a sus ojos, pensó que quizá, ella era la personificación del ángel de la muerte que había leído en relatos.

-"Oh, my... ¿Estás bien?" -La niña, con la mirada fija en la herida de Alastor, se arrodilló frente a él. Su voz, suave y dulce, parecía preocupada. Era una niña, sin embargo, Alastor pensó que no actuaba como una, aumentando la sensación de sobrenaturalidad que cargaba.

Él no supo qué contestar, de alguna manera, su aliento se había contenido. El oxígeno de sus pulmones se había congelado en un momento eterno donde consideraba si confiar en ella o no sería buena idea. Lo único que pudo hacer, fue negar con la cabeza.

For all eternityDonde viven las historias. Descúbrelo ahora