Reencuentro

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La luna se había ido hace mucho, dejando entrever el alba y sus colores opacos, los destellos púrpuras de un día naciente que significaba demasiado para él.

No pudo evitarlo, sus pies lo habían guiado hasta el estudio donde el telescopio reposaba a la espera de su criminal uso; Alastor siempre se había jactado de su gran autocontrol, no obstante, ese autocontrol se había esfumado en cuanto la ansiedad por volver a ver a Charlie lo inundó.

Había tenido un sueño plácido y conmovedor, donde aquella chica y él nunca se habían separado de la forma en la que lo hicieron, volviendo a sus años de infancia, en una algarabía multicolor de días infinitos donde el tema principal siempre era divertirse en los pantanos, cazando animales para la cena donde ellos y la madre de Alastor sonreían mientras compartían sus alimentos, donde la niña que tenía ojos verdes y que ahora poseía unos color dorado tan resplandecientes como el oro mismo, posaba su mirada en él y en nada más que en él.

Recuerdos de días felices mezclados con el deseo y lo que pudo ser, con los cambios de la actualidad y las bellezas del pasado. Y entonces, Alastor no pudo evitar que la ansiedad que el sueño había alimentado tan fuertemente se quedara quieta.

Y sus pies lo habían guiado en silencio, con una fuerza abrumadora tan inquietante y placentera, que no pudo detenerse así su cerebro le susurrara que lo que estaba a punto de hacer estaba completamente mal. Aquello sería su secreto más íntimo, su felicidad fugaz y calmante al reconocer que era la única manera, por el momento, de acercarse a Charlie.

La luz del amanecer empezó a filtrarse por la habitación, coloreando lentamente los objetos que la adornaban; el piso de madera crujió bajo sus pies, mientras se acercaba a su objetivo. El telescopio plateado junto al balcón, contrastaba con las rojas y espesas cortinas; Alastor miró el reloj de pared, las manecilla pequeña y regordeta en color negro señalaba el número seis romano, y la larga y delgada el tres. Demasiado temprano para calmar su ansiedad, ella probablemente aún estaba durmiendo.

Decidió esperar sentado en el escritorio, un mueble de aspecto pesado con un recubrimiento de mármol que lo hacía ver elegante y opulento. Sobre aquella pieza cuyo origen fue simple despilfarro según el dueño mismo, estaban regados algunos papeles y objetos varios de oficina, haciendo sobresalir un objeto en específico entre aquella algarabía.

Una caja pequeña, cuadrada, de no más de cinco centímetros de cada lado. Alastor la tomó con una de sus manos mientras acomodaba sus gafas circulares con la otra. Esa pequeña cosa forrada en terciopelo color vino era lo que lo había mantenido cuerdo durante años.

La abrió delicadamente; quien conociese a Alastor, pensaría que aquella veta romántica en él era sólo una mala broma, sin embargo, existía. Existía tan real y dolorosamente como las hebras color avellana enredadas en el anillo que había sido de su versión de Charlie.

El objeto plateado enhebrado con el único mechón de cabello que Alastor pudo recuperar del cadáver de su Charlie antes de que el fuego la consumiera, brillaba a la luz del amanecer. Una única y pequeña piedra preciosa de color rojo con forma de lágrima, resaltaba.

Alastor había resguardado tan celosamente aquellos únicos objetos que su querida había dejado atrás, escondiéndolos en los lugares más impensables cuando los adultos empezaron a buscar a su hermana, luego, transportándolos de un lugar a otro, manteniéndolos siempre cerca, siempre en el lugar donde él pasaría su tiempo libre advocado a la tranquilidad.

La luz del sol se abrió paso al fin, y cuando Alastor se dio cuenta de ello, suspiró alegremente. Cerró la pequeña caja que había contemplado por quién sabe cuánto tiempo, y la colocó en su lugar, escondido a la vista de todo aquel que tenía la fortuna o el infortunio de pisar aquel lugar.

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⏰ Última actualización: Feb 04 ⏰

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