Parte 1: Fuerte de raíz

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Julia le había puesto su padre, quizá no lo sabía pero su nombre significaba que es fuerte de raíz. Ana le puso su madre, por no quedarse atrás, porque era lo único que le resultaba armonioso: Ana Julia. Así quedó y eso sería todo lo que sus padres le aportarían: el inicio de su vida. A medida que crecía, su relación se volvía más y más distante, tanto que no escucharemos más de ellos por el resto de la historia.

Julia (porque hace ya tiempo se deshizo del Ana), vivía sola en un departamento pequeño pero de mil colores, amaba el cine – entre otras cosas que aprenderemos de ella- y desde muy joven se inició en la costumbre de pegar afiches en sus paredes. Se concentraba sobre todo en los personajes: Rosario Tijeras, Mia Wallace, Alicia Sierra. De vez en cuando las admiraba y se imaginaba una vida distinta para ella, tan emocionante como una película. En esos momentos, el tiempo pasaba en cámara lenta y practicaba sus gestos y frases ante una cámara flotante que le filmaba en un primer plano. Disfrutaba de esa posibilidad de verse a sí misma desde distintos ángulos y con el placer que solo puede obtenerse de los aplausos y la admiración de un público, aunque inexistente. Esta vez, en el encierro, ya ni eso la animaba y poco a poco se quedó sin saber qué hacer y pensando más de lo que normalmente se permitía.

Aunque ya nadie llevaba la cuenta, habrían pasado entre cuatro y cinco semanas. Aún no era permitido salir y formar parte de una realidad cruda en que se luchaba contra un enemigo invisible pero mortal. Todas las personas cuyo trabajo, o más bien la falta de éste, no resquebrajaba la supervivencia humana, tenían la obligación de quedarse en casa. Así cumplía Emmanuel en el departamento de al lado, adaptándose perfectamente a su nueva rutina. Como cada día, se encontraba en la cama, alerta pero con los ojos cerrados para no ver el tiempo pasar y, así, sentir que ha despertado a las 10am, lo suficientemente tarde para que la mitad del día llegara pronto. Cuando supo que estaría encerrado por un tiempo, prefirió quedarse ahí, solo, y visitar a su madre y a su hermano cada vez que le fuera posible. Así cumplía cuando, muy improvisadamente, golpearon a su puerta. Emmanuel metió la cara debajo de la única cobija blanca que utilizaba para dormir, esperando que el sonido se esfumara si se escondía. Pero la puerta volvió a sonar y esta vez con tres golpes de más que denotaron la gran importancia del asunto. Se acercó a abrir y, de golpe, entró Julia bastante nerviosa y usando algo que parecía servir de pijama o ropa casual de cuarentena (quién distingue ya).

-¿Hola? – preguntó Emmanuel con las manos a la altura del pecho, mirando al cielo por respuestas

-Hola – le contestó – tengo un problema.

Emmanuel sacó la cabeza por el marco de la puerta para ver si alguien venía detrás de ella. No había nadie. Tampoco había escuchado sonidos fuertes, ni gritos. Sabía que su visitante vivía en el departamento de al lado. Julia también sabía de él, aunque poco. Sabía, por ejemplo, que si él entraba primero al edificio y la veía venir detrás, abría la puerta y la sostenía hasta que ella entrara y , cuando pasaba por su lado, él bajaba la mirada aunque saludaba con una voz fuerte, sin tímidez. Sabía, por lo tanto, de su paciencia; e intuía, por lógica, que tendría una edad parecida a la suya. Y sin embargo, no lo escogió por eso, simplemente porque vivía ahí, cerca, y con ese pequeño dato le bastaba para sentir que sabía más de él que del resto de sus vecinos y vecinas.

-Tengo un problema- repitió . No encuentro a mi gato. Verás, el otro día empecé a coser u...unas cosas. Y ahora, todo está muy grande, una parte hasta se salió por la ventana, esa que da al patio de atrás. Y...se me perdió mi trapito.

- ¿Se te perdieron un trapo y un gato? – preguntó Emmanuel, en un esfuerzo por disimular que no entendía su historia en medio de tanto apuro.

- No no. Mi gato es trapito, así se llama. ¿Puedes venir? Tú debes ser fuerte, a ver si me ayudas a doblar todo y le encontramos.-

Emmanuel asintió con la cabeza, bajando un poco la mirada como acostumbraba hacer. Se puso unos zapatos, abrió la puerta y la sostuvo hasta que Julia saliera. Ella abrió la suya y la soltó, ésta golpeó levemente la nariz de su acompañante que la quedó mirando sin que se diera cuenta, cestionando en lo profundo de su alma su falta de reprocidad. La reflexión, sin embargo, le duró muy poco pues no se pudo contener ante la sorpresa que le esperaba dentro. Sobre el piso, se extendía una enorme tela de retazos unidos a la fuerza, sobre un patrón carente de valores estéticos, como una melodía compuesta por ruidos estridentes de uñas al rasgar. La sensación era esa: atonal, falta de relación entre tonos, o colores, o razones por las una persona elaboraría un mounstro tejido de esa magnitud.

- ¿Qué? – preguntó sonriendo – ¿Qué pasó aquí?-

- Ya te dije, se perdió mi gato. – respondió Julia

La miró. Un segundo fue suficiente para que ella entendiera que esa no era la respuesta que buscaba:

-Nada – dijo Julia – necesito doblar esto y guardar, o botar, no sé. Me llamo Julia, cierto. Significa que soy fuerte de raíz.-

-Emmanuel – contestó él - significa Dios con nosotros o algo así.-

-¡Ah! Eres religioso – dijo ella con la seguridad que le caracterizaba

-No. Es solo mi nombre, yo no lo escogí. Bueno, te ayudo.- contestó.

Se acercó a la ventana asumiendo que debía empezar a doblar el telar desde ahí pero pronto descubrió que éste no tenía esquinas. El primer retazo que pudo ver de cerca era el dibujo de un gato negro, acompañado por las letras "Chat Noir. Paris". Lo levantó y soltó de golpe, rápidamente colocó su rodilla sobre la pared de manera que esta fuera capaz de sostener la tela y disimular su respiración agitada, sus ojos de miedo. Al otro lado, el retazo estaba cubierto de sangre, como una salpicadura de esas que se ven en películas cuando salta de una cabeza o de un cuello y se impregna en un proceso súbito que la convierte en evidencia. Pero, ¿evidencia de qué? La miró. Y Julia le devolvió la mirada, ya sin nervios ni apuro.


Atonal: un relato de cuarentenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora