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Las clases en U.A seguían su curso, parecía un día cualquiera.
Un chico rubio, junto con uno de orejas puntiagudas caminaban por los pasillos de la institución. Las clases recién habían terminado para los de tercer curso, así que ambos se dirigían hacia el comedor Lunch Rush.

A decir verdad, Tamaki no tenía muchas ganas de ir. Pensar que estaría siendo observado por tantas personas que de acercarán a pedir su autógrafo lo ponía de los nervios. De solo tener esa idea, le daba un terrible vértigo, y empezaba a temblar, incluso si su amigo Mirio le daba ánimos constantes. Se disculpó con él, e inventó una excusa para no presentarse al almuerzo. El rubio aceptó, aún sabiendo que la verdadera razón era la timidez en extremo del pobre chico de ojos índigo.

(...)

Los jardines de la Yuuei eran amplios, y tenían zonas donde apenas y paseaban los alumnos. Soltó un suspiro, sentándose en una desolada banca que rogaba por compañía. El aire era fresco, y el sonido parecía ser anulado por los edificios detrás, y por un lado de aquél lugar. Los grandes muros que dividían la academia del resto del mundo estaban cubiertas por largos y grandes arbustos, que daban una mejor fachada, que la gris y triste esperanza nula de los muros de concreto. Al menos no lo hacía sentir en prisión.

Y entonces, el gruñido de su estómago lo delató. Había olvidado su comida.

Soltó un suspiro de resignación y desgano, eso era perjudicial tanto para su salud, como para su quirk.
Por un segundo, pareció escuchar el crujir de las hojas cerca suyo. Miró a ambos lados, incluso al frente y lo único que logró percibir con claridad fue su propia sombra. Los nervios rozaron su espalda, pensando que podría ser irrumpido por alguien en su tranquilidad, incluso podía tratarse de aquellos ruidosos chicos de la clase 1-A. «¡Tranquilízate Tamaki, eres Suneater!» se repitió una y otra vez como mantra, para tratar de calmarse un poco, sin embargo, el crujido se volvía cada vez más fuerte.

Y entonces la vió. Salió, literalmente, de aquellos árboles que decoraban los muros, dejando al pobre chico aún más confundido. Su voz sonó suave, un poco chillona, mientras exclamaba un «¡Auch!» al caer de rodillas al piso. Tenía el cabello revuelto, de color marrón oscuro, entremezclado con hojas frescas.

Se quedó quieto pensando que no iba a darse cuenta de que estaba ahí, pero no funcionó.

Sus ojos verdes, de un tono muy suave, parecían coincidir casi al azul, dieron con los suyos, haciéndolo removerse. Ella le sonrió, y él no supo cómo reaccionar.

- No esperaba encontrar a alguien por aquí, pero, ¡Hola!

La sonriente chica se acercó a él tras levantarse y sacudirse el uniforme. Eso sólo lo puso más nervioso, mientras sentía sus mejillas ardiendo con suavidad, estaba avergonzado.

- ¿No hablas mucho, eh?

Se sentó a su lado, dejando un espacio para no invadir el suyo, mientras cruzaba sus piernas y abría lo que parecía ser una pequeña mochila/maletera con cosas dentro. No pudo evitar que su estómago soltara un gruñido al ver que ella llevaba comida, y eso terminó de matar sus pobres esperanzas de no tener un ataque cardíaco por nervios.

- ¿Uhm? ¿Tienes hambre?

Él tímidamente asintió, aún con desconfianza de la extraña. Ella rápidamente urgó en aquel bolso y le extendió un crossaint acompañado de una manzana. Amajiki la miró con sorpresa y pena, era su culpa, ahora ella no tendría nada para comer.

- No lo pienses tanto, ¡Anda! Te los regalo. Yo he comido bien en casa así que no hay problema.

Ella extendió los alimentos, y sin otra opción - ya que le daba más pena negarse -, los tomó, rozando fugazmente sus manos con las de ella, aún temblaba y sentía la necesidad de esconder si cabeza en un agujero, o una pared.

- G... Gra... Gracias...

Susurró apenado. La castaña se sorprendió de que realmente hablara, y con una sonrisa exclamó «¡No es nada!», no muy fuerte para no asustar al pobre chico. Miraron el cielo, y entonces, mientras él terminaba de comer, la campana de vuelta a las clases sonó. La joven se exaltó, e inmediatamente comenzó a guardar sus cosas, para ir en dirección hacia donde había entrado.

- Creo que tengo que irme o se me hará tarde... ¡Hasta luego...!

- ... Ta... Uhm... Tamaki. A-amajiki Tamaki.

- ¡Nos vemos, Tamaki!

Se despidió, con la mano y entró al arbusto, volviendo a desaparecer; pequeños botones blanquecinos empezaron a florecer por donde había escapado, y por el olor ténue que emanaban, podía decir, que eran gardenias.

𝕄𝕖𝕖𝕥 𝕞𝕖 𝕒𝕥 𝕥𝕙𝕖 𝕘𝕒𝕣𝕕𝕖𝕟;🌻  Tamaki Amajiki 🌳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora