—Bien Arthur eso es todo por hoy, haz estado faltando a tus sesiones últimamente pero veo que algo te ha sucedido para que las retomes de nuevo—. James mi psicólogo cerraba su libreta.
—He vuelto a suceder James, es como si cada mes soñara con ella. Se ve tan hermosa, ahora tendría 10 años si no se hubiera ido de mi lado hace dos años—. Me levanté del diván con un ligero dolor punzante en mi nuca.
—Me gustaría que vinieras más seguido, no puedes avanzar si tú mismo te pones un alto—. Se quitó las gafas con aires de grandeza.
—No te puedo prometer nada porque ni yo mismo sé si lo voy a cumplir, gracias por escucharme James. Voy a pagar con tu secretaria—. Me levanté y tomé mi chaqueta antes de salir.
La sensación de cruzar esa puerta cada vez que salía de la sesión del psicólogo me provocaban un dolor punzante en la nuca de la cabeza. Llevaba casi el mismo tiempo de ir al psicólogo desde que había muerto Kristina, mi hija con un cáncer agresivo en el cerebro, vivíamos ambos en la ciudad cerca del hospital Holmes donde tomaba sus quimioterapias todos los domingos; tras fallecer dejé todo y decidí irme a un lugar más pequeño donde nadie me molestará, ni la gente que conocía ni los estúpidos problemas.
—Va a ser lo mismo señor Penbruck—. Me dijo Tina la secretaria con una sonrisa que tal vez ya se había vuelto costumbre.
—Esta vez si voy a pagar completo Tina, debería de darme vergüenza no haber pagado completo las veces anteriores—. Comenté mientras sacaba el dinero de mi billetera.
Tras salir del consultorio el viento otoñal golpeó mi rostro haciéndome temblar por un ligero escalofrío, el pueblo se seguía viendo igual desde que había llegado y me atrevía a decir que siempre luciría así; parecía atascado en el tiempo y la gente mantenía las costumbres, saludaban lo mínimo y preferían quedarse con sus asuntos antes de involucrarse con los demás lo cual era un beneficio para mí. El cielo amenazaba con unas nubes de lluvia así que me apresuré a llegar a casa no sin antes pasar a la tienda por algunas botellas de cerveza; al llegar cerré y lancé la chamarra al suelo para poder abrir una botella y llevármela a la boca.
No sabía si eran efectos de las cosas que consumía pero los sueños que tenía y las visiones que veía estaban relacionados con Kristina a tal punto de volverse hirientes para mí, cada vez que dejaba mis vicios sucedía una visión y volvía a sumergirme. La casa en la que viví siempre se encontraba en un silencio profundo que me atormentaba a lo largo del día incluso cuando salía a trabajar, la editorial del pueblo de alguna manera se había enterado de mi llegada y que me dedicaba a la redacción y edición de libros así que me contrato para trabajar en el periódico local, era lo que me daba el sustento para las drogas y el alquiler del departamento.
—Cuando terminara esto...—. Susurré para mi mismo mientras encendía un cigarrillo.
Sentía como las paredes se comenzaban a acercar a mi hasta volver el departamento un simple cubo que me impedían respirar bien, un zumbido en mi cabeza no dejaba de molestarme hasta que me quedaba dormido y despertaba hasta la mañana siguiente repitiendo la rutina una y otra vez pero algo sucedió, algo diferente de los días anteriores, alguien tocó mi puerta.
—¿Quien es?—. Solté con molestia mientras miraba por la mirilla.
No había nadie ahí parado, al principio supuse que era algún chico que había tocado por joder a la gente pero un segundo después volvió a sonar aún mirando por la mirilla lo que me hizo tragar saliva de manera preocupada. Tomé la perilla y la giré lentamente para después abrir abruptamente y dar un salto de sorpresa, había un hombre con vestimenta de cartero que sostenía un paquete, me miraba con expresión amable pero extrañado.
—Debo haberlo asustado, buena tarde vengo a dejar un paquete—. Dijo colocando el paquete en el antebrazo para sacar una libreta. — Voy a necesitar su firma—.
—¿Un paquete? Yo no encargué nada—. Dije confundido.
—Usted no pero este paquete es para Kristina Penbruck ¿Verdad linda?—. Desvió la mirada hacía un costado mío.
El corazón comenzó a latirme rápidamente cuando vi la silueta de una niña junto a mi, en el momento que me sorprendí y retrocedí unos 5 pasos hacia atrás cerré los ojos fuertemente mientras tapaba mis oídos con mis manos, el cigarro yacía tirado en el suelo aún soltando el hilo de humo, lentamente abrí los ojos y no se encontraba nadie ahí, solo la puerta meneándose por el viento y los pocos autos que transitaba en las calles. Quería tomar aire fresco por unos momento así que tomé mi chamarra y salí para despejar mi mente, la mayoría del pueblo se hallaba rodeada del denso bosque en donde la gente mayor e incluso algunos hombres solían cazar todo aquello que se moviera; yo prefería caminar unos cuantos pasos cuando tenía las visiones o me sentía sofocado pero solo me limitaba a caminar unos 10 metros antes de regresar a mi casa, un ataque de ansiedad me hizo querer correr por todo ese bosque sin importarme la hora o el clima en el que nos encontrábamos, quería correr hasta que mis piernas se rompieran y gritar hasta quedarme afónico, entré en razón 10 minutos después cuando tropecé con un tronco tirado en el suelo. Giré la cabeza para mirar los alrededores pero solo había árboles y vegetación, ya no lograba ver los coches pasando la vía, solo miraba árboles y juraría que seguirían aún más lejos de lo que mi vista podía observar.
Caminé por más de 30 sin encontrar el camino de regreso pero fue cuando vi un edificio aparentemente abandonado, lucía como una pequeña iglesia pero su deterioro no me dejaba distinguir bien de que se trataba, me acerqué poco a poco con cautela y asomé la cabeza al interior donde no había ni se escuchaba nadie, al entrar el aire se volvió aún más frío de lo que ya estaba en el exterior; algunas velas se hallaban encendidas y colocadas en varias partes de ese edificio.—¿Hola?—. Dije con la voz medidamente alta pero no recibí respuesta.
Caminé a lo largo de un extenso pasillo donde se alzaban un par de puertas color marrón que ya se veían astilladas y mohosas, noté a un metro de ella que se encontraba ligeramente abierta y veía movimiento del otro en lado, miré discretamente y juraría que mi pupila se habría dilatado demasiado, le estaba sacando el corazón a un tipo aún con vida.
ESTÁS LEYENDO
Raven Hill
ÜbernatürlichesArthur sigue pensando que el mundo se limita entre la vida y la muerte pero se dará cuenta que hay algo más que simples leyendas en su pueblo.