Cap. 4 | Trish ³

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Desperté a una hora desconocida, mi vista estaba completamente negra.

Sabía que estaba despierto pero por alguna extraña razón no podía mover mis extremidades, sentía que estaba estirado y aparentemente amarrado, comencé a sentir el pánico invadirme de repente.

—¿Gioia? ¿Trish? -pregunté alzando la voz al mismo tiempo que trataba de librarme de lo que sea que estuviera amarrando mi cuerpo a la cama. —¡Trish! ¿Dónde estás?

—Estoy justo al lado tuyo... -de repente un extraño peso extra apareció en mi vientre, ¿Era lo que creía? Efectivamente, Trish había tomado asiento en mi abdomen, aquello no hizo más que incrementar mi miedo y nerviosismo. Sentía que podría violarme.

No dudé ni tardé en empezar a moverme como un perro que no deseaba ser llevado a la perrera, tenía que encontrar la forma de soltarme de los amarres a como diera lugar, no sabía hasta donde era capaz de llegar esta aparente nueva personalidad de Trish y tampoco sentía la necesidad de averiguarlo. Con el pasar de unos largos segundos pude percatar la respiración de la joven en cuestión muy cerca de mi oído, rió.

—¡Bruno! ¡Eres demasiado débil! -se bajó de la cama por lo que pude sentir y posteriormente se deshizo de la venda que me había colocado sobre los ojos con anterioridad, poco a poco fui recuperando la visión, además de enfocarla. —Eres pésimo escapando, imagina que te hubiera hecho algo horrible... ¡No te hubieras podido escapar por lo débil que eres!

—Es lo último que quisiera escuchar de alguien como tú... -respondí con sinceridad mirándola con suma atención mientras ella me quitaba todo amarre sobre mi cuerpo. Observé detenidamente, me había atado con trozos de sábanas que, no duraría, eran las suyas.

—No te gustaría que una enferma mental te diga que eres débil, ¿Verdad? Debe dañar tu orgullo... -yo sé que esa frase debería de haberme causado algo, pero no, ya nada me sorprendía viniendo de ese perturbador ser con una hermosa figura femenina.

Suspiré indispuesto a continuar con aquella tonta discusión, mejor me senté sobre la cama y tallé mis ojos algo fastidiado con la reciente escena. Miré el reloj sobre la pared, eran las 3:46 de la madrugada.
Ya sin ganas de descansar me dispuse a inspeccionar con nueva atención a la nueva personalidad de mi paciente, hasta el momento sabía que era alguien dura, pervertida, sádica... Ni idea, pero su temperamento daba mucho de qué pensar a comparación de las 'otras Trish' que había tenido el placer de conocer.

—¿Qué putas ves? -alzó la voz desde su estancia.

La ignoré.
Recargué la cabeza contra mis propias rodillas y un nuevo suspiro salió de mis labios resecos, no tardé en relamerlos con tal de darles algo de humedad, aunque había leído que hacer eso era peor que dejarlos secos.

Lo cierto es que ella no podía quedarse quieta, se movía de un lado a otro, jugando con sus dedos, enredándose entre sí.
Volví a suspirar pero tampoco quise darle más de mi atención a lo que estuviera haciendo, preferí recostarme en la cama y mirar el techo con pocas ganas de estar encerrado en esa maldita habitación, realmente iba a abandonar todo, no me importaba si no recibía ni un centavo por los días que estuve adentro, prefería mi libertad.

Su voz interrumpió mis pensamientos, suspiré enfadado.

—Ya sé que me odian, Bucciarati... Sé que me odias.

«Qué bipolar» pensé.

Me veía obligado a darle importancia a sus pensamientos, era mi trabajo después de todo así que me senté en el borde del colchón antes de ponerme de pie e ir cortando la distancia que había entre ella y yo, odiaba hablar alzando la voz, agregando que en esos momentos sentía que iba a estallar, no podía soportar más gritos o ruidos fuertes.

—Yo no te odio... Ehm... ¿Tu nombre? -la iba a llamar Trish pero no quería que se molestara si me equivocaba.

—Ladida. -respondió casi de inmediato. —Y tienes razón... Es imposible que tú me odies, gracias a ti es que ellas se sujetan a su actual vida, en serio quieren quedarse así. -frunció el ceño luciendo preocupada a lo que yo opté por impedir que el silencio reinara.

—¿Quiénes son 'ellas'? -pausé. —¿A qué te refieres con eso de que se están sujetando a su actual vida? -lamentablemente mi propósito de mantener una conversación fluida falló dado a que Ladida se quedó callada un rato.

Un largo rato.

—Todas las piezas están cavando...-sonrió. Su sonrisa denotaba ironía, como si se estuviera burlando de algo o de alguien.

—¿Cuáles piezas? -cuestioné curioso por saber más a lo que ella simple y sencillamente respondió tocando sus sienes con el dedo índice de su mano izquierda, ambas sien con el mismo dedo. —No comprendo. -comenté.

Primero hubo un corto silencio, enseguida una no tan larga y poco ruidosa risa de Trish salió a escena, pero no daba miedo, era como si alguien ajeno a ambos le estuviera susurrando un absurdo chiste.

—Las piezas del cubo en mi cabeza, claro está. Se multiplican. -no dije nada, únicamente tragué saliva y me crucé de brazos. —Están desesperadas, cavan para quedarse dentro de mí, son tercas, no quieren irse... Se están alineando correctamente a la vez que huyen de su realidad. Pronto estarán puestas correctamente...

Supuse para mí mismo que eso era algo bueno, ¿Significaba que por fin esta chica estaría feliz? ¿La personalidad de Trish al fin se iba a quedar solitaria, como debería estar? Ahora que me sentían tan cerca del final no quería y no iba a detenerme, seguiría a este paso con ella, iba a continuar con las sesiones diarias y con el medicamento que le daba cada 12 horas.

Ladida se abrazó a sí misma, no era un simple cruce de brazos, en serio se estaba dando afecto de aquella manera y por primera vez en lo que iba en la noche pude sentir que estaba conversando con un verdadero humano, uno que intentaba con todas sus fuerzas hacerse el fuerte pero era más débil que un pequeño conejito, provocaba que le sintiera algo de lástima.

—¿Y eso te agrada? -pregunté juntando ambas manos por detrás mío, en mi espalda. Ladida alzó la mirada y me sonrió débilmente.

—Me agrada, Bucciarati... Aunque algo me dice que no podré verte nunca más si el cubo se resuelve gracias a ti. Me da miedo. -me quedé callado.

Era cierto, lo más probable es que una vez haya terminado con esta paciente me tome unas largas vacaciones en otro país o simplemente busque un mejor empleo, uno que no atente contra mi salud mental.
Repentinamente sentí una curiosa calidez rodear mi torso, era Ladida, estaba tomando posición abrazándose a mi cuerpo por una razón que desconocía de momento.

—¿Un abrazo...? -pregunté sin darle mucha estructura a mi pregunta, me encontraba más confundido que feliz por recibir tal clase de caricia. —¿Por qué, Ladida?

—La razón por la que quiero abrazarte fuerte es porque quiero pintar la niebla blanca de tu corazón negro. -susurró escondiéndose en mi pecho juntando su oído contra esa parte de mi cuerpo, tal vez buscando la forma de escuchar los latidos de mi corazón.

No había correspondido en ningún momento a su abrazo y ella notó obviamente este hecho, removía sus manos en mi espalda a forma de caricias y apretaba la unión de su cuerpo contra el mío de manera muy obvia.

—No tengas miedo... sólo quiero decirte hola. -volvió a susurrar. Por algún motivo sentí haber tenido un deja así que la abracé sin mucho afán, era más el compromiso por hacerla sentir cómoda en esta curiosa situación.

No habían pasado más de 30 minutos y me sentía exhausto, tantas emociones repentinas me cansaron, no estaba para nada preparado... Pero, no deseaba dormir, esta personalidad de Trish me daba cierta tranquilidad, paz, sabía que ambos podíamos ver la luz al final del túnel... Debemos luchar por salvar a la triste alma de esta pelirrosa chica.

Acaricia Mi Cabello [BruTrish]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora