❰✎..1•❱

196 14 2
                                    

El sonido sordo del televisor fue lo primero que escuchó al abrir sus hinchados párpados. Había llorado toda la noche, sin consuelo alguno. Pero es que, a veces, simplemente es mejor llorar un poco.
Estaba totalmente enredado entre sus pálidas mantas amarillas. Ya era hora de cambiarlas, pensó. Levantó un pie, luego el otro, todo con suma tranquilidad y paciencia, como si tuviera todo el tiempo del mundo, y así era. Bostezo continúa y repetidas veces en su camino al lavabo. Mojó su rostro un poco con agua tibia, procediendo después a, suavemente, colocar en su tersa piel aquel jabón neutro que, casualmente olía a bebé. Realmente era su jabón favorito, era una cosa pequeña en forma de pato, sumamente tierna y que, simplemente podía llegar a alegrar su día. Una cosa tan simple como aquello era capaz de cambiar su estado de ánimo.
Con pisadas lentas y ralentizases, arrastrando a su vez sus pantuflas de osito, fue hasta la cocina. Su hyung había hecho su desayuno, se ruborizó al pensar en las venosas manos de su mayor preparando los panqueques. Era algo tan monótono pero le daba qué pensar. Miró un poco el plato en el que se encontraban los ya mencionados panqueques, estaban fríos. Frunció su ceñito un poco. Se acercó más a la mesa, tomando cuidadosamente el pequeño plato, fijándose en demasía en el tacto de los bordes del recipiente y las yemas de sus dedos. Cuando estuvo ya frente al microondas, llevó su pequeño y regordete dedo índice hacia el botón. Éste hizo el ya conocido sonido de listo, sacó el recipiente calientito y, con cuidado lo llevó hasta su mesa. Se alejó un poco, solo para observarlo. Pensó, un par de segundos, en qué le podría poner. Había muchas opciones: chocolate, miel, lechera, etc. Hizo un puchero, si le ponía todo, sabría muy mal, (ya lo había intentado). Así que, después de un debate mental, optó por colocarle chocolate. El chocolate era una especie de calmante para su ansiedad, y ahora, más que nunca los necesitaba. No le gustaba pelearse con su hyung, aunque lo bueno de él era que, aunque estuviesen peleados siempre le prepararía el desayuno, aunque ya no tan glamoroso como solía hacerlo. Tomó el recipiente con chocolate líquido desparramándolo cuidadosamente sobre sus pancakes. Observó fascinado el chocolate derretido. Segundos, tal vez minutos después  reaccionó, tomando el platito mientras, a pequeños pasitos, iba hacia la sala de estar. Con cuidado se sentó en el sillón de una persona, si su hyung no estaba en casa no podía estar en el sillón grande. No le gustaba, mucho espacio. Alcanzó el control remoto, encendiendo la televisión, automáticamente la imagen de Mojang apareció en pantalla, era su caricatura favorita. Así pasó el día, aunque en cierto momento le dió frío, así que tuvo que ir hasta su habitación por una mantita. Era tan pequeño que, al acurrucarse era casi imperceptible. Sin darse cuenta se quedó dormido. Horas más tarde, el sonido de las llaves se escuchó. El chico detrás de la puerta tampoco soportaba la idea de estar peleado con su pequeño bebé. Por lo tanto, y a sabiendas de los gustos del menor, compró muchísimo chocolate. Suspirando, entró, encontrándose de inmediato con una tierna imagen de su bebé envuelto en su manta, totalmente acurrucado. Haciendo un leve puchero, con las mejillas sonrosadas. Era completamente irreal, era un ángel.
Con cuidado se acercó, tocó levemente al de mejillas regordetas, éste entreabrió levemente sus pequeños ojitos, al enfocar al mayor, casi de inmediato, sus ojos se cristalizaron, sus brazos picaban por abrazar al mayor, pero no tenía la confianza en sí mismo como para hacer tal cosa.

—Bebé, lo siento muchísimo,—susurró despacio. Era consciente de que incluso el tono de sus voz podía alterar al menor.— ¿Podrías perdonar a éste bobo?—
No habló, simplemente asintió con su cabecita, alborotándose los rosados cabellos. Miró la gran mano de su hyung, hizo un puchero, quería saber qué era aquello. El mayor lo supo al instante. Así que, entregándole la bolsa, le invitó a abrirla. Con ternura observó los suaves movimientos del menor al hacer tan simple acción, era angelical. Los ojitos del peli-rosa se iluminaron en inocencia al mirar la gran cantidad de chocolate que contenía la bolsa.

— Es...es...¿es, pa-para m-mí?— Por primera vez habló, dejando embobado al mayor por su dulce voz.

—Sí cariño, es para ti. Son disculpas, porque soy un idiota.— Aunque al pequeño no le gustaba que dijesen groserías, se las auto-dijo. Porque se las merecía.

— Hy...hy...hyung, us-usted n-no es es-éso.— Murmuró con un pucherito.

Abrazo al más pequeño, mimándolo como a un bebé, porque eso era.

Fin.

BαႦყႦσყ 男の赤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora