Capitulo 4

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—Toda la casa necesita una buena limpieza —dijo Kyle, mirando en torno. Agata asintió y dio un paso adelante. Kyle era muy alto. Si pensaba basarse en él para su héroe, debía averiguar cuánto medía exactamente. Dio otro paso ade­lante y comprobó que su cabeza le llegaba a la altura de la barbilla. A esa distancia, sus hombros parecían aún más anchos. Agata sintió un cosquilleo en los dedos al pensar que le gustaría medírselos, sentir la dureza de sus músculos y su escultural fuerza.

Agata tragó saliva y apartó la mirada de Kyle.

—¿Estás bien? —preguntó Kyle, sacándola de su trance bruscamente.

—Claro que sí.

—Parecía que estabas en otro mundo.

—Pensaba en mi novela.

Kyle se inclinó levemente hacia adelante y su aliento acarició la mejilla de Agata. Ella hubiera que­rido alargar la mano para sentir los hoyuelos que se le formaban a los lados de la boca y recorrer el perfil de sus labios para comprobar si eran suaves y cálidos o du­ros y fríos.

—Mientras estés en horario de trabajo no quiero que pienses en otra cosa —dijo él.

Agata pestañeó.

—Soy una trabajadora responsable.

—Llevas aquí veinticuatro horas y, a parte de matar­nos de hambre, no has hecho nada.

Agata se indignó. ¿Cómo era Kyle capaz de menos­preciar sus esfuerzos?

—Te olvidas de que he limpiado la cocina y he hecho la compra. Las dos cosas han representado mucho tra­bajo, por si no lo recuerdas.

—Ya. Y teniendo en cuenta la cantidad de comida que has comprado, tendrás que volver al supermercado en un par de días.

—No era consciente de las cantidades que coméis. Puede que no lo recuerdes, pero te ofrecí enseñarte la lista antes de irme. Si te hubieras molestado en echarle una ojeada me habrías podido dar algunas ideas. Así que si tengo que volver mañana, la culpa, en gran parte, será tuya.

Kyle la miró con estupor.

—¿Estás culpándome de tu ineptitud?

Maggie levantó la barbilla, se puso en jarras y asin­tió.

—Yo no me considero inepta, sino algo inexperta. Y eso deberías haberlo sabido.

—Suponía que la agencia me mandaría a alguien pre­parado, no a alguien que necesita ser instruida como una niña de dos años.

—En cuanto instale mi computadora prepararé una lista y me aseguraré de comprar todo lo necesario la próxima vez que vaya al supermercado — Agata pensó de pronto en una cosa—. Aunque no sé cómo va a caberme en el coche —con lo que había comprado el día anterior, su co­che iba a rebosar, así que si metía más bolsas tendría que hacer dos viajes.

—Ve en uno de los camiones del rancho. Era lo que hacían las otras amas de llave.

Agata frunció el ceño.

—No sé si sabré conducirlo.

—Es como un coche. Si no te sientes capaz, le diré a uno de los hombres que te enseñe.

—Me las arreglaré sola —dijo Agata, airadamente.

—De eso estoy seguro.

La suavidad de su tono desconcertó a Agata. Al mi­rarle los labios, intentó imaginar qué sentiría si los be­sara. Don lo había hecho pero sus besos eran insípidos. Y sin embargo, todas las novelas románticas que leía los describían como una maravillosa experiencia. ¿Serían los besos de Kyle maravillosos, o insípidos como los de Don?

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