Elegua

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Cuenta la leyenda que una vez creado el mundo, Obatalá y Yemayá formaron familia, teniendo entre sus hijos a Elegguá, Ozun y Ogun. Obatalá se iba a trabajar mientras que Yemayá quedaba en casa con sus hijos, Ogun que era el mayor estaba experimentando una atracción enfermiza por su propia madre, a tal punto que ideó la manera de tener el control mientras su padre estaba ausente con la intención de abusar de la madre.

Elegguá que se daba cuenta de todo lo sucedido intentó impedirlo varias veces, por lo que Ogun lo castigaba quitándole la comida y dándole doble porción a Ozun para que mantuviera el secreto, además de darle ron para embriagarlo y dormirlo.

Un día, Elegguá cansado del maltrato y despotismo de Ogun, decidió esperar a su padre Obatalá en una encrucijada (cruce de cuatro caminos) porque no estaba seguro de cuál era el camino por el cual Obatalá regresaría a casa y Elegguá quería interceptarlo antes de que Ogun se saliera con la suya.

Una vez habiéndose encontrado con Obatalá, Elegguá le contó todo lo que estuvo sucediendo en casa durante su ausencia. Obatalá corrió a verificar si la palabra de Elegguá era cierta. Al abrir la puerta encontró a Ozun dormido, con el estómago a casi reventar de tanto comer y vio a Ogun tratando de abusar de Yemayá.
Ogun al verse descubierto por Obatalá, antes de que éste abriera su boca, él mismo se maldijo, se auto-condenó a permanecer alejado de las personas, asegurando que nada ni nadie lo sacaría del monte en el que permanecería internado trabajando día y noche sin descanso y de esa manera poder reparar su atrocidad.

Obatalá aceptó y lo dejó ir, pero estaba invadido de una cólera incontrolable. A Ozun lo castigó prohibiéndole el consumo de alcohol y condenándolo a ser el mensajero, de ahora en adelante nada se lo podía callar, es Ozun quien debe avisar cualquier situación negativa que se esté perpetrando o que esté por suceder y de esta manera tratar de resarcir la falta que tuvo por la complicidad con Ogun.
Sin embargo, Obatalá apreció la valentía de Elegguá y decretó que Elegguá siempre sería el primero en comer, además de ser el dueño de los caminos y encrucijadas.

Obatalá, aún aturdido por todo aquello que había sucedido, condenó a Yemayá a que el siguiente hijo que ella tendría, él mismo lo mataría. Acto seguido Obatalá se fue de la casa sumergido en la locura.

Tiempo después Yemayá dió a luz a un hijo varón al que llamaron Orumila. Obatala se encargó de llevárselo lejos y lo enterró al pie de una ceiba, del cuello para abajo dejándolo ahí para que muriera lentamente.

Sin embargo Elegguá iba diariamente a ver a Orumila y le llevaba agua y comida para no permitir que muriera. Tiempo después, al nacer Shangó y poder reencontrarse con su padre Obatalá, le lavó la cabeza con hierbas tal y como su padrino Osain le había enseñado. De esta manera Shangó le curó la locura a Obatalá y éste al recordar lo que hizo con Orumila, gritaba de arrepentimiento.

En eso Elegguá lo interrumpe y le contó que él no había permitido que Orumila falleciera porque diariamente mo visitaba a donde estaba enterrado y le llevaba agua y comida, asegurándose de que siempre estara bien.

Obatalá bendijo a Elegguá convirtiéndolo en su mano derecha y dándole la potestad de ser el primero en absolutamente todo. No se puede dar ningún paso dentro de la religión sin contar antes con la aprobación de Elegguá. Desde ese entonces Eleguá es el que abre y cierra los caminos y el primero dentro de la religión.

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