𝓢𝓮𝓰𝓾𝓷𝓭𝓸

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La Navidad es una de sus épocas favoritas del año.

El olor a comida dulce, a bebida caliente y a las plantas que adornan el castillo lo tiene totalmente obnubilado. También puede ser porque en Navidad siempre comen con la familia de Raoul, y a él le encanta pasar tiempo con todos, aunque un poco más con el rubio al que le robó un beso aquel día de calor eterno tumbados bajo en sol.

El seis de enero, Joan, que está empezando a tomar el oficio de su padre, hace para ellos el mejor pastel de reyes de todo el reino. Como es tradición, el pastelero siempre esconde un haba en el interior de la tarta, y quién la encuentre tiene el poder durante esa noche. A Agoney le hace especial ilusión porque a él nunca le ha tocado aunque, por alguna razón, presiente que esta vez será diferente.

Durante la cena se sienta al lado de Raoul. Hugo y Alba juegan entre risas con la comida y Nick habla sobre los entrenamientos a caballo para las justas. A Pablo no le hace especial gracia, pero está orgulloso de que su hijo destaque en algo. Mireya, sin embargo, está más callada. De vez en cuando habla con Mónica o ayuda a Ruth con la recién nacida Belén. Miriam intenta hablar a pesar de las veces que Roberto y Pablo la cortan porque “eres una mujer, no tienes ni idea”, aunque al final acaba hablando con las otras mujeres de la mesa, aunque solo asienta porque ella no está interesada en hijos o telas que coser.

Cuando sacan el pastel se emociona mucho, como ya es costumbre. Observa cómo todos van cogiendo su trozo y ruega para que el haba no le toque a ninguno de ellos. Raoul observa su entusiasmo, le toca a él cortar su porción y después al histérico de su amigo. Ríe porque se come las uñas de los nervios y clava el cuchillo en el pastel. Sonríe cuando nota cómo algo se interpone en su camino y, sin que nadie mire, desplaza el cuchillo para cortar bien y que la semilla no quede en su trozo. Cuando Agoney corta su parte, chilla emocionado.

-¡Me ha tocado! Buah, no me lo creo. -sonríe. -Raoul, ¡mira! Que me ha tocado.

El chico le devuelve la sonrisa y aprieta su rodilla bajo la mesa, con discreción. A Agoney le recorre un escalofrío por el contacto y se tensa en la silla de sopetón. Cuando mira a Raoul a los ojos, siente que se derrite. Le está mirando solo a él, con algo muy cercano al cariño, demasiado peligroso para ser entre ellos, entre dos hombres.

Cuando acaba la cena, ambos suben a su habitación con la excusa de que Agoney quiere enseñarle el arco nuevo que le han regalado por esas fechas. Suben las escaleras a trompicones y, una vez arriba, Raoul se tumba de golpe sobre la cama de Agoney, con los brazos y las piernas abiertos. Parece una estrella, o por lo menos brilla igual.

-Estoy cansadíiiiisimo.

-Y yo. -ríe Agoney. -Creo que he comido demasiado, voy a reventar.

-Eso es por los cuatro trozos de pastel que te metiste al final.

Agoney le mira con la cabeza ladeada y el ceño un poco fruncido. Raoul le hace hueco en la cama y él obedece, tumbándose a su lado.

-Puede ser. -se encoge de hombros.

Raoul sonríe y mira hacia arriba, con el antebrazo sobre su frente.

-Buah, ¿no tienes calor?

Las mejillas se le encienden ante la pregunta. Fuera, la nieve baña al pueblo entero, pero ahí dentro, las estufas de metal que hay en cada habitación funcionan a toda máquina.

-Un poco sí. -se sonroja.

Raoul no se lo piensa y, en un solo movimiento, se desprende de su camisa. Agoney abre mucho los ojos y mira hacia arriba, acalorado y con la vergüenza comiéndole desde las cejas hasta los pies.

Tres besos y un par de recuerdos. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora