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En enero del 2020, los medios de comunicación se llenaron de titulares sobre un virus que estaba extendiéndose en China. Los vídeos que mostraban la dura situación de los hospitales, las noticias falsas y teorías, las publicaciones con información sobre la enfermedad... todo comenzó a compartirse a gran velocidad. Sin embargo, era difícil tomárselo en serio. Nos cuesta mucho tomarnos los desastres que suceden en la otra punta del mundo como algo real. Las noticias lo materializan todo durante unos días, casi sentimos que está sucediendo enfrente de nuestra casa, pero rápidamente se olvida. Es normal, teniendo en cuenta que algo que pasa a tantos kilómetros no tiene repercusión directa sobre nosotros y tenemos problemas de nuestro día a día de los que ocuparnos.

Sin embargo, estas noticias no quedaron como historias casi ficticias para los que vivían a miles de kilómetros. El virus comenzó a infectar a la población europea, Italia pasó a ser foco de la pandemia y, poco a poco, se iba extendiendo por el mundo.

Probablemente en Hollywood ya se estaría pensando en los futuros éxitos con temática de emergencia sanitaria global. Cómo el personal sanitario salvó al mundo, cómo los dirigentes de países tuvieron que mostrar su lado más empático y generoso... Omitirían y cambiarían detalles, y en unos años las carteleras de los cines estarían llenas de películas de todo tipo. Normal, no todos los guionistas tienen la suerte de vivir en primera persona un hito histórico.

De todas formas, la realidad no era tal y como la plasmaban en las películas. Sí era un desastre sanitario y económico: los sistemas médicos corrían riesgo de colapsar, si no lo habían hecho ya; no solo se avecinaba una gran crisis sino que muchísimas familias estaban notando los efectos; el paro alcanzó cifras históricas... Pero en otros muchos casos, el teletrabajo era posible y las dificultades de la cuarentena tuvieron unas consecuencias menores.

Diana entendía la gravedad de la situación, pero todo lo que estaba sucediendo le parecía igual de irreal que las primeras noticias de coronavirus en China. Por muy mal que estuviera, le preocupaban más sus problemas de tener 19 años y haber tenido que dejar la ciudad en la que estudiaba: no ver a sus amigas, encima justamente cuando acababa de romper con su novio. Igual que ella no juzgaba a los políticos por no tener en cuenta a las chicas que acababan de salir de una relación y necesitaban el apoyo de sus amigas y el nuevo disco de Bad Bunny, ella esperaba que nadie la juzgara por ser un poco egoísta. Sus amigas, por otra parte, sí la juzgarían si la vieran mirando la publicación que había subido con su ex a Instagram y que se negaba a borrar hasta que él borrase la suya, puesto que eso, según sus parámetros, era signo de madurez.

Su ex se llamaba Zayn y se habían conocido en las novatadas de su colegio mayor. Tanto a Diana como a la mitad de novatas les había gustado Zayn desde el primer momento. No solo era guapo y su veterano: les seguía el juego a todas con sutileza, dejándoles a todas la sensación de que podían gustarle si le hacían un poco más de caso. Casi todas las chicas que tontearon con Zayn consiguieron besarlo en algún momento del primer mes de universidad, sin embargo fue con Diana con quién sí congenió realmente.

Mirando todas las fotos de los escasos meses que había disfrutado de vida universitaria, Diana no podía dejar de pensar en él. Habían roto una semana antes de que cortaran las clases por el coronavirus, así que cuando se decretó el estado de alarma en España, Diana ya llevaba una semana en su casa, a donde había ido a refugiarse y poder llorar tranquila. Eso era lo que más le jodía: si no hubieran roto, no se habría querido volver unos días con su madre y entonces habría podido aprovechar un poco más de tiempo en Madrid con sus amigas. Lo siguiente que más le jodía era el hecho de haber roto porque lo echaba de menos y se arrepentía de su decisión. Quizás los políticos sí habían pensado en ella cuando decretaron la cuarentena, así evitaban que volviera con su ex.

Diana bloqueó el móvil y lo dejó en una esquina de su escritorio como si no lo fuera a volver a coger tras cinco minutos de escaso estudio. Tenía examen de constitucional el viernes y era incapaz de concentrarse, solo consiguió leer varias líneas ya subrayadas antes de dedicarse a mirar por la ventana. Echaba de menos el ruido de su colegio mayor y tener siempre mil cosas con las que distraerse. Ahora solo contaba con su habitación medio vacía porque se había dejado la mitad de las cosas en Madrid, su hermana y la perrita que habían adoptado en su ausencia. Le molestaba que a su hermana pequeña sí le hubieran dejado tener una mascota cuando era lo que ella llevaba pidiendo desde siempre. Encima le ponían la excusa de que Noelia se sentía sola desde que su hermana mayor se fue a estudiar fuera. La parte buena era que Noelia sí era más responsable de lo que ella fue a los 15 años, así que educaba bien al animal. Lo malo es que no podía evitar ser una niña de 15 años que veía Netflix y la pobre perrita se llamaba Tokio.

Hacía bastante rato que no veía a Tokio, así que Diana salió de su habitación en busca del cariño que podría darle un animalito tan pequeño. Tokio era una chihuahua de color crema, con el pelo corto y los ojos y cabeza demasiado grandes para su cuerpo. Diana no veía mucha diferencia entre esa clase de perros, ella siempre había querido uno más grande, pero en las semanas que llevaba en casa le estaba cogiendo mucho cariño. Se la encontró en la camita que tenía en el sofá dormida así que sus planes de molestarla quedaron cancelados, no le iba a quedar más remedio que estudiar.

Justo cuando estaba subiendo la escalera, le llamó su madre, varias veces incluso después de que Diana respondiera.

—¿Qué quieres? —preguntó la chica, asomándose a la habitación de su madre.

—Necesito que vayas al Mercadona.

Por alguna razón, la madre de Diana le mandaba eso como si fuera todo un privilegio poder salir de casa. En su casa el verdadero privilegio era sacar a Tokio o ir a comprar tabaco, no al Mercadona a tener que hacer una compra enorme para una semana. Además, luego no dejaban que Diana sacara a la perra con la excusa de que ya había ido a comprar.

Tras una breve discusión, Diana terminó por aceptar. Tampoco es que pudiera hacer otra cosa. A veces se arrepentía de haberse sacado el carnet del coche, puesto que en verano no le dio el suficiente tiempo a disfrutarlo y ahora se podría escaquear de tener que ir a comprar si no lo tuviera. Qué le iba a hacer, antes de que se diera cuenta ya estaba con sus guantes en el Mercadona buscando las cosas de la interminable lista que le había dado su madre, quien no entendía del todo que no estaban viviendo un apocalipsis zombie. Las cosas iban regular en el supermercado, no había tenido que esperar mucho para entrar, pero se notaba que por la mañana habían arrasado y faltaban algunas cosas. De todas formas, tuvo la suerte de llegar al estante de los huevos, justo cuando quedaba una sola caja de doce, que era la que ella necesitaba.

—No cojas esa —le avisó un desconocido. Ella frunció el ceño, ¿de qué iba? ¿Pensaba que le iba a dar la última caja? Antes de que pudiera soltarle cualquier bordería, él añadió—: Tiene un huevo roto, fíjate en el cartón.

No se equivocaba. El cartón estaba húmedo por una parte. Diana sonrió como si no hubiera estado a punto de quedar fatal llamándolo subnormal.

—Oh, gracias —dijo en voz más bajita de la que pensaba. En parte porque le daba corte no haberse fijado, y en parte porque el chico que tenía delante era, sin ninguna duda, la persona más guapa del supermercado. Bueno, quizás no lo sería tanto, pero sí para una niña que llevaba tanto sin cruzarse a otra persona en su rango de edad y a la que pudiera sentirse atraída.

—De nada —respondió, cogiendo dos cajas de seis antes de irse a otro pasillo.

Diana se quedó un momento absorta en un único pensamiento –que el chico era muy guapo- así que tardó en reaccionar y darse cuenta de que esas eran justo las que ella necesitaba e iba a tener que llevarse muchos más de la cuenta. Esto último no fue un problema para la madre de Diana, que decidió que al día siguiente haría tortilla de patata para alimentar a una familia el doble de grande que la suya.

Después de cenar, Diana les habló a sus amigas de Madrid del chico del Mercadona y de la falta de mandarinas, las dos cosas más interesantes que le habían pasado en el día. Mientras su hermana tenía puesto un anime en la tele, Diana iba deslizando fotos en Tinder casi sin fijarse. Estaba empezando a pensar en poner la ubicación en Dinamarca para ver qué había por el norte del continente justo cuando le salió un perfil conocido: el del chico del Mercadona. Así que se llamaba Liam y también estudiaba en Madrid. No dudó en darle like.

Shopping macarrones | Liam PayneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora